¿Qué come lo que comemos?

M.H. (SPC)
-

La industria del pienso en España tiene gran importancia económica y se puso a la cabeza de la UE en 2018. Los alimentos de los animales están muy controlados en calidad y seguridad

¿Qué come lo que comemos? - Foto: Alberto Rodrigo

El bienestar animal es un concepto relativamente nuevo, aunque en evidente auge. La sociedad demanda un trato adecuado, casi humano a veces, para los animales de los que se obtienen alimentos, vestidos y otros bienes. Proliferan en los supermercados productos que, en su etiquetado, destacan que han sido obtenidos con arreglo a prácticas de este tipo porque los fabricantes saben que ese es, cada vez más, un factor determinante para el consumidor a la hora de tomar decisiones de compra. Esto por no hablar de la obligación moral (y legal) de los productores y ganaderos de dispensar a los animales un manejo digno.

Pero, ¿qué es el bienestar animal? Se puede pensar en música de Beethoven en una granja de cerdos o en los bueyes de Kobe y los supuestos masajes que reciben. Pero el bienestar animal es algo más complejo que eso, es un conjunto de medidas encaminadas a mejorar la existencia del ganado, pero también a incrementar su productividad, porque evidentemente una vaca que vive bien dará más leche que otra que sufre estrés o padece una enfermedad.

Dentro de este conjunto de medidas, la nutrición es una de las más importantes. El Real Decreto 348/2000 (Directiva 1998/58), que establece los principios generales del bienestar animal, señala, entre otras cosas, que cada explotación ganadera tiene la obligación de dispensar a sus animales una alimentación sana, adecuada a su edad y especie y en suficiente cantidad, además de ofrecerles acceso a ella a intervalos adecuados a sus necesidades fisiológicas.

Aunque la investigación para la mejora de la nutrición animal comenzó mucho antes (no es descabellado decir que arrancó con la propia ganadería, pues cualquiera que tenga un animal para obtener algo de él tratará de tenerlo en las mejores condiciones posibles, alimentación incluida), la primera regulación en este tema que existió en España data de unos años después de la Guerra Civil, cuando comenzó a intensificarse la actividad ganadera. El Decreto 13-IV-1942 reguló por primera vez «las industrias preparadoras de piensos compuestos y de productos alimenticios para la ganadería» y pretendía estimular al sector. Sin embargo, probablemente por la escasez general de aquellos tiempos, a comienzos de los años 50 estaba prohibido utilizar para piensos los cereales panificables como trigo, centeno, escanda y maíz; de hecho, hasta 1956 no se autorizó en la elaboración de alimento para el ganado el uso de trigo «de baja condición harinera o depreciado».

Más tarde, la Orden 11-XI-1958, que se podría considerar la primera regulación moderna, estableció la lista de materias primas y otras sustancias (aditivos) que se podían emplear y las características nutritivas de los piensos compuestos destinados a cada especie animal. Ya en los años 70 la normativa se armonizó a escala continental y ha seguido evolucionando hasta la actualidad. Hoy es el Reglamento 178/2002 el que establece los principios y requisitos generales de la legislación agroalimentaria de la Unión Europea y por ellos se han ido rigiendo los diferentes reglamentos a escala de la UE y reales decretos en España que regulan la nutrición animal. Se trata de un ámbito tan controlado como la alimentación humana.

¿CÓMO SE HACEN?

Es innumerable la cantidad de piensos diferentes que se fabrican dependiendo de muchos factores como la especie, la edad o el momento del ciclo en el que se encuentra cada animal (no es lo mismo una hembra recién parida que otra que no está criando). La normativa europea define un pienso como «cualquier sustancia o producto, incluidos los aditivos, destinado a la alimentación por vía oral de los animales, tanto si ha sido transformado entera o parcialmente como si no»; es decir, el trigo, por poner un ejemplo, es pienso si se usa directamente para alimentar a un animal. En este caso sería pienso simple, ya que lleva un solo ingrediente sin transformar. Pero la mayor parte de los piensos que se emplean en ganadería son compuestos, es decir, llevan varios componentes.

Esos componentes se dividen en materias primas y aditivos. Entre las materias primas, los cereales constituyen la más importante, con alrededor de un 60% del peso; además llevan un 20% de ingredientes proteicos, sobre todo soja (aunque también pipa de girasol y otros). También se les añaden ciertas cantidades de aditivos destinados a completar las necesidades nutricionales de cada animal, como grasas vegetales, sales minerales, vitaminas y otros ingredientes de ese tipo, siempre bajo un estricto control de las autoridades competentes, que actualizan la listas de productos permitidos a menudo.

Existen dos tipos principales de piensos compuestos: los completos, que proporcionan todos los nutrientes necesarios (son los empleados sobre todo con cerdos y aves) y los complementarios, que necesitan de algún otro aporte nutricional, normalmente forrajes (se usan para caballos, vacas, ovejas o cabras). Obviamente, cuando se trata de ganadería ecológica los ingredientes deben provenir de agricultura también ecológica.

Aparte de estos, también se usan piensos medicamentosos (para los cuales habrá nueva normativa en 2021), que llevan en su composición algún tipo de fármaco y están destinados a tratar a los animales que padezcan algún trastorno de salud. Solo se puede alimentar con ellos en casos estrictamente necesarios y es un veterinario el que tiene que prescribirlos. Además, si se trata de animales destinados a consumo humano se ha de esperar el tiempo que marca la ley, y que depende de cada medicamento, para poder sacrificarlos y sacarlos al mercado. Afortunadamente, ya han desparecido los tratamientos preventivos indiscriminados que se administraban hace no tantos años, muchas veces a base de antibióticos, que buscaban en muchos casos aumentar y acelerar el crecimiento de los animales.

En cualquier caso, la elaboración, envasado, etiquetado, distribución y venta están muy controlados. La Unión Europea tiene en este ámbito una de las normativas más estrictas del mundo (si no la más), por lo que los consumidores de los productos provenientes de la ganadería pueden estar completamente tranquilos.

NUEVOS RETOS.

La población mundial sigue aumentando y, lógicamente, con ella se incrementa también la demanda de productos provenientes de la ganadería (carne, huevos y leche). Eso implica un mayor número de animales en granjas y explotaciones cada año, y hay que alimentarlos. El problema es que la superficie cultivable de la que se obtienen las materias primas para hacer los piensos y el agua con la que se riega no son infinitas y se está llegando a un límite que es difícil rebasar sin provocar daños al medio ambiente (deforestación, desertificación…), algo que los gobiernos de todo el mundo (unos más que otros) no están dispuestos a permitir.

Por eso, la agricultura se enfrenta en los próximos años a un reto importante que es incrementar las producciones manteniendo estable el empleo de agua, abonos o fitosanitarios… para que la obtención de alimento para el ganado pueda sostener a la creciente ganadería. En España esta industria tiene mucha importancia económica y social; de hecho, en 2018 se convirtió, con 37,5 millones de toneladas, en el primer país productor de la Unión Europea, desbancando a Alemania, gracias en gran parte a la pujanza de la cabaña porcina en todo el país y constituyendo un 12,3% de la producción alimentaria nacional.

También se está intentando depender menos de la importaciones de materias primas (casi toda la soja que se usa se compra fuera). Para ello se está fomentando la siembra de plantas como la veza por sus beneficios para el ganado, para la calidad de los suelos y para la defensa de la biodiversidad, al facilitar la rotación de los cultivos.

Y para sustituir a la proteína vegetal (esa soja extranjera es lo que más se emplea ahora) se barajan opciones como obtenerla a partir de insectos (ya se hace con piensos acuícolas) o de los descartes de la pesca, soluciones que dejarían superficie agrícola libre para otros cultivos.

 

VACAS LOCAS.

La nutrición animal es importante. Tanto, que hacer las cosas mal puede tener consecuencias tan graves como la famosa enfermedad de las vacas locas. A finales del siglo pasado unas 200.000 vacas en Reino Unido presentaron síntomas como temblores, cambios de comportamiento y pérdida del equilibrio, hasta llegar a la muerte. En España fueron cerca de un millar. Algunas de las personas que ingirieron productos derivados de estos animales sufrieron la variante de la enfermedad de Creutzfeldt-Jackob, una patología neurodegenerativa sin cura conocida. Esta enfermedad, la encefalopatía espongiforme bovina, fue causada por los piensos con los que se alimentaba a las vacas, que llevaban entre sus ingredientes harinas de carne y huesos de ovejas contaminadas con los llamados priones de scrapie atípico. Estos priones provocan una enfermedad degenerativa que afecta a sistema nervioso del ganado ovino y, al pasar al organismo de las vacas, pudieron cambiar su estructura y aumentar su capacidad de infección.

Obviamente, a día de hoy está prohibido utilizar esas harinas en la elaboración de piensos para el ganado.