Valladolid de leyenda

Óscar Fraile
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La cultura popular de la provincia guarda en su memoria historias como las de los ogros que comen niños, libros diabólicos que paralizaban al ganado y rituales para espantar las tormentas. El historiador Teodoro Carabba las ha recopilado en un libro

El Tragaldabas y la tía Melitona tienen su origen en los personajes de Zamparrón y Zarrampla. - Foto: Santiago Bellido

Cuentas las crónicas más antiguas que en el verano de 1527, Diego López de Zúñiga, un acaudalado noble de Castilla, denunció ante la Inquisición al médico y ocultista Eugenio Torralba. Le acusaba de haber viajado volando desde Valladolid a Roma en un caballo de madera para ver el saqueo de esa ciudad por parte de las tropas de Carlos V. Posteriormente, según la acusación, habría vuelto volando a Valladolid para dar la noticia mucho antes de que lo hicieran los mensajeros imperiales. El Santo Oficio le arrestó en 1528 y, para defenderse, Torralba dijo que poseía un espíritu familiar llamado Zaquiel que le ayudaba a hacer viajes sobrenaturales, curas prodigiosas y a anticiparse a sucesos venideros, lo que le habría ayudado a avisar de la muerte del hijo del Duque de Alba, entre otras cosas. Ante su negativa a retractarse de lo que estaba diciendo, la Inquisición le sometió al potro de tortura hasta que le hizo confesar que ese espíritu en realidad era un demonio que le había engañado. Una revelación que le libró de la muerte, aunque le llevó a la cárcel durante varios años, antes de ser indultado con la promesa de que jamás llamaría ni oiría a Zaquiel.

Esta es una de las leyendas que tiene como escenario Vallladolid, aunque la cultura popular atesora muchas más que van desde arraigadas supersticiones a estremecedores relatos sobre personajes sobrenaturales. El historiador Teodoro Carabba ha recopilado algunas de Castilla y León en el libro 51 historias sin demostrar y tres mentiras probadas. Criaturas y leyendas castellanas y leonesas (editorial Páramo, 2020). Algunas son reconocibles por el gran público, ya que la cultura popular las ha mantenido vivas. Por ejemplo, las del Tragaldabas y la tía Melitona, dos personajes que cada año, en las fiestas de Valladolid, 'comen' niños para defecarlos. O eso es lo que intentan representar los toboganes que van de una lado a otro de la ciudad a primeros de septiembre, y que vuelven locos a los niños, pese a lo tenebroso de la imagen. Estas dos figuras recuerdan a Zamparrón y Zarrampla, dos ogros que se alimentaban de infantes. Varios relatos recogidos en Peñafiel por Aurelio M. Espinosa aseguran que una abuela desolada consiguió rescatar a sus tres nietos del estómago de estos ogros gracias a la ayuda de una hormiga, que les picó en el culo después de recitar: «Yo soy una hormiguita de mi hormigal, te pico el culo y te hago bailar».

Otro de los personajes que aparece en el libro en el hermano Diego, gracias a un relato que se conserva en el Monasterio de Santa María de Valbuena, en Valbuena de Duero. Se trata de un vecino de Peñafiel de la primera mitad del siglo XVI, que tuvo una vida muy intensa. Luchó en Zamarramala (Segovia) con los Comuneros, en el campo de Villalar le hirieron con un disparo y poco después sobrevivió a un duelo de espada en Quintanilla de Arriba. Finalmente, acudió a refugiarse al monasterio de San Bernardo. Los monjes le acogieron y él se retiró a una cueva, donde dejó crecer su barba e iba vestido como un peregrino, con una calabaza colgando del bordón. Durante muchos años transmitió sus conocimientos médicos a los pastores, salvó de ahogarse a una doncella e intervino para poner fin a los secuestros que ejecutaban los bandoleros de la zona. Cuenta el relato que el día que murió, el sol se detuvo.

El cristo de la cepa tenía la capacidad de cambiar la meteorología, según los Benedictinos, que guardaban esta talla en San Benito y la sacaban cuando necesitaban de sus 'servicios'.El cristo de la cepa tenía la capacidad de cambiar la meteorología, según los Benedictinos, que guardaban esta talla en San Benito y la sacaban cuando necesitaban de sus 'servicios'. - Foto: Santiago BellidoEl historiador Carabba se ha nutrido de diversos textos de estudiosos que durante su vida se dedicaron a documentar unas leyendas que se suelen enmarcar en el imaginario popular, pero que, en cierto modo, han contribuido a escribir parte de la historia de una España rural amante de las supercherías y los cuentos populares. «Hoy en día no es que se hayan perdido estas historias, sino que la gente las mezcla con otras cosas, y nosotros hemos querido recuperarlas tal y como se recuerdan originariamente», señala. Y habla en plural porque la publicación viene acompañada de cuidadas imágenes obra del ilustrador Santiago Bellido. Carabba confiesa estar muy interesado en la etnografía y reconoce que «el ámbito de las creencias es un tema muy jugoso». Por eso se planteó mostrarlas a las nuevas generaciones.

Entre esas historias también está la de la Torre del Conjuradero de Cuenca de Campos, una construcción en las afueras del pueblo donde hace siglos se realizaban rituales para espantar las tormentas, una labor que en ocasiones llevaban a cabo sacerdotes, aunque otros que no lo eran recurrían a fórmulas no cristianas. Cuenta Carabba que muchos pueblos pagaban a estas personas para evitar el pedrisco y las tormentas de verano que arruinaban las cosechas. En Palencia eran conocidos como los nubleros. Habitualmente utilizaban expresiones en latín o griego, o trabalenguas que simulasen tales lenguas, con el objetivo de impresionar a los paisanos.

El cristo de la cepa. Otra historia con un marcado carácter local es la del Cristo de la Cepa, cuya imagen guardaban los benedictinos del monasterio San Benito. Talllada a partir del tronco de una cepa y de unos 20 centímetros de altura, los religiosos la solían sacar a la puerta de la iglesia porque, según dice la leyenda, tenía efectos directos en la meteorología. Cuando necesitaban que las aguas de una crecida bajaran, lo hacían; cuando se precisaba que llegasen las primeras lluvias, el Cristo las procuraba. La figura se guarda en el Museo de la Catedral, donde fue a parar tras la desamortización y la marcha de los monjes en 1835.

La Torre del Conjuradero de Cuenca de Campos es conocida por acoger rituales para espantar las tormentas.La Torre del Conjuradero de Cuenca de Campos es conocida por acoger rituales para espantar las tormentas. - Foto: Santiago BellidoOtro objeto con propiedades sobrenaturales es el libro diabólico que tenían unos pastores de Villabrágima y que provocaba que las ovejas dejaran de moverse cuando lo abrían. Después de consultar al sacerdote del pueblo, les recomendó que lo tiraran a la lumbre, pero, cuando lo hicieron, el libro salió del fuego y regresó a su zurrón. Informado de nuevo el cura, les pidió que encerraran el libro en un chozo, taparan la puerta con una piedra y lo prendieran fuego. Así lo hicieron, y el libro quedó destruido, aunque antes de eso todos comprobaron que chocó innumerables veces contra las paredes del chozo, como si quisiera escapar.

La obra recoge la vida del hermano Diego, cuya muerte paralizó el sol, según la leyenda.
La obra recoge la vida del hermano Diego, cuya muerte paralizó el sol, según la leyenda. - Foto: Santiago Bellido
Hay otras muchas historias de la Comunidad que no son específicas de Valladolid. Como las brujas que maldecían personas o animales con hechizos realizados con partes de cadáveres y hierbas. O las náyades, mujeres con cola de pez, de las que se hablaba como personificación del engaño y el vicio y que, según la leyenda, campaban a sus anchas por el Duero. Pasando por hombres lobo, cíclopes y diablillos. El título del libro, 51 historias sin demostrar y tres mentiras probadas, anticipa que los autores se han tomado la licencia de incluir tres historias inventadas por ellos, que se pueden descifrar con un acertijo al final. Puede que todas ellas sean producto de la imaginación colectiva. O puede que no.