Sonrisa imborrable, vocación infinita

Óscar Fraile
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El entorno de Sara Bravo, la sanitaria más joven en morir por coronavirus, formada en la UVa, destaca su carácter afable y solidario, la entrega en el trabajo y sus ganas de aprender

Sara Bravo, la sanitaria más joven en morir por coronavirus. - Foto: D.V.

Sara Bravo nunca fue una de esas niñas que vacilan cuando se les pregunta qué quieren ser de mayor. Desde muy pequeña tuvo claro que su vida iba a estar centrada en ayudar a los demás, y por eso siempre respondía que iba a ser médica. Su vocación era tan fuerte como las ganas que tenía de aprender y trabajar antes de convertirse en la víctima sanitaria más joven del coronavirus. Esta médica de familia falleció con 28 años a finales de marzo tras contagiarse en su puesto de trabajo, en el centro de salud de Mota del Cuervo (Cuenca). Ahora la Universidad de Valladolid (UVa), donde se licenció en 2015, ha remitido un escrito a la Fundación Princesa de Asturias para sugerir que la madre de Sara sea una de las personas que recoja el premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2020, concedido a los sanitarios por su labor durante esta pandemia.

Una petición que tiene su origen en el doctor Ignacio Rosell, antiguo profesor de Sara en la Facultad de Medicina. Precisamente él se enteró del fallecimiento cuando estaba ingresado en el hospital por una neumonía por coronavirus. «Intercambiando mensajes con un alumno que se interesaba por mi enfermedad me enteré de que la fallecida era Sara y me quedé muy impresionado», reconoce.

No es para menos. Todas las personas que conocían a Sara han coincidido en señalar en las últimas semanas el carácter afable de una profesional que se desvivía por los demás. Y siempre con una sonrisa en la cara. «Era una persona muy amante de su trabajo, nunca protestaba y nunca le iba mal ir a ver a un enfermo a la hora que fuera», recuerda emocionada una de sus compañeras del centro de salud de Mota del Cuervo.

Su disponibilidad infinita hizo que un día accediera a hacer un cambio de turno de guardia que le había solicitado un compañero. Esa misma noche atendió a unos jóvenes con síntomas de la covid-19 y muy pronto se dio cuenta de lo expuesta que había estado. Tanto, que llamó para contárselo a su madre, que vive en Santa Cristina de la Polvorosa (Zamora), un pueblo donde ella ha pasado buena parte de su vida y donde era muy querida. Sus sospechas se confirmaron días después. Apareció la fiebre, que no remitía. Así que decidió ir al hospital Mancha Centro, en Alcázar de San Juan (Ciudad Real), con la idea de confirmar el diagnóstico y volver a casa a pasar la cuarentena. No fue así. Todo hace indicar que el asma que padecía complicó la situación y tuvo que ser ingresada. Murió días más tarde.

«Algunos de los alumnos la recuerdan como una bellísima persona, siempre dispuesta a colaborar y echar una mano», sostiene Rosell, quien fue el que comunicó el fallecimiento de Sara al Decanato de la Facultad de Medicina y facilitó el teléfono de la madre para que la UVa expresase sus condolencias. Semanas después, cuando se comunicó la concesión del Premio Príncipe de Asturias a los sanitarios, Rosell publicó un mensaje en Twitter expresando su deseo de que la madre de Sara lo recogiera. «Lo hice de manera espontánea y, tal vez, imprudente, porque no había hablado con su madre», reconoce. La respuesta y el apoyo a la propuesta le desbordó, así que, ya con el consentimiento de la madre, propuso al Decanato que enviase la carta a la Fundación que esta misma semana se ha remitido, con la firma del rector. El propio Antonio Largo señaló esta semana que se trata de una propuesta «justa, oportuna y de gran sensibilidad, en el espíritu de lo que es la Universidad de Valladolid».

risueña y solidaria. También el decano de la Facultad de Medicina dio clase a Sara. José María Fidel recuerda que los problemas físicos que tenía esta alumna le dificultaban seguir el curso, pero, pese a ello, y gracias a su esfuerzo, se licenció y sacó el MIR rápido. «Era una buena estudiante, aunque todos en Medicina lo son», señala. Fidel también la recuerda como «una chica muy risueña, muy simpática y vinculada a asociaciones de la Facultad que colaboran con los más necesitados». Sara se solía implicar en muchas actividades al margen de sus obligaciones como estudiante. «No todos nuestros estudiantes son vocacionales, de hecho, hay algunos que no se sabe muy bien por qué estudian esta carrera, pero ella sí que lo era, pasaba mucho tiempo en la Facultad», señala.

La tristeza que deja Sara en sus seres queridos es infinita, pese a haberse convertido en uno de los rostros que mejor representan a los auténticos héroes de esta pandemia: los sanitarios.