«Era salir o quedarme en Afganistán y poder morir»

M.B
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A.W., conocido como Joaquín, huyó en agosto junto a su mujer y sus cuatro hijos de su país. Cuatro meses después ha recibido, ahora en Valladolid, la tarjeta de residencia española y sueña con encontrar un trabajo: «No volveré a Afganistán»

A.W., más conocido como Joaquín, huyó en agosto de Afganistán. - Foto: Jonathan Tajes

«¿Frío? Igual que en Afganistán (esta semana seguro que menos). Allí nieva mucho». A.W. todo el mundo le conoce como Joaquín. Le empezaron a llamar así en su Kabul natal cuando empezó a trabajar en la embajada española y le siguen conociendo así ahora que vive en Valladolid, a donde llegó a finales de agosto desde el aeropuerto de Torrejón de Ardoz. Joaquín es uno de los 40.000 compatriotas que han huido de Afganistán desde el regreso por la fuerza de los talibanes al poder. Él, como otros muchos, dejó atrás su vida, su casa y su familia. Porque allí siguen residiendo dos hermanas y un hermano, con once sobrinos en total: «Era salir o quedarme allí y poder morir».

Joaquín habla español, aunque sigue acudiendo todos los días a clases para perfeccionar un idioma que ya chapurreaba en Kabul y que ahora es el que le abre las puertas de cualquier tienda, el supermercado o incluso el Campo Grande, por donde corre todas las mañanas.

Llegó a Valladolid el 24 de agosto, unos días más tarde de que el avión que les sacó de Kabul aterrizase en Torrejón: «Tuvimos que esperar porque a mi hija le sentó algo mal de la comida que nos dieron y estuvo ingresada un par de días con fuertes dolores estomacales». Porque Joaquín no ha venido solo a Valladolid. Lo ha hecho con su mujer y sus cuatro hijos, de 13, 11, 9 y 4 años.

Joaquín y su mujer, en una de las clases de español en Cepaim. Joaquín y su mujer, en una de las clases de español en Cepaim. - Foto: Jonathan Tajes«Recuerdo que unos días antes, yendo al gimnasio, en la calle no había gente. Me llamaron varios amigos asegurándome que algo pasaba, que los talibanes estaban cerca de Kabul. Llegué a la oficina y lo comenté en la embajada. Nos dijeron que estuviésemos tranquilos. Dos días más tarde entraron en la capital», relata sobre la toma de Kabul. 

Estuvo cuatro días en su casa hasta que supieron que había opciones de salir del país. Fue uno de los momentos más duros y complicados: «Había unas dos mil personas, notabas que te faltaba el aire y teníamos que cruzar por una puerta muy pequeña». Joaquín recuerda que su mujer y el mayor de sus hijos fue delante y él cogió como pudo a sus pequeños: «Uno a hombros y los otros con los brazos. En ese momento dejamos todo lo que llevábamos, maletas, ropa... solo pasaportes. Teníamos que llevar algo rojo y amarillo, para identificarnos; y gracias a Alá pudimos entrar». Joaquín dejaba en Kabul una casa recién reformada –«cuatro meses antes la habíamos acabado para una de mis hermanas y para mí»-, coche, moto... «Todo se lo han quedado los talibanes», añade asegurando que un policía, de nombre Víctor, les ayudó en todo momento. Tras cuatro noches sin dormir, lograba entrar junto a su familia en un avión rumbo a España. «Mi corazón estaba dolorido. Dejé todo, pero al llegar al aeropuerto me tranquilicé».

Él asegura que fue afortunado: «Mucha gente estuvo 6-7 días esperando a poder entrar en el aeropuerto de Kabul». Su propio hermano estuvo posteriormente varias jornadas en la frontera de Pakistán sin poder salir de su país.

Joaquín está integrado a la vida española, manteniendo sus costumbres. «La ciudad nos gusta. Me suelo levantar muy pronto para rezar a las seis de la mañana. Rezo cinco veces al día en casa, a las seis, a las dos de la tarde, a las cinco, a las siete y a las diez de la noche», relata. Tras su primer rezo le gusta ir a correr por el Campo Grande y luego hacer un poco de ejercicio en casa: «Mi gimnasio ahora son dos botellas de agua». Luego lleva a sus cuatro hijos al colegio para luego empezar con sus rutinas de aprender español y temas administrativos con Cepaim, la entidad que les está ayudando con todos los trámites. De hecho, el pasado 21 de diciembre recogieron la tarjeta de residencia, ya aprobada, para cinco años. Comen todos juntos y tratan de jugar al fútbol con algunos de los compatriotas que llegaron a Valladolid.

«Me gusta ver la tele, especialmente películas en español. Aunque en las últimas semanas estamos compartiendo vivienda con una pareja de Colombia, que no ven la tele, y hablamos mucho en español», apunta, destacando el Campo Grande o la Plaza Mayor de la capital, así como el río Pisuerga, «donde ya he nadado alguna vez».

En Afganistán no se celebra la Navidad como en España. Y el cambio de año no tiene una tradición como las uvas. «Allí no hay tantas luces. Se suele celebrar en el campo con la familia. En nuestras fiestas comemos kabalí, arroz con carnes, pasas y zanahorias», explica.

La pandemia también se ha cruzado en su camino. Joaquín se vacunó en Kabul. Su mujer e hijo mayor aquí en Valladolid: «Mi mujer sí está preocupada. Yo no, soy deportista, soy fuerte». Esta semana están confinados por un positivo de uno de sus hijos. Recién concedida esa tarjeta de residencia espera poder trabajar, ya sea como mecánico de coches, fontanero, electricista, chófer... «Me gustaría más como mecánico», señala. Su mujer es peluquera aunque en Afganistán no trabajaba. Reconoce que sus hijos, sobre todo el pequeño, aprenden más rápido español y que en el colegio ya han sido invitados a algunos cumpleaños. Aunque echa en falta algunos productos alimenticios de su país, los Halal le ayudan a comprar la carne y los supermercados el resto de alimentos: «Allí comemos más picante que aquí».

Y, aunque reconoce que echa de menos a su familia, tiene una cosa clara: «No volveré. Si vuelvo, moriré». Habla con sus hermanos gracias a internet, aunque por la noche está prohibido en Afganistán, igual que es imposible hacer una videollamada para verse: «Mi país está muy mal. Cuando hablo con ellos están llorando. Ojalá nos podamos juntar pronto, ojalá aquí en Valladolid».