Personajes con historia - Isabel de Barreto

La primera mujer almirante que los océanos navegó


Antonio Pérez Henares - 12/04/2021

El cine, que como todo el mundo sabe habla y siente en inglés, se ha hartado de inventarse seductoras mujeres piratas que no dejaban de burlar a marinos españoles y apoderarse de sus galeones. Que sea mentira da igual y que los piratas fueran simplemente unos asesinos que atacaban poblaciones indefensas y jamás se apoderaran de un galeón imperial no es algo cinematográficamente vendible. Y, faltaría más, al cine español ni por lo más remoto se le ocurre ponerse a mal con lo políticamente correcto que decreta el ultrafeminismo MeToo en Hollywood. Es más, si a alguno de por aquí se le ocurre hacer una película de aquello como poco nos pondrán aún mucho peor, mas mugrientos, miserables y terribles. Vamos, y como siempre, a escurrir.

Pero mira tú por dónde y aunque como siempre nos neguemos a saberlo y más aún a que se sepa, si hubo una mujer navegante en aquellos tiempos procelosos y mortíferos por los mares resulta que fue una española, de cautivadora belleza, además, que realizó viajes inauditos y llegó a mandar y dirigir como almirante una escuadra de verdad. Se llamó Isabel de Barreto y su historia da no para una película y una serie de esas que hacen ahora en los canales digitales sino para dos sagas o tres. Para empezar.

Misterio tampoco habría de faltar, pues hay dudas incluso sobre su nacimiento. Para unos fue en Pontevedra y para otros Lima y la fecha alrededor de 1567. Parece probado, eso sí, que tenía ancestros portugueses, nieta de un marino que fue nada menos que el 18º Gobernador de las indias portuguesas e hija de otro conquistador influyente que ya residía en Perú, Nuño Rodríguez de Barreto, casado con una gallega, Mariana de Castro. Téngase por cuenta que por aquellos años la Corona y el imperio español incluía también a Portugal y sus dominios de ultramar. Un matrimonio sin duda prolífico, pues Isabel fue una de la docena de hijos, seis varones y seis mujeres.

En Perú, en Lima, fue, desde luego, y ya bien documentado donde se crió. Ya de joven deslumbró por su belleza pero retrajo a más de un pretendiente por su fuerte carácter y dura voz. Pero casó al final y casó bien con un ya famoso explorador y marino, algo que a ella siempre le atrajo, por familia y por devoción. Tenía entonces 19 años y su marido 44. Este era Álvaro de Mendaña, y regresaba de realizar un largo viaje por el Pacífico en compañía de otro gran explorador, Pedro Sarmiento de Gamboa, que en un primer momento había aspirado a mandar él la expedición. Pero Mendaña era pariente del presidente de la Audiencia y el mando lo consiguió él. Descubrieron entre muchas otras islas las famosas Salomón, donde las minas y el oro esperado, no apareció.

En su segundo viaje hacia aquel mismo destino, para el que Mendaña navegó con el reconocido piloto portugués Pedro Fernández de Quirós, Isabel de Barreto resultó ya decisiva, pues fue por su mediación por lo que el virrey que se oponía, acabó por autorizarlo y ella decidió acompañar a su marido en la expedición. En las primavera de 1595 partieron del puerto de El Callao cuatro naves, con 368 personas a bordo, en las que amén de gentes de mar y armas se encontraban pasajeros dispuestos a fundar una colonia y que viajaban con sus mujeres, una veintena larga, sus hijos y con sus esclavos también. Barreto, además de con su marido, el general al mando lo hacía con tres de sus hermanos.

Los barcos eran San Gerónimo, la nave capitana, que fue el único en volver, el Santa Isabel, el San Felipe y el Santa Catalina, desaparecidos el 7 de septiembre y el 12 y 19 de diciembre de 1595.

La escuadra descubrió en su singladura las islas Marquesas así bautizadas en honor dicen unos del virrey, el Marqués de Cañete y otros más bien creen que de la propia marquesa, pues tal título consideraba tener Mendaña. Me quedo con lo segundo, pues desde luego más literario sí que es. En su ruta hacia el oeste tocó alguna de las islas Cook y la de Tuvalu. Al costear la de Tinakula contemplaron volcanes en erupción y en su aguas se perdió la nave Santa Isabel. Mendaña tampoco acaba por dar con el rumbo correcto de la anterior ocasión y tras arribar a lo que creyeron las míticas Salomón el propio marino comprendió que no era así y hubo de proseguir por el inmenso océano con cada vez mayor dificultad y cierta desesperación de la tripulación, en la que hacía ya mucha mella el agotamiento y la enfermedad, el escorbuto.

Finalmente consiguió llegar a las Salomón, bautizando la isla de arribada como Santa Cruz donde se construyeron cabañas y Mendaña dio nombre a la ciudad, Santa Isabel, en honor a la santa pero más bien a su propia mujer.

 

Rebelión a bordo   

Pero el paraíso, lo era y exuberante, no tenía sin embargo lo que ellos buscaban, ni oro, ni tierras cultivables ni riqueza alguna. El desánimo cundió, la rebelión comenzaba a asomar y para empeorar aún más la situación una terrible oleada de malaria enfermó a muchos y entre muy gravemente a Mendaña, quien acabó por perder el control de sus tropas comenzando las violencias y los excesos de los soldados con los nativos.

Álvaro de Mendaña fallece el 18 de octubre de 1595. Las capitulaciones firmadas por él antes de partir y su testamento contienen el nombramiento de «doña Isabel de Barrero, mi legítima esposa, gobernadora y heredera universal y señora del título del marquesado que del rey nuestro Señor, tengo». Deja también el mando de los barcos bajo la autoridad del hermano de Isabel, pero este muere a los pocos días, de malaria o según otro, a resultas de una flecha envenenada. Entonces Isabel acumula ya todos los poderes, con harto disgusto del piloto Fernández de Quirós y del capitán que manda los soldados, Pedro Marine Manrique, enfrentados también entre ellos. Pero Quirós, aunque la detesta, decide acatar su autoridad que ella sí sabe imponer. Será su carácter, reflejado por un escribano al servicio del piloto, aunque denostado y calificado, de duro, atrabiliario y cruel con sus subordinados, el que consiga salvar la situación.

Están de acuerdo todos en poner rumbo a Filipinas. Pero es Quirós quien únicamente puede sacarlos de ahí, y aunque pretenda apoderarse del mando intentando convencer a varios capitanes, fracasa por la decisión de la Almirante, que ya lo es y se convierte entonces en la primera mujer de tal rango que surcara los mares del mundo. Y mucho iba a tardar en haber otra de igual rango en la marina universal . De hecho, confieso que no he podido hallar quién fue tras ella, quién consiguió tal nivel en las armadas mundiales.

Resulta curioso, eso sí, que se afee, muy interesadamente, su carácter férreo, «déspota» la llaman los partidarios de Quirós. Ciertamente llegó a condenar a la horca un marinero por negarse a cumplir sus órdenes. ¿Pero siendo mujer y en aquel mundo y situación no era aquello lo único que podía hacer y no hubiera sido aquello incluso alabado si hubiera sido un hombre quien ejercido el poder?

Sea como fuere y a pesar de que acabara por hacer moneda común la leyenda de una voz dura y cazallera que contrastaba con su bella apariencia, lograron completar el viaje de vuelta, aunque perdiendo dos naves más, la San Felipe y la Santa catalina. Tras cerca de 20.000 kilómetros el San Gerónimo, 10 meses de navegación la tripulación diezmada por el escorbuto y otras enfermedades, pilotado por el magnífico piloto que es Quirós, que eso es preciso y necesario reconocer también, llega al puerto de Manila. Era el mes de febrero de 1596. Habían sido los primero en cruzar por el Océano Pacífico el hemisferio sur.

 

Un final de éxito  

Isabel de Barreto fue recibida como una verdadera heroína y ofreciéndose grandes festejos en su honor. En la capital filipina encontró, además, nuevo marido. El sobrino del gobernador, Fernando de Castro, caballero de Santiago, quedó prendado de ella y la solicitó de tal manera que al final no tardó en acceder. De hecho se casaron en mayo de aquel mismo año, apenas tres meses después de su llegada. Un año después a bordo de su San Gerónimo se hicieron de nuevo a la mar y llegaron a Acapulco (México), pero tras una corta estancia y alguna visita incluso a España, donde se asentaron de nuevo fue en Perú, donde pusieron en marcha un suculento negocio de importación y venta de especias y sedas chinas, con lo que se hicieron con una importante fortuna. Está certificado también que de aquel matrimonio si tuvo descendencia, pero se desconoce el nombre de su hijo o hijos.

Si se sabe que falleció joven, a la edad de 45 años, en 1612, el mismo año en que su marido había sido nombrado gobernador de Castrovirreina, cargo que ocuparía hasta 1620. Los resto de la primera almirante de los océanos fueron trasladados y enterrados, por mandato suyo, en el convento de Santa Clara de Lima, donde profesaba como monja una de sus su hermanas, Petronilla.