España las va a pasar canutas

Carlos Dávila
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Europa va a vigilar en qué se gasta el Ejecutivo cada euro que reciba del fondo comunitario

España las va a pasar canutas

Les cuento por qué. El señor de negro, negrísimo, verán la razón, que será el encargado de fiscalizar qué hacen todos los países de la Unión Europea con ese fondo monumental de 750.000 millones de euros aprobados por el Consejo que preside el belga Michel, es un báltico de Letonia que atiende por Vladis Domvroskis, un tipo al que los funcionarios de la Comisión (son algunos españoles los que me han ofrecido el dato) denominan Duracell, ya saben, como esa pilas duras e intangibles que duran toda la vida. El apodo se completa con otra característica del vicepresidente europeo y comisario nada menos que del euro: a Domvroskis se le achaca una actitud vital rayana en el «Asperger», ese síndrome cercano al autismo que muestra unos pacientes incapaces de sentir el menor grado de empatía o simpatía, como siempre se ha dicho, con los demás.

Pues bien: con este hombre, guarda España una cierta bibliografía nada grata. En la anterior crisis, la que tuvo que afrontar Rajoy apenas llegado al poder, Domvroskis, según me cuentan gentes de entonces, se las hizo pasar canutas al propio presidente del Gobierno y, desde luego, al ministro de Economía, Luis de Guindos, que tuvieron que justificar con pelos y señales y hasta el último euro, los más de 40.000 millones que Europa nos envió para salir del marasmo económico y financiero en que nos había dejado el malhadado Ejecutivo de Zapatero. 

El tipo, un letón con la misma flexibilidad mental que un bidé, pongamos por ejemplo, ya ha advertido, tras la euforia inicial por el acuerdo, que todos los Estados tendrán que responder, por su cuenta y riesgo, nunca mejor dicho, a la inmensa deuda mancomunada que, en comandita, han suscrito todos los miembros de la Unión. Tan importante es esto que cada quien vigilará a su vecino más o menos cercano, no vaya a ser que algún frívolo se distraiga y deje de pagar. 

Figúrense cómo se pondría para el caso el holandés Rutte al que, según las fuentes europeas, convenció a la desesperada la auténtica ganadora del partido bruselense: Frau Merkel. Me dicen que la todavía canciller alemana (no se presenta a las elecciones de abril) se ha jugado mucho en este envite; no hay más que constatar cómo la ultraderecha alemana se le ha echado a la carótida acusándole de ponerse de rodillas ante los sureños. «Lo va a pagar su partido en primavera» le ha amenazado Alice Weidel, líder de la AfD, la Alternativa por Alemania.

Así que Merkel y su sucesor se las van a tener tiesas con Italia, Portugal y, sobre todo, con España. Por lo pronto, ha advertido que el regalo (así lo denomina la prensa teutona) que nos han ofrecido no es para frivolidades como la construcción de nuevas rotondas capitalinas donde la gente se mate como lo viene haciendo hasta ahora, ni tampoco para que España presuma de tener la red viaria más moderna de Europa. Es para que Sánchez, tras su bochornoso paseíllo, al estilo Benzema, del pasado martes, presente un Plan España con un doble objetivo: acelerar la innovación tecnológica, la revolución digital, y proyectar un mundo verde que, en opinión de Bruselas, nuestra nación ni siquiera a empezado a diseñar. Y ya vamos retrasados: antes, incluso, de que acabara la cumbre del Consejo Europeo, los gobernantes daneses acamparon en la capital comunitaria con su plan bajo el brazo y nuestros conmilitones de tanto sufrimiento, los italianos de Giuseppe Conte, presumieron, todavía allí, de haber encargado la redacción de su plan a una consultora externa, creo que es Mackenzie. 

Nosotros, mientras tanto, a contemplar el espectáculo televisivo de Sánchez y sus paniaguados y, un día después a apreciar en el Parlamento que cualquier acuerdo entre el Gobierno del Frente Popular y la oposición de Casado es del todo imposible, una entelequia.

Europa recela de Europa y tiene asido permanentemente el llamado freno de seguridad, y España aún no sabe cómo va a encarar un Plan que tiene, por lo menos, estas condiciones y, además, reformas estructurales urgentes, no tocar las vigentes leyes laborales cuya demolición exige Iglesias y los separatistas de todo jaez, exponer proyectos efectivos, acomodar nuestras macrocifras (déficit y paro) a las exigencias europeas y, probablemente, recortar sueldos públicos y pensiones para recibir las ayudas, algo que, con la actual composición social comunista del Consejo de Ministros, resulta tan impensable como imposible. 

En Bruselas, de la gestión de Calviño se fían, pero de lo que pueda hacer Iglesias en absoluto. Un distinguido europarlamentario, tan morigerado en sus expresiones como en sus actuaciones políticas, avisa al cronista de que «lo conseguido por Sánchez ni es una gran victoria, ni una enorme derrota». Él, como los funcionarios españoles que han seguido al dedillo el maremagnum del Consejo Europeo, convienen en que «habrá para España mucho dinero, pero no es seguro que existan ideas para gastarlo bien». Así las cosas, con este tipo de previsiones, lo cierto es que las primeras reacciones del presidente, tras regresar de Europa, no invitan al optimismo. En vez de anunciar ese Plan que a todos nos dejaría más tranquilos, en su primera convocatoria parlamentaria se ha dedicado a ultrajar a la oposición, a quien ha acusado poco menos de sabotear las negociaciones. 

Saraos televisivos

Nada más lejos de la realidad: quién ha estado a punto de volar las soluciones presentadas por el belga Michel, presidente del Consejo, ha sido la pléyade de gobernantes socialistas que pertenecen al mismo club político que Sánchez. Si no es por la democristiana Merkel, Sánchez hubiera vuelto a Madrid con el rabo entre las piernas. Su actitud, de émulo de Cid Campeador rodeado de súbditos palmeándole sin recato alguno la espalda, no pronostica demasiadas venturas. Por eso, lo dicho: España las va a pasar canutas. Desde luego, no estamos para saraos televisivos, sino para emplearnos a fondo para que este raudal de euros que nos llegará no se pierda en batallas de marketing como las que dibuja el gurucillo Redondo para su patrón. Menos palabras de campaña como esas que le atribuyen a Sánchez en Bruselas una eficaz «escucha», y más proyectos concretos para un país que ahora mismo está a la cola de Europa.