«La emoción de trabajar por tu tierra no se paga con dinero»

Óscar Fraile
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El presidente de Bodegas Familiares Matarromera, Carlos Moro, asegura que uno de los mayores retos a los que se enfrenta el sector del vino es atraer a los jóvenes

«La emoción de trabajar por tu tierra no se paga con dinero» - Foto: Jonathan Tajes

A sus 66 años, Carlos Moro puede presumir de estar al frente de una de las empresas más importantes del sector vitivinícola en España, con presencia en seis denominaciones de origen, pero con un profundo arraigo en su tierra. Hace unos meses plasmó en un libro su experiencia de más de tres décadas en el mundo empresarial, y sigue al pie del cañón para afrontar los retos a los que se enfrenta el sector.

En marzo de este año presentó el libro Pasión por la tierra, pasión por la empresa, en el que hace un repaso por su historia personal y empresarial. ¿Qué le llevó a publicarlo?

La verdad es que me lo pidieron varios empresarios que han vivido esta experiencia. Por ejemplo, Carlos Espinosa de los Monteros y Bernardo Hernández. Me dijeron que tenía que contar esta historia, pese a que yo consideraba que no tenía tanta relevancia y no dispongo de mucho tiempo. Finalmente me convencieron y la editorial Planeta consideró que era un tema apasionante, porque se aborda la empresa moderna y conceptos que nosotros hemos creado a lo largo de este tiempo, como la economía esférica. Es mi octavo libro. Hay otros sobre quesos y sobre la industria aeronáutica.

El libro tiene la pretensión de ser una suerte de guía para nuevos emprendedores porque recoge algunas de las claves que tienen que tener en cuenta. ¿Podría resumirlas?

Es muy complicado, pero diría que la primera es la voluntad, el deseo de hacer las cosas. La pasión. Otra sería la formación; cuanta más, mejor. Y la tercera sería la capacidad de observación del mundo en el que estamos y el mundo al que vamos, para poder adaptarse.

También hace hincapié en lo profundamente arraigado que está Grupo Matarromera en su tierra. ¿Hasta qué punto considera que esto es importante dentro de una economía cada vez más globalizada?

A la vez que las economías se globalizan, también se arraigan en lugares.  Silicon Valley lo está en un determinado territorio y tiene unas condiciones especiales para un tipo de industrias tecnológicas. Otras actividades, como las del azulejo o las industria química, tienen sus orígenes en sitios determinados. En el caso de la agroalimentaria, es absolutamente fundamental el enlace con el territorio, con el lugar en el que está la materia prima. Los grandes vinos están ligados a territorios, por eso hablamos del terruño, la finca y el pago. Luego hay otro factor, que es el sentido de pertenencia a un pueblo. En mi caso, a Valladolid y a Valbuena de Duero. El amor a una zona. La vida no es solo economía e investigación, también cuenta la emoción de hacer algo para el futuro de tu tierra. Eso no se paga con dinero.

Eso no impide que Matarromera tenga presencia en seis denominaciones de origen: Ribera del Duero, Rueda, Toro, Cigales, Rioja y Ribeiro...

Claro, pero de las diez bodegas que tenemos, estamos con ocho en Castilla y León, prácticamente alrededor de Valladolid. Tenemos la única destilería que hay en Ribera del Duero, un restaurante y un hotel en Valbuena de Duero, una almazara en Medina del Campo... no se puede estar más afincado en el territorio. Pero tampoco se puede perder la universalidad. Lo anterior no implica que no nos abramos a otros territorios, que desde aquí no se hagan cosas en otras zonas. Somos todo uno, yo tengo una concepción de una España unitaria. Por eso es buena la diversificación, aunque, al fin y al cabo, la casa madre, el asentamiento, la fiscalidad y los beneficios se queden en la cabecera.

Usted procede de una familia de viticultores y bodegueros, pero su padre se oponía a que se dedicara a la agricultura. Finalmente lo hizo y, curiosamente, a los seis años de empezar, en 1994, elaboró el que fue considerado el mejor vino del mundo.

Es un poco curioso, pero es totalmente lógico en el razonamiento castellano de un agricultor. En aquella época había mucha incertidumbre, no existían los seguros agrarios y había menos sistemas de cobertura de riesgos. Con una mala cosecha se pasaba muy mal. El año en el que yo nací solo cogimos cuatro kilos de trigo y de cebada. El campo era y es duro. Y está ligado a vicisitudes meteorológicas que no controlas. Por eso siempre se aspiraba a tener más seguridad, algo que te ofrecía la Administración en el ámbito profesional.

Antes ha hecho referencia a un concepto que desarrolla en su último libro: la economía esférica. ¿A qué se refiere?

Es la realidad viva de lo que ha sido Matarromera y su conjunto de empresas. Es un concepto creado por mí y nuestro equipo que tiene en cuenta al cliente, la materia prima, el producto, los procesos, la investigación y la diversificación. A partir de ahí aparecen los sectores circulares. Es decir, líneas de actuación para aprovechar todos los elementos. Por ejemplo, en una producción de uva se aprovecha el mosto, el vino, el hollejo, etcétera. Pero nosotros lo llevamos un paso más allá. Del orujo abrimos otro sector circular extrayendo el aguardiente y los polifenoles que luego se utilizan para el compost, y así se cierra el ciclo. Y de uno de los extractos se consigue una patente de la que surge otro sector circular, también integrado y sostenible, como es una empresa de cosméticos. Y así sucesivamente. Todos los sectores circulares que hemos ido creando forman finalmente una esfera. El concepto de economía circular se queda corto, hay algo más allá que es la economía esférica, que es la que yo propugno.

En 2017 recibió el Premio Nacional de Innovación, una estrategia en la que se enmarcan productos como el vino sin alcohol o el más recientemente creado, que está orientado a los consumidores veganos. ¿Están teniendo estas propuestas una buena acogida en el mercado?

El invento del vino sin alcohol fue muy disruptivo. La concepción original es el vino con alcohol y todos sus componentes, por lo que eso parecía algo contra natura, aunque había pequeñas experiencias en el mundo. Por ejemplo, en Alemania. En España no había tecnología, normativa, ni se habían probado los procesos. A nosotros nos ofrecieron probar esta maquinaria y cualificar la tecnología. En Valbuena de Duero se ha probado la tecnología de reducción de alcohol para toda la Unión Europea. Es un concepto que no se conoce porque no se estudia en las universidades ni en los máster, ni lo conocen los sumilleres, enólogos y bodegueros, por muy reputados que sean. Por lo tanto, choca. Pero, sin embargo, a medida que se suben escalones de desarrollo, te das cuenta de que es un producto que tiene una gran potencialidad de demanda en muchos colectivos. De entrada, los jóvenes. Hemos descubierto que son los mayores adalides del consumo de vino sin alcohol. Y más en los últimos años, en los que hay una tendencia a consumir productos ‘sin’. Queremos hamburguesas sin proteína animal, productos sin azúcar, veganos, etcétera. El vino sin alcohol aparece en un momento en el que la sociedad lo requiere y la tecnología lo permite, con una dignificación del producto suficientemente buena.

Pero, en principio, una de las estrategias comerciales de este vino estaba enfocada a países musulmanes.

Efectivamente. Y sigue siendo así, lo que pasa es que son países con mucha diversificación de estratos sociales, en los que los más altos aspiran a productos del más alto nivel, y los más bajos no tienen capacidad de acceder a un producto que es competitivo, pero más caro que el agua, evidentemente. Estamos avanzando y hemos vendido a varios países musulmanes. Pero también hay otras religiones. Por ejemplo, los budistas no prueban alcohol. Sin embargo, hoy en día lo que prima es el concepto de ‘sin alcohol’ y ‘sin calorías’, que se acoge en las sociedades modernas con más énfasis. Hay muchas personas que no quieren engordar y una copa de mosto tiene 200 kilocalorías, por las veinte o treinta que puede tener una de vino sin alcohol. Además, este producto te permite conducir y es apto para otros colectivos que no pueden probar el alcohol, como embarazadas, lactantes o los que toman productos farmacéuticos incompatibles. Nuestro principal cliente es Reino Unido y también vendemos a Estados Unidos, además de los monopolios de Finlandia, Suecia y Noruega.

Sin embargo, hace unos meses el director general de la Organización Internacional de la Viña y el Vino, Pau Roca, se refirió a esta tendencia como el «tsunami anti-alcohol». Usted considera que es una oportunidad, pero ¿puede convertirse en una amenaza si no se gestiona bien?

Pero al hacer referencia a ese concepto también defendió todos los tipos de vino, incluido el sin alcohol. Es cierto que hay corrientes de opinión internacionales que son contrarias al alcohol, y eso puede llegar a afectar negativamente a las bodegas.

¿Y qué puede hacer el sector para evitarlo?

Es una cuestión de conocimiento. Hay que saber que en la mayor parte de los estudios, que yo me he preocupado de analizar desde hace tiempo, se dice que el consumo moderado de vino no solo es neutro, sino que es positivo, porque tiene componentes antioxidantes, polifenoles, oligoelementos y minerales.

Además de adaptarse a las demandas del mercado, ¿cuales son los otros retos que tiene que afrontar el sector vitvinícola a medio plazo?

El de los jóvenes es importantísimo. El vino sin alcohol es una vía para acceder a este mercado y los frizzantes, otra. Pero hay que conseguir que vayan introduciéndose al consumo de un producto alimentario natural y bueno cuando es tomado con equilibrio y moderación. Siempre ha sido un alimento habitual y debe seguir siéndolo. Además, está el factor económico y social, de mantenimiento de la tradición y la cultura. Y lo lúdico. Es algo socializador que invita a compartir. Tomarse una copa es una maravilla.

Sin embargo, hay varios estudios que alertan de un progresivo descenso del consumo de vino entre los jóvenes. ¿Le preocupa? ¿Cómo cree que se puede invertir la tendencia?

El sector está preocupado. Pero nuestros vinos sí que los beben. De hecho, hemos sido impulsores de la Asociación de Jóvenes por el Vino, cuyo primer congreso se celebró en la bodega Emina. 

¿El cambio climático va a traer modificaciones en la forma de elaborar el vino?

Yo creo que ya lo ha cambiado en las bodegas más punteras.

¿De qué modo?

Primero, mediante el estudio y análisis de lo que hay. Hubo un proyecto denominado ‘Cenit-Demeter’, que lideramos Miguel Torres y yo, que supuso 28 millones de euros en investigación para ver cómo influía el cambio climático. Y lo hace en aspectos como el sistema de poda, el de conducción, el de riego, el control de temperatura y de agua, los sistemas de predicción de cosecha, el control del alcohol, la búsqueda de aromas...en fin, hay un montón de factores. Nosotros hemos hecho acciones preventivas sobre este tema. Es impresionante que algunas bodegas estén al margen de estas cosas, y piensen que es algo que no está ahí.

Las preferencias de los consumidores caminan hacia la búsqueda de experiencias en torno al vino y no se quedan solo en probar el producto. ¿Cómo ha afrontado Matarromera esa explosión del enoturismo?

Si me permite, no es que lo hayamos afrontado, es que lo hemos creado. Matarromera fue el primer ejemplo de un sistema de acogida enoturística que no consistía solo en vender unas cajas de vino. Yo hice el proyecto de desarrollo del enoturismo en la Cámara de Comercio de Valladolid y posteriormente, en la Consejería de Cultura. Hemos sido fundadores de la Ruta del Vino de Ribera del Duero; después, de la de Rueda, la que tuve el honor de presidir; la de Cigales, a la que pertenecemos; y de la de Toro. En definitiva, hemos creado el concepto. La bodega de Emina ha sido premiada como la mejor para ser visitada en toda España. Tenemos un enoturismo de ‘alta costura’, adaptado al que quiera venir a vernos.

¿El enoturismo representa un volumen de negocio importante a final de año?

Todavía no tan importante como en Napa Valley (zona vitivinícola de Estados Unidos), donde puede representar el 60 y 70 por ciento de la facturación, ya que pasan por allí seis millones de personas. Aquí llegan unas cien o doscientas mil personas con un nivel adquisitivo muy distinto. Pero vamos en ese camino.

Antes ha mencionado que Reino Unido y Estados Unidos son dos mercados importantes en la venta de vino sin alcohol. ¿Son el Brexit y los aranceles aprobados por Donald Trump una amenaza importante?

Es muy, pero que muy negativo todo esto. Por un lado está Estados Unidos y la situación de muchos países de América Latina, con situaciones sociales complicadas. Chile está paralizado desde dos o tres meses, a Ecuador le ha pasado lo mismo y sigue con dificultades, y México tiene convulsiones importantes. Todo esto nos afecta muchísimo. Respecto a Europa, está lo de Reino Unido y luego la desaceleración de Alemania. Todo suma. También afecta lo de Cataluña, donde se ha producido una bajada del consumo y de turismo.

¿Cómo ve el futuro económico a medio plazo a nivel global, con la amenaza de una nueva desaceleración?

Yo quiero ser optimista. Alemania y otros países centroeuropeos tienen capacidad de actuación en la política fiscal, y, por lo tanto, de promover la inversión pública y, a través de ello, la privada, y así catalizar el desarrollo económico. Parece ser que las variables macroeconómicas están más controladas que hace diez años y hay posibilidades de una bajada, pero no de una crisis profunda.

Esta desaceleración llega a España después de muchos meses de bloqueo político que podría terminar con un acuerdo de Gobierno entre PSOE y Unidas Podemos. Muchas asociaciones empresariales han mostrado públicamente su preocupación por la posibilidad de que el partido de Pablo Iglesias esté en el Ejecutivo. El propio vicepresidente de la CEOE llegó a decir que esta alianza es «lo contrario de lo que necesita la economía del país». ¿Comparte esa preocupación?

Como el Gobierno no está consolidado y todavía no se sabe, no voy a entrar a analizar una hipótesis. Pero, evidentemente, lo que a la economía la suele ir bien es tener seguridad jurídica y estabilidad. Y evitar políticas que vayan en contra de los empresarios, que son los que tienen que crear empleo y actividad. Si no se favorece un buen clima, no se favorecerán las inversiones. Hay que dejar que la tarta engorde para todos.

¿Qué le pediría al Ejecutivo que surja de los acuerdos políticos, si es que se alcanzan? 

Estabilidad jurídica, reformas estructurales que incidan en la flexibilidad hacia el empresario, es decir, la mejora de las condiciones para ejercer su labor. Una reducción drástica de los procesos administrativos y una mejora de los servicios judiciales. También le pediría que busque actores que fomenten el emprendimiento, que hagan que los chicos jóvenes creen empresas modernas y creativas.

¿Le preocupa la situación de Cataluña, más allá de lo que supone en términos económicos?

Muchísimo. A nivel humano, personal y social. Todas las posiciones cerradas, de parte y llevadas a extremos no suelen llegar a buen término, sino a rupturas dramáticas. Y eso es lo peor que puede suceder en cualquier país. Al final hay empresas que cambian de lugar. Respecto a las personas, algunas quieren enormemente a Cataluña y a España y se ven abocadas a una situación de ruptura y de elegir entre una u otra. Es un problema enorme.

¿Cómo ve el futuro personal a medio plazo? ¿Piensa en la jubilación?

Yo veo a grandes empresarios al lado de su empresa hasta el último momento de sus días. Otra cosa es cómo estés y que haya que ir dando paso a otras generaciones. Y por supuesto que eso se irá haciendo. De hecho, la parte de profesionalización en Bodegas Familiares Matarromera está totalmente hecha. Y desde el punto de vista de la sucesión, también es muy sencillo, porque solo tengo dos hijas. Así que no habrá problemas, como en otras bodegas de la zona.