La cocina tradicional del polígono

R.G.R
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110821JT_0122.JPG - Foto: Jonathan Tajes

Todo parece sencillo en el Mesón Don Pelayo. Parece que nada tiene misterio, que las cosas salen solas. Es fácil introducir un cuarto de lechazo en un horno para asarlo. Esa es la sensación que se respira en su cocina, pero nada más lejos de la realidad. Tiene un infinito misterio cocinado a fuego lento durante casi 30 años. Santos Samaniego tiene 74 y fue en 1993 cuando entró por primera vez en el restaurante ,y desde entonces no ha cerrado nunca a la hora de comer. Cada jornada llega a las ocho de la mañana, prepara la leña y enciende la chispa del sabor de lo tradicional.  

Lechazo churro o castellano en cuartos, bandejas de barro, buena leña y el truco del oído. ¿Truco del oído? Sí. Así lo explica él. Hay que saber escuchar al horno para saber que está trabajando bien. El lechazo bien cocinado suena de una forma especial y para finalizar sarmiento de las hectáreas de Vega Sicilia, para ofrecer el dorado necesario en un buen asado. Y a la mesa. El oído y los buenos ingredientes son las notas fundamentales del Mesón Don Pelayo. Unas armas que le han llevado a convertirse en la cocina tradicional el Polígono de San Cristóbal. 

La vida de Santos Samaniego comenzó pronto a vincularse al mundo de la hostelería. Natural de un pequeño pueblo segoviano limítrofe con la provincia vallisoletana, se marchó joven a Madrid y comenzó a trabajar en un hotel.   Desde ese mismo momento, el gusanillo del sector entró en su cuerpo y no ha salido hasta el momento. Junto con un socio, se puso manos a la obra en El Arandino, en el barrio de Las Delicias, donde trabajó casi durante una década hasta que decidió dar el salto hasta las inmediaciones del polígono, donde permanece sin pensar todavía en una jubilación inmediata.

Reconoce que el restaurante siempre ha funcionado bien desde el primer momento a base de tesón y esfuerzo. Hasta hace tres años ofreció comidas y cenas a diario, sin excepciones. Jornadas de doce y catorce horas para hacer las delicias de centenares de comensales a diario. Ahora, solo ofrece el servicio de comidas. Bodas, bautizos y comuniones son también muy frecuentes en el restaurantes y el plato estrella siempre es el lechazo. 

La carta es muy variada. Tostón, chuletillas, chuletón, solomillo, escalopes, croquetas..., pero también trabajan el pescado, aunque a menor escala. «También hacemos lubinas, rapes y merluzas», comenta Santos mientras limpia al horno para introducir los primeros cuartos de la mañana. 

Todo el producto cárnico que se cocina en el restaurante procede de Valladolid, los lechazos llegan desde el matadero de Laguna de Duero. «El producto es fundamental para que todo salga bien». Y, aunque maneja vinos de varias denominaciones de origen, priman los procedentes de la Ribera del Duero y Toro. «Especialmente Ribera». Los comedores también son de una belleza y una tradicionalidad impresionante, con una bodega subterránea que sobresale por encima del resto. 

El restaurante cuenta con cuatro hornos y Santos ha sido el encargado de su diseño. «Me enseñó un señor de Peñafiel y me dijo que aprendiera bien, que como él ya quedaban pocos. No tiene que sacar nada de humo hacia afuera. Eso es clave». 

Los precios son asequibles para la calidad de la comida. «La media suele ser de unos 35 euros por persona». También se pueden comer cochinillos por encargo, aunque además del horno otra de las piezas clave es la parrila, donde todos se hace a la brasa. «Es mucho más delicada, hay que estar muy pendiente para hacerlo bien». 

Así, después de tres décadas, el Mesón Don Pelayo se ha convertido en un asador de referencia. Es la cocina tradicional del polígono, de donde proceden muchos de sus comensales. A disfrutar.