La hora de la verdad

Pilar Cernuda
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Sánchez convocó estos comicios para incrementar su número de escaños, pero la falta de empuje del PSOE por el rechazo que provoca su presidente amenaza con pasarle factura

Reflexión y voto. Ha llegado el momento de participar en las elecciones para elegir nuevo Gobierno, la forma de decidir el futuro de España. Se comprende que el exceso de convocatorias, el guirigay político y la falta de grandeza de la mayoría de los candidatos provoquen la tentación de pasar de largo ante las urnas, pero que no se quejen entonces del resultado los que decidieron no contribuir a que fuera distinto.

Se encuentran los españoles ante el 10-N con docenas de sondeos y trackings que aportan datos discrepantes y una única coincidencia es que ganarán los socialistas seguidos muy cerca por el PP. Todo lo demás está en el aire, con muy pocas certezas: si las urnas no dicen lo contrario a lo que apuntan esos sondeos, no habrá mayoría en el bloque de izquierdas ni en el de derechas, a no ser que los primeros sumen a los independentistas. Con una segunda certeza relevante que supone el alza espectacular de Vox, lo que era impensable hace apenas un mes. 

Se producen algunas situaciones insólitas en estas elecciones como la falta de empuje del PSOE, que se debe, sobre todo, al rechazo que provoca Pedro Sánchez, al que solo renovarán su confianza los socialistas de lealtad incondicional. Ocurre lo mismo en Ciudadanos, donde la caída que anuncian todos los analistas está directamente relacionada con la decepción hacia su líder Albert Rivera y sus bandazos políticos, mientras se incrementa la admiración hacia Inés Arrimadas -probablemente aún más sólida desde su participación en el debate del pasado jueves entre las cinco candidatas de los principales partidos- y también hacia el secretario general José Manuel Villegas, hombre siempre en segundo plano, pero de eficacia y rigor sobradamente demostrados. PSOE y Cs se resienten del rechazo hacia sus líderes, como en tiempos pasados ocurrió en el PP con Mariano Rajoy.

Pedro Sánchez convocó estas elecciones no por la imposibilidad de formar gobierno -podía haberlo hecho abriendo algo más la mano a Ciudadanos o aceptando al menos algunas de las exigencias del PP y Ciudadanos para la abstención- sino para incrementar su número de escaños. Error que anteriormente habían cometido líderes políticos extranjeros como Jacques Chirac o Theresa May, y que podría repetirse en el caso actual de España.

Más que un castigo a su escasa acción de Gobierno, atado de pies y manos por su minoría que le ha impedido, incluso, aprobar sus propios presupuestos, lo que ha provocado la falta de confianza hacia el candidato socialista que recogen los sondeos ha sido su política respecto a Cataluña y, en las últimas semanas, los datos económicos y de empleo, que han servido de base al PP para recordar que los ejecutivos socialistas no afrontan con eficacia las crisis, y que fueron gobiernos del PP, de Aznar, Rajoy, los que pusieron en marcha medidas estructurales que recondujeron la situación y frenaron el chorro de desempleados que hacían cola ante las oficinas del Inem. Decidieron reformas drásticas y expeditivas, muy duras, pero sacaron a España de una situación crítica.

Sánchez, víctima de sí mismo por su falta de coraje para enfrentarse a la violencia de los independentistas catalanes, no ha podido demostrar mayor capacidad de diálogo que el PP con los secesionistas que, como a Rajoy, le ponían condiciones inaceptables por delante y que Sánchez, además, no rechazó de plano como hizo el anterior presidente sino que se las guardó en el bolsillo, uno de los errores monumentales que ha cometido. Así ha llegado al final de la campaña con una polémica muy seria en la que se ha cuestionado su respeto a la independencia de la Justicia. Unas declaraciones desafortunadas que han obligado a su equipo a dar explicaciones ante lo consideraron un problema de comunicación del presidente por su cansancio, y también a que antes del día de reflexión organizaran dos entrevistas que no estaban previstas inicialmente. No importaba cambiar la agenda con tal de salir del entuerto.

Hay inquietud en el PP por la aparente subida espectacular de Vox, nervios que se advertían en aquellos que, desde primera hora, pedían a la dirección los datos del tracking que enviaba diariamente la empresa contratada. Pablo Casado ha apostado en esta campaña por la moderación y el centrismo para alejarse del extremismo de Abascal y, además de la subida de Vox, le preocupa el resultado de Ciudadanos, socio preferente del PP y partido con el que gobierna en varias regiones y alcaldías con el apoyo de Vox. Partido este último que ya ha anunciado que seguirá apoyando al PP, y lo hará sin exigir a cambio cuotas de gobierno. Vox prefiere tener un puesto cómodo sin responsabilidades de gestión, pero imponiendo iniciativas desde la oposición sabiendo que lo hace desde una posición de fuerza. 

El problema de Casado es que son tan altas las expectativas que le han dado algunos sondeos, que subir 20 o 30 escaños se considerará un fracaso porque el listón se había colocado en superar, al menos, el centenar. Aún así, nadie cuestiona en este momento el liderazgo del presidente del partido, que en abril tuvo el resultado peor de la historia del PP pero, en cambio, se hizo con un número importante de gobiernos gracias a los pactos con Ciudadanos y Vox.

El PP acusa al PSOE de promover la subida de Vox para debilitarles a ellos y a Ciudadanos. Una denuncia que no se basa en nada, aunque es verdad que la prevista subida del partido de Abascal fragmenta a esos dos partidos. Pero así es el juego político; en Podemos se acusa al PSOE de promover el partido de Errejón, también en un lícito juego político. En cualquier caso, lo habitual es que la subida de un partido no se deba solo a su propio empuje más una posible ayuda externa, sino a la falta de reacción de quienes se encuentran en su mismo campo.

Dimisiones

El 10-N ya está en potencia aquí y esa jornada, con los números de escaños de cada partido, se darán los primeros pasos para las necesarias negociaciones con vistas a formar Gobierno. Y esa noche, lo mencionan con naturalidad varias formaciones, pueden producirse dimisiones como ya ocurrió en otras citas electorales previas con candidatos que no alcanzaron los resultados mínimos esperados. 

Los ojos se ponen en Rivera que, además, ha declarado que no le preocuparía dejar la política porque tiene una carrera profesional. Declaración torpe, reconocen los suyos, aunque no significa que baraje la dimisión.

En Moncloa, donde transmiten la seguridad de que Sánchez seguirá con despacho allí, preocupa Cataluña. No solo porque hay que garantizar una jornada electoral sin incidentes que obliguen a repetir elecciones en algunas mesas si los CDR logran su objetivo de impugnarlas, sino porque es fundamental para ellos que los independentistas de ERC no consigan tantos escaños como para convertirse en socio necesario para la investidura. El PSOE, como ocurrió con el PP hasta poco antes de la caída de Rajoy, siempre consideró a Junqueras un independentista capaz de no dar paso hasta que sus iniciativas fueran legales, pero con el tiempo se ha visto que el líder de ERC es un hueso muy duro de roer. No un cobarde como el fugado Puigdemont, pero implacable a la hora de cumplir sus objetivos.

Casado no responde cuando se le pregunta si apoyaría la investidura de Pedro Sánchez y sostiene que está en condiciones de ganar. También los socialistas afirman que no tienen duda de que conseguirán la mayoría necesaria, pero reconocen también que los últimos días han sido difíciles y no saben cómo van a influir en los votos que recojan las urnas.

La suerte ya está echada.