Cultura gastronómica en una cueva de Peñafiel

M.B
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Goyo de la Fuente nos descubre algunos de los secretos del lechazo en el Mesón El Corralillo

Goyo de la Fuente, en plena faena en el Mesón El Corralillo. - Foto: Jonathan Tajes

«El Corralillo es cultura. Es cultura gastronómica y lo es por el edificio, que mantiene la antigua bodega, la que era una guarda de vinos». A Goyo de la Fuente se le nota a gusto hablando de este mesón de Peñafiel. Es su casa desde hace seis años aunque él ya viene de familia muy vinculada al sector de la hostelería. Sus padres, Mario y Raquel, estuvieron al frente de El Bodegón, conocido luego como El Bodegón de Mario. Y allí él empezó a hacer sus pinitos. «Hace seis años se jubilaron los propietarios, Ángel y Esther, y a través de su hijo, Salva, que es amigo, pensaron en mí», señala Goyo de cómo dio el paso a su actual mesón: «Ellos me enseñaron el arte de asar».

Porque estando en Peñafiel y en un restaurante cuyo comedor está en una de las bodegas que atraviesan el subsuelo de la localidad, no hay que preguntarse cuál es el plato estrella: el lechazo. «Aquí no tenemos termómetros, se trabaja de oído y controlamos el calor tocando la pared», se arranca sobre una tarea artesanal que comienza cada jornada sobre las nueve y media de la mañana, prendiendo el horno; continúa sobre las once y media, metiendo los cuartos de lechazo; y sigue con ese oído: «Lo más importante es la materia prima, eso está claro. Pero una vez que metemos el lechazo hay que escuchar un sonido como si fuese un avispero. Si no suena es que hay poca temperatura y se podría cocer, en vez de asar, el lechazo. Hay que controlarlo y al final dejar que se vaya perdiendo para que no se haga demasiado». Truco para todos los que lo deseen.

Pero El Corralillo, además del principal manjar de la zona, perfectamente maridado y con una ensalada de la casa (lechuga, tomate y cebolla), cuenta con una pequeña carta en la que se puede encontrar chuletillas y entrecot de vaca en brasas de sarmiento; algún pescado, normalmente merluza, hecho a baja temperatura y rematado en el horno; embutidos, quesos y morcilla de arroz. El tique medio puede rondar los 35 euros (el cuarto de lechazo, por ejemplo, sale a 42,8), «aunque dependerá del vino elegido y de los postres».

Abre todos los días de la semana, menos los miércoles, en horario de comida; y solo cenas si cuenta con reservas. Los fines de semana y los festivos son los momentos más concurridos, pero su capacidad para 101, sí 101 comensales, le permite jugar con los espacios: «Ahora tenemos en la plaza una terraza, que también está siendo muy demandada».

Uno de los atractivos de El Corralillo, situado en el número 9 de la calle del mismo nombre de Peñafiel, es, además de sus bocados, su comedor. Dicen que la localidad está llena de bodegas subterráneas en la zona más alta, y este mesón cuenta con una perfectamente mantenida para sus clientes. «El negocio tiene mínimo 50 años, aunque puede que tenga más. Aquí, al principio la gente venía a merendar a la plaza y compraba su vino, en pellejos, cuartillas y luego garrafones . Esto era un despacho de vino. Luego te cobraban por hacerte la merienda y después se convirtió en un restaurante. En 1972 lo cogieron Ángel y Esther», recuerda Goyo de la Fuente, que añade que pese a la demanda, ahora por la pandemia, de la terraza, «la gente quiere comer en la cueva (en referencia a la bodega subterránea)».

Goyo mantiene la forma más tradicional de asar el lechazo, con esa calidad que le dan los carniceros locales: «Siempre con gente de aquí, por confianza». En Peñafiel está su casa. Se llama El Corralillo. Lechazo y ensalada. ¿Quién quiere más?