Compendio de historia

Jesús Anta
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Jesús Anta nos descubre algunos secretos de la calle San Benito

Compendio de historia

De antiguo viene el nombre de la calle y así aparece citada en el siglo XV. La calle, aunque corta, ofrece referencias históricas y urbanísticas importantes en la historia de la ciudad: comienza en Rinconada y discurre entre el monasterio y la grandiosa iglesia de San Benito, y la casona palaciega de Berruguete. 

El monasterio, de la orden benedictina (como la iglesia), se comenzó a construir en el siglo XIV aprovechando las piedras y el solar del antiguo alcázar de los reyes de Castilla (del que se conserva parte de su basamento -visitable- en el subsuelo). Ahora está ocupado por dependencias municipales, por el  Museo Patio Herreriano y por los monjes carmelitas, que son quienes a finales del XIX se aposentaron en San Benito. Debe decirse que aquel monasterio fue el epicentro de las numerosas fundaciones benedictinas en España.

Mediante una escuela taller, a partir de 1985, se inició la rehabilitación del monasterio, que estaba abandonado y había  sufrido incendios y ruina después de que fuera utilizado por el ejército tras la desamortización. Aquella escuela taller fue la primera en España que acometió una obra de semejante magnitud. 

Buena parte de la obra artística del monasterio está depositada en el Museo Nacional de Escultura; y de la iglesia, entre otros valores,  destaca la gran reja del siglo XVI. Por cierto, en unas obras de limpieza de la bóveda de entrada a la iglesia se descubrió el escudo de José Bonaparte, y ahí se puede ver antes de entrar en el templo.

A la calle abre una de sus puertas el mercado del Val. Construido en hierro en 1892, es el único que se conserva de los tres que se erigieron por el impulso del alcalde Miguel Íscar. La construcción de estos mercados supuso un gran avance en la higiene y control de la venta de alimentos, de tal manera que frutas, pescado y carne dejaron de venderse en barracas de dudosa salubridad. Se trata de una de las más importantes aportaciones del Valladolid burgués.

Siguiendo la acera de los pares, hay un notable edificio palaciego en piedra de sillería, construido en el siglo XVI. Se trata de la casa y  taller del afamado imaginero castellano Alonso Berruguete. Originariamente tenía la puerta principal en esta calle que, aunque se tapió, se puede apreciar perfectamente, pues aún se reconocen el arco y las dos columnas que la flanqueaban. En la fachada de la casa, el Ateneo de Valladolid fijó  una lápida para recordar al insigne escultor y pintor.

El palacio pasó a propiedad de los jesuitas, que una vez expulsados fue subastado, y comprado en 1770  por el Regimiento de Milicias. Desde entonces el Ministerio de Defensa sigue siendo su propietario. En estas dependencias está la Comandancia de Obras y un  archivo que guarda documentos imprescindibles para investigar la historia, el arte y el urbanismo de Castilla y León. La entrada a estas dependencias se abrió por la calle General Almirante.

Y esto nos lleva a tener que anotar que todas las calles que parten o desembocan en San Benito, tienen nombres de personajes significados de la historia de Valladolid y de España. 

Uno de ellos, precisamente, da nombre a la calle General Almirante que es el reconocimiento al General de Ingenieros José Almirante Torroella (1823-1894). Militar vinculado a la ingeniería que ocupó puestos destacados en el Ministerio de la Guerra y dejó varias publicaciones técnicas y sobre historia. 

Rodeando el mercado del Val están las calles Sandoval y Francisco Zarandona. Hablamos  del monje benedictino Prudencio de Sandoval (s. XVI), que además de obispo en diferentes ciudades, fue cronista de Castilla y autor de una biografía de Carlos V, cuyo contenido es determinante para conocer con detalle la Guerra de las Comunidades. Y de Zarandona (s. XIX-XX) podemos decir que fue abogado, político, escritor y periodista que alcanzó notoriedad en la sociedad vallisoletana. 

De la calle Doctor Cazalla, donde desemboca San Benito, cabe indicar que su nombre es el del destacado vallisoletano luterano (s.XVI) que la Inquisición condenó a garrote vil y a que su cadáver fuera quemado en la hoguera. Ha adquirido relevancia literaria gracias a la novela de Miguel Delibes El Hereje, en la que también se menciona a Berruguete.