«La imagen del pueblerino con la boina debe desaparecer»

María Albilla (SPC)
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Esta escritora es una fiel defensora del entorno natural y asegura que actualmente "está habiendo una resintonización hacia el mundo rural"

«La imagen del pueblerino con la boina debe desaparecer»

Luz Gabás eligió vivir en Anciles, un pueblo del municipio de Benasque  en el Pirineo oscense que tiene unos 20 vecinos en invierno. Nació en una localidad más grande de la misma provincia, estudió y trabajó en Zaragoza, vivió en Estados Unidos... pero ella decidió echar raíces en un entorno rural. 

Ahora disfruta sentada a la orilla de un arrollo arropada con una manta y paseando en contacto con la naturaleza. Un entorno que evoca en su última novela, El latido de la tierra. En la historia, dibuja Aquilare, un pueblo que no existe, pero que bebe del entorno en el que vive, y a Alira, una mujer que, por generación y ciertas vivencias, tiene mucho que ver con ella. A través de la heredera de la mansión Elegía, orquesta una trama en la que se mezclan personajes llenos de aristas, ideales, maneras de vivir, una trama de novela negra, romanticismo... y, también, rock and roll.

El latido de la tierra está basada en la ahora tan nombrada España vacía. ¿Por qué es importante dar voz al fenómeno del abandono del entorno rural?

Hay muchas causas que han llevado a esa España vacía, no solo gente a la que le sacaran de sus casas, sino quienes lo decidieron voluntariamente para buscar una vida mejor. Julio Llamazares cuenta que ‘ya está todo dicho, ahora hay que pasar a la acción’ y tiene razón, pero también hay que hablar del tema e insistir todo lo que sea necesario. Por lo menos hemos conseguido que haya concienciación política. 

Luego hay que creerse que esa intención va a pasar del papel a la acción real...

Esa es la expresión, hay que creerse que se va a hacer, que se puede hacer y que se debe hacer. Tiene que haber mejores servicios para que más personas se planteen vivir en los pueblos, pero hay algo que no se puede inculcar y es esa relación especial que se establece con la tierra. Eso ya es cuestión de una educación mucho más a largo plazo.

Habla de la necesaria desinferiorización de lo rural. ¿A qué se refiere?

Estamos en un momento de mucho cambio y de fronteras diluidas, pero esto nunca ocurre entre lo rural y lo urbano. Y, sin embargo, no hay tantas diferencias. Gracias a internet estamos tan al día como los urbanitas y llevamos vidas muy parecidas a ellos. La imagen del pueblerino con la boina a rosca debe desaparecer. Es lejana y ajena a la que tenemos de nosotros quienes vivimos allí. Yo no educo a mis hijos para que se vayan a la ciudad, les educo para crezcan como personas y decidan dónde quieren vivir para ser felices.

Vamos, que se puede ser moderna de pueblo.

Por supuesto. Es que también puedes tener gente muy poco moderna en la ciudad.

¿Cómo es posible que en 70 años hayamos borrado la vida rural?

Esto es muy complejo. Cuando España se empezó a poner en marcha con la industrialización eran necesarias las manos de esos hombres y mujeres que se venían de los pueblos. Y era una tentación porque tendemos a idealizar el pasado, pero la vida en los pueblos era muy dura, más aún siendo mujer.

¿Cree que se puede invertir aquella tendencia de los años 60 y que los hijos o los nietos de aquellos hombres y mujeres regresen al campo?

Yo percibo que cada vez hay un movimiento mayor de personas que se están planteando o que ya han regresado de alguna manera. Jubilados que se compran casa en un pueblo, jóvenes que abren bares o restaurantes en localidades pequeñas, alguien que monta una marca de mermeladas artesanas... Hay ejemplos que me ilusionan y me hacen pensar que está habiendo una resintonización hacia el mundo rural.

El entorno rural del que tanto hablamos es el marco de la novela, pero en ella también hay personajes con aristas, ideales, una trama noir y mucho romanticismo.

Mi generación fue muy ecléctica, nos gustaban muchas cosas y teníamos mucha ilusión. Estos recuerdos hacen que sea una novela generacional. También es muy romántica, quizá la que más de todas, porque tiene ese punto de rebeldía del individuo contra el sistema, el deseo de reconexión con la naturaleza, el contraste de civilización y naturaleza... todo esto es muy del ideal romántico. Es mi voz. Además, entre los géneros, está esa historia de amor y el thriller. Yo no había entrado nunca en este último, no se me había ocurrido jamás escribir novela negra, pero una trama de este tipo me pareció lo mejor para crear inquietud y desasosiego y creo que funciona muy bien, también para poderme mover en el tiempo.

Aquilare, el pueblo donde transcurre la vida de Alira, es un enclave inventado, pero ¿dónde está el origen de sus cimientos?

Yo vivo en el valle de Benasque, en la comarca de la Ribargorza, y por esa zona hay muchos pueblos deshabitados que he recorrido muchas veces. No quería poner el nombre de ningún pueblo en concreto porque prefiero que el lector imagine.

Elegía, el nombre del caserón, de la familia de Alira, es un simbolismo, es el lamento por el que ya no está. ¿Se puede vivir, se puede ser feliz, apegado a la nostalgia?

Mi conclusión es que no y mira que yo he disfrutado indagando en mi pasado, abriendo arcones, cómodas, buscando papeles, restaurando muebles... Si hay alguien a quien le ha gustado el pasado es a mí, pero, a medida que te vas haciendo mayor, va cambiando la perspectiva y te das cuenta de que un exceso de nostalgia es nocivo en cuanto a que no te deja vivir el presente.

Eso es justo lo que le sucede a Alira, ¿no?

Sí. Ese discurso tan sólido de pertenecer a una casa, a una estirpe, para ella es un honor, pero también una carga. Le meten un exceso de presión en su cabeza cuando es niña y luego le cuesta mucho gestionar esa presión emocionalmente en un tiempo muy cambiante.

¿En su caso es más de pasado o de futuro?

Era más de pasado de lo que soy. 

El apego a la tierra y el sentimiento de pertenencia también nos está llevando a los regionalismos y a los nacionalismos. ¿A veces nos pasamos de vueltas?

Está relacionado con el exceso de romanticismo, que te puede llevar a idealizar y ficcionar y a creer que tu realidad es la mejor del mundo. Y hay que tener cuidado. Esto también lo planteo en la novela. Las raíces son un sentimiento que se lleva dentro, lo malo es cuando pasamos del sentimiento a la politización de ese sentimiento. Ahí ya entras en arenas movedizas.

Usted nació en Monzón, otro pueblo de Huesca, estudió en California (Estados Unidos), trabajó en Zaragoza, pero ha elegido vivir en un pequeño pueblo del valle de Benasque. ¿Qué le ha aportado la soledad, la calma, la naturaleza...?

Quita la soledad y la calma y nos quedamos con la naturaleza. Me encanta vivir en contacto con el campo. Me gusta tener huerto y disfruto dando un paseo y sentándome con una manta al lado de un riachuelo. ¿Calma? Imposible. Cuando estás criando hijos no hay calma. Da igual dónde vivas.

¿Y soledad? El valle de Benasque se ha convertido en un sitio muy turístico y no hay soledad. Aquellos pueblos a los que ha llegado el turismo se han salvado y no se percibe soledad. Además, siempre están los amigos. Trabajamos para que llegue el sábado e irnos de cañas como todo el mundo.

¿Cuánto hay de su vida y de su entorno en esta novela?

Digamos que he elegido como protagonista a una mujer de mi edad porque para mí era más cercana a la hora de dibujar ese personaje, sobre todo en lo que es su relación con el paso del tiempo, con el envejecimiento se refiere. Me ha resultado cómodo ser yo, pero no es una autobiografía. No he sacado mis fantasmas, no lo he necesitado como terapia, pero sí he recuperado cosas del pasado. A qué jugábamos, que bebíamos, la música que escuchábamos... Pero como esta Luz que escribe a Alira hay cientos o miles de mujeres.

Fue alcaldesa de Benasque entre 2011 y 2015. ¿Qué herencia quiere dejarles a sus hijos?

Pienso que yo también he heredado las ganas de mi familia. Mi tía también fue alcaldesa. Cuando creces en una familia en la que hay inquietudes, se convierte en un modelo para las siguiente generaciones. Para mí, mis modelos fueron mis padres porque siempre han tenido ganas de implicarse en la vida de su comunidad. Por eso decidí presentarme con un grupo de personas y salimos. Aporté mi granito.

¿Y cómo fue la experiencia?

Fue interesante. Cansada. Da mucho más trabajo de lo que pueda parecer desde fuera.

Le va la marcha y lo demuestra con el nombre de cada capítulo, que es una canción. ¿Qué significan para usted estos temas?

¡Es la parte que más trabajo me costó! Quería elegir canciones del pasado que en su momento me conmovieron y que tuvieran el mismo efecto en la actualidad. Es decir, canciones que han ido envejeciendo conmigo y me siguen gustando, pero mucho. Por supuesto, además tenían que tener relación con el capítulo que titulan... no fue fácil.

La playlist  de su vida...

Sí, pero con una función arquitectónica en la  novela.

El éxito le ha acompañado con sus otro libros. ¿Condiciona esto a la hora de plantear una nueva historia?

El hecho de vivir donde vivo, un poco alejada de la vorágine del mundo editorial, hace que no pierda la perspectiva, que es que estoy haciendo algo que me gusta, que me cuesta, pero que supone un sueño cumplido. ¡Cuando era niña quería ser como Jo de Mujercitas y tengo que decir que siento que lo he conseguido!