Un gastrolounge como el salón de casa

M.B
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Alfonso del Caño nos abre las puertas del Corinto, un local con más de 40 años de historia pero que hace algo menos de diez cambio de concepto

Alfonso del Caño, en la cocina del Corinto. - Foto: Jonathan Tajes

El concepto es el concepto, que diría el mítico Pazos de la película Airbag. En este caso el concepto es gastrolounge, a caballo entre la invención y el hoy archiconocido término gastrobar, que, en este caso, surgió hace ya casi ocho años en un local en la calle María de Molina con más de cuarenta de historia, y que ha hecho del mismo casi el salón de casa de muchos vallisoletanos.

Corinto es eso, un gastrolounge, «una palabra inventada que le pusimos en su día antes de que empezara la fiebre de los gastrobares. Se lo pusimos casi como idea de nuestro publicista, por el concepto de lounge de la sala de arriba, de sitio acogedor, de salón de casa», refrenda sobre ese concepto el que hoy es la cabeza visible de este céntrico restaurante vallisoletano, Alfonso del Caño. Junto a él, ahora máximo accionista, se mantienen Estefanía Luyk y el exfutbolista Borja Fernández. Hace esos ocho años se hicieron cargo del negocio, que ya llevaba décadas dando vinos y tapas en la zona: «Tenemos clientes octogenarios que siguen viniendo a tomar el vino de cada día». Y decidieron mantener el nombre: «Fue un tema a tratar cuando nos metimos como socios. Mi voto fue seguir llamándose Corinto». Y así fue... más el concepto gastrolounge.

Del Caño, además de dueño, es hoy el encargado de sus fogones. «Tras varios años con negocios en los que ya la gastronomía empezaba a primar, como en Monsó, aunque en ese caso de forma más reducida, y Corinto, y después de irme introduciendo en este mundo con varios cursos, hace dos años estudié Jefe de Cocina en la Escuela Internacional, y fue un acierto», recuerda Del Caño, que hoy está al frente de tres personas en la cocina de Corinto.

Su gastronomía tiene una base de cocina mediterránea, con guiños y toques informales, con sus sandwiches y hamburguesas, «pero en plan gourmet», y algunos pequeños toques de cocina japonesa. «También nos gusta lo tradicional, con unos callos que nos dicen que están exquisitos», apunta Alfonso del Caño, que cada vez se fija más en los productos kilómetro 0 y de temporada para seleccionar y realizar sus preparaciones. «Tratamos de mantener una carta uniforme, cambiando algunos platos en función de la temporalidad. Ahora, tras el confinamiento hemos introducido cinco nuevos». Sus croquetas –rebozadas en panko desde el primer día– y la tortilla de patatas ya se han llevado premios, aunque la carta, presentada de forma sencilla y directa, cuenta desde carnes a pescados, con esos toques informales. «Nos dieron un par de premios hace unos años. En el caso de las croquetas, por ejemplo, el secreto es usar una buena materia prima. La cecina y el jamón que echamos son los mismos que tenemos en las raciones», aclara sobre uno de sus productos estrella.

«Para nosotros la decoración es un elemento importante. Al principio nos presentamos con fotos de famosos, un poco en Blanco y Negro, al estilo chill out. Luego ya lo cambiamos a como está ahora, aunque en este parón le hemos dado un buen lavado de cara», añade Del Caño sobre un local con decoración vintage y toques industriales; con dos plantas, aforo para 85 personas, una terraza con cuatro mesas altas, dos barras y dos ambientes en ese salón de casa, uno más informal, con mesas altas y a la vista; y otro más íntimo, casi en una especie de reservado. Abierto para comidas y cenas todos los días de la semana menos los domingos, cuenta también con dos menús para grupos de mínimo ocho personas (por 32 y 36 euros).

«No tengo ni idea el porqué del nombre. No llegué a conocer al propietario, el que le puso el nombre en su momento», aclara Alfonso del Caño sobre el de Corinto. Porque el del gastrolounge ya ha quedado claro. El concepto es el concepto.