Putin tiene la última palabra

Agencias-SPC
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Lukashenko se aferra a su 'hermandad' con el líder ruso y a la importancia geopolítica de la exrepública soviética para Moscú, con el fin de evitar que la oposición le arrebate el poder

Putin tiene la última palabra - Foto: TATYANA ZENKOVICH

Si Ucrania es importante para Rusia, Bielorrusia no lo es menos. Por ello, el jefe del Kremlin, Vladimir Putin, es quien tiene la última palabra sobre la permanencia en el poder del presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, aislado y enfrentado a su propio pueblo.

«Sinceramente, veo a Putin como mi hermano mayor», aseguró Lukashenko, que tiene dos años menos que su colega, antes de las elecciones del 9 de agosto.

Fiel a esa relación entre hermanos eslavos, Putin fue el primero en felicitarle por su reelección y el primero al que llamó el vencedor en busca de consejo y ayuda cuando las protestas se propagaron como un reguero pólvora por la nación.

Mientras una parte de los rusos ha expresado su solidaridad con el pueblo bielorruso ante la brutalidad policial, cada vez son más las voces cercanas al Kremlin que insinúan que Moscú podría enviar tropas al país vecino, en caso de necesidad.

Si el derrocamiento del ucraniano Viktor Yanukovich representó un problema -posible despliegue de bases de la OTAN-, al igual que una oportunidad -anexión de Crimea- para Rusia, la caída de Lukashenko solo tiene lados oscuros.

Putin siempre hiló muy fino con su vecino, consciente de la importancia geopolítica del país para la seguridad estratégica de su país. Perder Bielorrusia a manos de Occidente crearía un cinturón rebelde en el patio trasero de Rusia que se extendería desde Georgia en el Cáucaso a Ucrania en el mar Negro y seguiría en Bielorrusia hasta alcanzar las tres repúblicas bálticas.

Las relaciones últimamente no eran buenas entre Moscú y Minsk. Putin había cedido ante la presión de sus ministros liberales, que mantienen que la economía rusa no se puede permitir subsidiar a un país extranjero, por muy hermano que sea. Lukashenko vio en esta postura una traición en toda regla y, dolido, se vengó negándose a firmar en diciembre pasado el tratado de Unión Estatal con Rusia y acusó al Kremlin durante la campaña electoral de apoyar a sus detractores. Por ello, no todos vieron con malos ojos en Moscú el estallido de las protestas.

 

Aviso a navegantes

Pero en las calles de Minsk se juega mucho más que el futuro de Lukashenko. Es bien sabido que los líderes de la oposición tienen vínculos con Moscú, pero están en contra de seguir siendo un protectorado ruso. Nadie duda de que, una vez derrocado el mandatario, la última economía planificada del continente tendrá que replantearse su política exterior, diversificar sus fuentes de energía y afrontar un programa de privatización en el que las compañías europeas tendrían mucho que decir.

Demasiados riesgos. Putin ha optado, de momento, por apoyar a su aliado, pese a los numerosos desplantes de los últimos años, que incluyen la negativa de Minsk a desplegar bases militares rusas en su territorio. Incluso, ha manifestado su apoyo público a su colega, al tiempo que ha denunciado los intentos de injerencia externa con el fin de derrocar a un presidente «legítimamente elegido en las urnas». 

El Kremlin también ha mencionado la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, un pacto según el cual, Rusia podría intervenir militarmente en Bielorrusia, pero solo si Minsk lo pide en caso de una «agresión exterior». Esa intervención requeriría el apoyo, aunque sea tácito, de Kazajistán, Armenia, Kirguizistán y Tayikistán, que se verían sometidos a una gran presión internacional.

Dicha actuación no sería bien recibida ni por los bielorrusos ni por los rusos. Lukashenko podría causar más problemas que beneficios si convence a Putin para que intervenga en el país, ya que la reacción occidental podría ser incluso peor que la que provocó la anexión de Crimea. Y ahora Putin no quiere problemas.