El Locomóvil Castilla

Jesús Anta
-

La velocidad media que el locomóvil pudo alcanzar fue de 14 kilómetros al día

El Locomóvil Castilla

Corría el año 1860 cuando Valladolid se convirtió en el escenario de los inicios de un cambio revolucionario: la introducción  del automóvil en España. Pero más correcto es decir ‘locomóvil’, pues se parecía bastante a una locomotora.

En julio de aquel año, la ciudad recibió al primer tren, procedente de Burgos;  y en octubre despidió al locomóvil que, manejado por el ingeniero Pedro de Ribera, salió hacia Madrid por carretera. 

No fue Valladolid la población prevista para ser pionera de aquella novedad de la locomoción, sino Santander, lugar donde desembarcaron las piezas de una especie de locomotora que no necesitaba raíles para desplazarse. Pero ciertas dificultades para que aquel artefacto circulara por el tramo entre Bárcena y Reinosa, camino de Madrid, aconsejaron a Ribera montarlo en Valladolid. Por dos razones: en la ciudad estaban los talleres del ferrocarril del Norte con trabajadores experimentados, y había una fundición en el Canal de Castilla por si era necesario hacer piezas nuevas, como así ocurrió pues algunas piezas originales se extraviaron en el transporte desde Inglaterra.

Los locomóviles ya circulaban por Francia e Inglaterra. Fue precisamente en este último país donde el ingeniero Ribera (parece que oriundo de Tortosa) estuvo estudiando, por cuenta de su empresa, qué modelo traer a España para iniciar en nuestro país la aventura del automóvil que mejor se adaptaran a nuestras carreteras.

Se trataba de demostrar que había un sistema de desplazamiento y transporte de mercancías más versátil, y capaz de competir con el ferrocarril. 

Una vez ensambladas todas las piezas, el 19 de octubre Ribera realiza una primera prueba, que había levantado gran expectación entre el público vallisoletano, que algo conocía del asunto pues la prensa nacional se había hecho eco de la llegada de las piezas al puerto de Santander.

El locomóvil partió de la primitiva estación del ferrocarril (muy próxima al Arco de Ladrillo), siguió junto al cuartel de caballería (más o menos la actual Academia de Caballería), continuó por el paseo de las Moreras, cruzó el Pisuerga por el Puente Mayor, repostó carbón en la dársena del Canal y subió la pronunciada cuesta de la carretera de Gijón hasta llegar a Zaratán. Era muy importante estar seguro de que era capaz de remontar empinadas cuestas.

A esta prueba siguieron otras hasta que el martes 30 de octubre de 1860 inició el viaje hacia Madrid, después de haber recorrido varias calles de Valladolid. Tomó la carretera que cruzaba por  Tordesillas, Rueda, Medina del Campo, Arévalo y otras importantes poblaciones donde Ribera y sus acompañantes conseguirían ayuda en caso de averías y se aseguraban el abastecimiento de agua y carbón. Es el caso que el día 19 de noviembre al amanecer, el locomóvil hizo su entrada en Madrid a través de la puerta de San Vicente, junto al Palacio Real.

La velocidad media que el locomóvil pudo alcanzar fue de 14 kilómetros al día, lo que podría interpretarse de fracaso, pues las diligencias hacían este mismo recorrido Valladolid-Madrid en 22 horas incluyendo paradas. Pero no era la demostración de velocidad  lo que Ribera quería demostrar, sino que aquel novedoso vehículo sí podía efectuar viajes de larga distancia con notable capacidad de arrastre: muy superior a cualquier carro.

 

EL DETALLE. Potente como veinte carros

En el eje trasero se montaron dos parejas de ruedas metálicas de un diámetro de 2,125 metros. Sus prestaciones mecánicas permitían una velocidad de 9,26 km /h en terreno llano, una capacidad de arrastre de 20 toneladas (el equivalente a algo más de veinte carros de tracción animal),  y un consumo de 47 kilogramos de carbón a la hora. Además podía salvar pendientes del 14 por ciento de desnivel, asunto importante pues para llegar hasta Madrid había que salvar la subida al Alto del León (una carretera que se abrió en tiempos de Fernando VI).  Una dificultad que, en realidad, estaba más en la bajada del puerto hacia Madrid debido a sus pronunciadísimos desniveles, muy superiores a los de la ascensión. Sobre este curioso episodio de la historia solo hay dos libros (además de la hemeroteca), de los que son autores García Tapia y Cano García (La aventura del Castilla); y José Luis Chacel (El viaje olvidado).P