«He dejado de ingresar casi 4.000 euros en un año de ERTE»

Óscar Fraile
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Amor Sánchez, empleada de una agencia de viajes, forma parte de los miles de trabajadores que han tenido que conformarse con la regulación de empleo como un mal menor para poder conservar su puesto de trabajo

Amor Sánchez lleva en un ERTE desde marzo del año pasado. - Foto: Jonathan Tajes

Amor Sánchez tuvo un pálpito hace algo más de un año. Casi una revelación. Cuando las primeras noticias internacionales dejaron entrever la gravedad de esta crisis, ella ya sabía que se avecinaba un periodo casi de ruina económica. A pesar de que en España todavía no se había declarado el estado de alarma, esta empleada de la agencia de viajes Doral vio en esos primeros desprendimientos el inminente alud, y sabía que su sector era uno de los que tenía más papeletas para quedar sepultado. «No soy una gran entendida en economía, ni mucho menos, pero recuerdo que a finales de febrero dije que esto iba a ser como la crisis de 1929», recuerda. Tan segura estaba por entonces que empezó a ofrecer a sus clientes un seguro contra las pandemias, por lo que pudiera pasar. Y pasó de todo. Eso sí, aunque acertó en lo económico, no lo hizo en lo sanitario, pues jamás se imaginó que la covid-19 dejaría tantas muertes a sus espaldas.

Su corazonada no tardó en hacerse realidad y golpearla de lleno. Nada más declararse el estado de alarma, la empresa para la que trabaja solicitó un expediente de regulación de empleo temporal (ERTE) por fuerza mayor. Y desde entonces no ha salido de ahí, puesto que las agencias de viajes apenas han podido trabajar en los últimos doce meses. 

Este cambio de su situación laboral ha llegado en el peor momento, después de que el núcleo familiar haya hecho «una apuesta económica muy gorda» al empezar a costear los estudios de su hija en una universidad privada del extranjero, no precisamente barata. «Uno puede prever que se puede quedar sin trabajo, pero es que esta situación afecta a absolutamente todo, así que, si te quedas en el paro, es más difícil volver a encontrar algo», opina. 

De momento no se ha visto en esa situación, pero sí que ha tenido que afrontar un importante descenso de ingresos, ya que los trabajadores en ERTE solo perciben el 70 por ciento de su base reguladora. «Estoy cobrando trescientos y pico euros menos al mes, así que si lo multiplicas por doce... he dejado de ingresar casi 4.000 euros en un año», calcula. Afortunadamente para la familia, su marido, un autónomo que trabaja como jardinero, no se ha visto afectado laboralmente por la pandemia. También ha tenido suerte al esquivar los retrasos en los pagos que han sufrido muchos empleados. Aunque la primera nómina llegó dos meses después de la solicitud del ERTE, desde entonces ha recibido el dinero cada mes sin sobresaltos.

Aunque la economía no lo es todo. El confinamiento, las restricciones de movilidad y la plaga de tristeza que ha invadido el país han podido, por momentos, con el optimismo del que suele hacer gala Amor: «Es cierto que tuve un bajón psicológico al ver que llevaba tres, cuatro, cinco meses en esta situación y no se veía el final, de hecho, todavía no se ve»

Este desánimo acabó haciendo mella en su salud. Según ella, en los últimos meses ha perdido vista y ha tenido algunos episodios de pérdida de fluidez en el habla. «Fui al médico porque había ocasiones en que me faltaban las palabras», recuerda. Nada grave, pero Amor está convencida de que todo ha venido derivado de ese bajón anímico.

Quizá por eso decidió disfrutar de una semana de vacaciones en verano, aunque se lo pensó mucho por su situación económica. «Cerré un poco los ojos y lo hice, aunque en septiembre, cuando volví, todavía veía que la crisis iba para largo, sobre todo en mi sector, así que decidí que tenía que hacer algo», recuerda.

Fue casi una cuestión de supervivencia. Amor necesitaba salir de casa, volver a sentirse activa y retomar las relaciones sociales perdidas hace meses. Primero se planteó preparar oposiciones, aunque al final se decantó por empezar a hacer un grado medio de Formación Profesional en auxiliar de enfermería. Todo con el apoyo de su jefe, al que consultó para asegurarse de que iba a poder terminar lo que ha empezado. «Me aceptaron en el colegio Divina Providencia de Tordesillas y eso me ha dado mucha vitalidad, porque todos los días me relaciono con gente y eso te obliga a cosas como cuidar más tu vestuario», señala.

Además, en esta nueva aventura ha conocido a gente de muchas edades, aunque ella, con sus 52 años, en la mayor de la clase. «Está siendo muy enriquecedor porque, además, volver a estudiar es un aliciente para mí, para conseguir mantener la memoria activa», añade.

El futuro dirá si esta pandemia va a suponer un cambio vital para Amor. Ella no cierra las puertas a nada, pese a  estar muy a gusto en el sector turístico, «aunque los sueldos no sean ‘supersueldos’». Pero para eso hay que poder trabajar y, hoy por hoy, eso es un ‘lujo’ que las agencias de viajes no pueden permitirse.