Los restos de un monumento

Jesús Anta
-

El Ayuntamiento regido por García Quintana inauguró en 1935 un monumento como homenaje al insigne literato vallisoletano Leopoldo Cano, fallecido un año antes

Los restos del monumento a Leopoldo Cano. - Foto: Jonathan Tajes

En el jardín del Museo Nacional de Escultura, debajo de una arquería perfectamente visible desde la calle Cadenas de San Gregorio, hay un torso. Es lo que queda del monumento que en abril de 1935 inauguró el Ayuntamiento regido por García Quintana como homenaje al insigne literato vallisoletano Leopoldo Cano, fallecido un año antes.

El monumento se ubicó en la plaza de la Libertad, cerca de la casa donde nació el dramaturgo: el antiguo palacio del Almirante, en suyo solar se había construido el teatro Calderón, donde Cano había obtenido algunos de sus éxitos teatrales.

La obra recibió grandes elogios, pero el clima político que se respiraba en la ciudad hizo del monumento el blanco de intencionadas críticas y sufrió el maltrato de algunas personas, pues además de las formas de la matrona, que tenía marcados sus rasgos femeninos, el escultor, Emiliano Barral,  era de tendencia progresista y su creación  se tachó de homenaje a la República y a la III Internacional Comunista.

El gobierno municipal conservador que sustituyó a García Quintana desmontó la escultura, y en 1936  en su lugar instaló un busto clásico de Leopoldo Cano cuya realización se la encomendó al vallisoletano Juan José Moreno LLebra  ‘Cheché’. Más tarde se recolocó en su actual emplazamiento en el Paseo del Príncipe del Campo Grande.

El  caso  es que en junio de 1936, con el Ayuntamiento de nuevo en manos de Antonio García Quintana, se volvió a recolocar el monumento, pero en la plaza de la Trinidad,  frente  al Palacio de Benavente, donde ahora está la Biblioteca de la Junta de Castilla y León. Mas,  el golpe de estado militar del 18 de julio provocó su destrucción por los grupos políticos más radicales. La base quedó como un banco de la plaza y los restos de la escultura desaparecieron,  hasta que en la década de 1980 el Catedrático de Arte Juan José Martín González descubrió el torso de la matrona, que lo tenía la Cofradía de la Antigua Devoción del Carmen Extramuros, y que al saberlo lo donó al Museo de Escultura. El resto del cuerpo de la  matrona y  los niños que la acompañaban, hasta ahora siguen sin localizarse.

Esto es lo que queda de aquel grandioso monumento a Leopoldo Cano y Masas, escritor nacido en Valladolid en noviembre de 1844, y falleció en Madrid en abril de 1934.  Hombre polifacético, fue  matemático, literato y militar (carrera en la que alcanzó el grado de general). Destacó como autor teatral y sus obras lograron gran éxito en España y América. En 1910 entró en la Real Academia Española. Su estilo, acaso ampuloso para nuestros días, estaba acorde con la moda de su tiempo. Fue un autor de espíritu liberal con  preocupaciones sociales que plasma en muchas de sus obras. Se le clasifica dentro del Realismo y se lo considera como uno de los discípulos de José Echegaray. Su obra más importante fue La Pasionaria,  estrenada en el Teatro Jovellanos de Madrid.  Y se acercó a la tragedia clásica al publicar  La muerte de Lucrecia. Leopoldo Cano, que en vida recibió honores y homenajes,  alentó los primeros pasos de Pérez Galdós y éste le correspondió con grandes elogios de su obra.

EL DETALLE / Una moderna escultura

En abril de 1934, año de fallecimiento de Leopoldo Cano, el Ayuntamiento de Valladolid convocó un concurso nacional para la erección del monumento dedicado al popular dramaturgo. Se presentaron tres proyectos y fue elegido el de Emiliano Barral, ya conocido en nuestra ciudad por su escultura de Núñez de Arce instalada en el Campo Grande (cerca de la fuente de la Fama). El proyecto representaba a una matrona de gran tamaño (solo el torso mide casi un metro) cuya túnica cobijaba a tres niños: una alegoría del amor fraternal, que el escultor definió como  “hijos distintos pero unidos bajo el manto de la misma madre”. El monumento no nació con buen pie, pues  algún periódico publicó que lo que representaba  no era muy acertado pues el Ayuntamiento había propuesto que fuera una alegoría de La Frontera, obra poco conocida de Leopoldo Cano. Pero seguramente en el fondo lo que había es que se trataba de una moderna escultura que nada tenía que ver con el típico busto ni con una  clásica representación.