Amaral bajo las estrellas

Agencias
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Juan Aguirre y Eva Amaral regresan a la carretera con una gira más intimista que las anteriores, en la que la noche será cómplice de una puesta en escena muy visual

 
La distancia no es velocidad por tiempo, pero sí da una visión panorámica de lo que ocurrió e inexorablemente cae sobre nuestras cabezas. En tiempos de drones y sociópatas enmascarados, la noche ofrece cobijo indiscriminado a necesitados y miserables de soslayo, todos ellos en búsqueda ciega de bendición redentora. Como si la penumbra otorgara ese refugio infantil con el culo al aire pero la cabeza bajo tierra. Como si fuera tan fácil. 
Complejo resulta encontrar vía abierta ante tal candado en confluencia de caminos, pero Eva Amaral y Juan Aguirre dan con ciertos destellos en la profunda penumbra, por otro lado tan atrayente como devastadoramente cegadora. El concepto es tan furtivo como sugerente al coger de la mano a la persona adecuada y deleitarte de una oscuridad que no es tal cuando las estrellas te marcan el camino. 
«Este disco nos pedía que hubira también una parte visual», concede Eva, el 50 por ciento del dúo zaragozano, tras el ensayo general de la gira en el Teatro El Silo de Pozoblanco (Córdoba), pocos días antes de estrenar su nuevo espectáculo. «Va todo con el diseño del disco, con contraluces y destellos», adelanta. 
Y es verdad que alejados a su manera de las grandes estridencias mediáticas, Amaral regresa con un espectáculo medido, elegante y preciosista sin grandes aspavientos. Con unos visuales que acompañan a las canciones sin eclipsarlas, pues eso sería imperdonable teniendo los recovecos de la nocturnidad como premisa. Se trata de que todo encaje y cuando lucen las estrellas el público aúlla en sentida felicidad. Y sin preguntarse de donde salen, mira al cielo. 
Es ese cierto tipo de magia que surge del escenario, pero sale de mucho más atrás, donde las carreras, los nervios, los gritos de ansiedad y los aullidos atronan cuando apenas queda media hora para el inicio de la fecha definitiva, del estreno ante el primer público extraño. Aunque sepas que lo que tienes entre manos es cosa buena, falta el refrendo popular. Porque uno nunca sabe y si lo supiera sería el fin del mundo. 
Cual fogonazo, las incertidumbres se evaporaron desde el instante mismo en el que se apagan las luces y aúlla el auditorio. Y la curiosidad reinante en la penumbra se disipa cuando las sombras del escenario se convierten en rostros reconocibles y la voz de Eva Amaral, guitarra acústica en mano, atrona con su habitual descomunal violencia en Unas veces se gana y otras se pierde. 
El estallido siguiente encadena Revolución, Kamikaze y Salir corriendo, caballos ganadores siempre, pero más aún ante un público que jalea con vehemencia el regreso a los escenarios de Eva y Juan, este último parapetado en su parcela del escenario tras una preciosa guitarra Grestch que suena constantemente grande, con furia cuando debe y con melodiosa precisión quirúrgica cuando procede. 
«Está guay echarle un pulso a tu audiencia. No sé bien cómo decir esto, pero es como: ‘tíos, es que no vamos a volver a escribir El universo sobre mí o Hacia lo salvaje’. Está bien que a la gente le lleves la contraria», avisa Aguirre sobre el repertorio de esa gira que, por otro lado, él mismo se encarga de asegurar que no está cerrado. 
 
En buena compañía. En la idea del repertorio Eva y Juan están flanqueados en esta temporada por Toni Toledo (batería), Tomás Virgós (teclados) y Ricardo Esteban (bajista), quienes aportan savia nueva y expanden el sonido de Amaral hacia derroteros electrónicos profundamente evocadores, ampliando la paleta de colores y husmeando nuevos caminos sonoros, sin abandonar la ampulosidad conocida de sus himnos pop y su musculoso rock, más oscuro como norma en este nuevo tiempo de nocturnidad y alevosía emocional. 
Nocturnal, la canción que da nombre a su último trabajo, es la base sobre la que, de alguna manera, pivota todo el concepto, tanto sonoro como audiovisual del espectáculo que proponen y que se materializa en un escenario vigilado por la luna, repleto de estrellas y constelaciones, que juega con las sombras y que engrandece a las canciones en cada momento. 
La idea de toda esta historia no se olvida tampoco de engrandecer a los músicos en determinados momentos en la pantalla central. Unos músicos que, por otro lado, están organizados en un «semicírculo en torno a Eva», como concede Juan, quien además subraya: «Tiene que ver con los recuerdos que tienes del rock cuando eras niño. Es como, hagamos un círculo y que la gente entre dentro». 
Amaral ha llevado grandes montajes escénicos en el pasado, pero en esta ocasión preside la elegancia, la coherencia y el buen gusto sin excesos. La originalidad, el menos es más. Todo el concierto, y los que serán, es un paseo bajo las estrellas a través de unas canciones que relatan una historia, su historia. 
Con el auditorio puesto en pie tras un repaso de sus éxitos de siempre, vuelve la contundencia guitarrera con Llévame muy lejos, antes de una versión aún más desesperada que de costumbre de Sin ti no soy nada, penúltima muesca antes del emotivo cierre con Nadie nos recordará, momento en el que el viaje se acaba.