Un desastre que no acaba

SPC-Agencias
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Palestina sigue dividida en dos por culpa de una brecha política entre Al Fatah y Hamas que, lejos de acabarse, aísla cada vez más a un territorio que vive bajo la amenaza de desaparecer

Un desastre que no acaba - Foto: Mohammad Ibrahim.

Los problemas nunca vienen solos. Y a la ya de por sí encarnizada disputa que mantienen Israel y Palestina se suma un conflicto interno en el bando árabe, el que mantienen Al Fatah y Hamas, el movimiento islamista que desde hace 13 años se hizo con el control absoluto de Gaza, partiendo en dos a la sociedad de la Franja -y, por extensión, de Cisjordania- iniciando un desastre político y humanitario que está lejos de concluir.

Después de ganar las elecciones en 2006, Hamas formó un Gobierno de unidad con el partido liderado por Abu Mazen, pero se trataba de una relación destinada a romperse. En junio de 2007, el grupo radical imponía su ley y abrió una lucha con Al Fatah, que, después de varias semanas de lucha -que acabaron con más de un centenar de muertos y medio millar de heridos-, fue expulsado de Gaza. 

Las relaciones entre ambos bandos y entre las familias que perdieron a algún miembro en esa guerra civil aún no se han restaurado. 

«Si a mi hijo lo hubiesen matado los judíos, no estaría triste, porque sería considerado un mártir y un héroe. Pero que le matase otro palestino armado, me enfada y me vuelve loco. No se qué le hizo mi hijo a Hamás ni por qué le mataron», explica entristecido Abdelkarim Ellouh, cuyo hijo Nooh murió aquellos días de hace ahora 13 años por las milicias extremistas.

La toma del poder de Hamas y la expulsión de las fuerzas leales a Mazen -que desde entonces gobierna solo en parte de Cisjordania- dio comienzo también al inicio del férreo bloqueo israelí sobre el enclave, que, en casi tres lustros y junto a la división, ha destrozado económicamente el hogar de dos millones de habitantes y una de las zonas del mundo con mayor densidad de población.

Dimitry Diliani, líder del movimiento reformista de Al Fatah, señala que «la reconciliación» con el movimiento islamista «es la piedra fundacional de la reconstrucción de la unidad nacional» palestina. Para él, «reforzar el frente interno» es fundamental para «enfrentarse a todos los riesgos inminentes que rodean la cuestión palestina. Es lo más importante en las circunstancias actuales», cuando Israel se prepara para anexionar parte del territorio palestino ocupado de Cisjordania.

Los riesgos para los palestinos, asegura, «aumentaron tras la división a que dio lugar el golpe de Estado de Hamas contra la autoridad palestina (ANP) en Gaza».

La división interna ha creado dos territorios, dos gobiernos y dos entidades aisladas, y cada año la brecha se hace más profunda, porque todos los intentos por cerrar las heridas fracasan.

En estos momentos, ni siquiera hay un intento de diálogo en marcha, cada movimiento gobierna su territorio: la ANP está centrada en Cisjordania con una fuerte crisis financiera y la declaración del fin de todos los acuerdos firmados con Israel, mientras que Hamas continúa gobernando en Gaza, donde impone un rígido control de seguridad y mantiene una agenda islamista.

La división es un desastre que daña a cada uno de los ciudadanos en todos los niveles -social, político y económico- y, además, ha animado al Gobierno hebreo a intensificar su yugo sobre los territorios árabes. Sin embargo, en vez de hacer cierto eso de que «la unión hace la fuerza», Palestina sigue cediendo y vive bajo la amenaza de desaparecer.