Un paseo por por los cielos

Maricruz Sánchez (SPC)
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La observación de las estrellas es una pasión capaz de acercar a sus adeptos al origen del universo, en un viaje por su vasta inmensidad, plagada de belleza y secretos

Un paseo por por los cielos - Foto: Fakrul Jamil Photography

El cielo y todos los elementos que lo pueblan, en su infinita belleza, han sido y siempre será un gran misterio para el hombre. Un enigma que planea sobre su cabeza desde el origen de los tiempos y que genera un efecto hipnótico en él. Solo así podría explicarse porque la astronomía y la observación de las estrellas son una parte tan importante de la Historia.

La respuesta reside en su conexión con esos primeros mitos construidos en torno a los cuerpos celestes: admirar la extensión de la Vía Láctea, los restos de cometas que arden al penetrar en la atmósfera, o la reluciente aurora boreal, permiten a la humanidad entender mejor el espacio y el lugar que ocupa en él.

Partiendo de esta reflexión, y de la cada vez más extendida afición a mirar el cielo y presenciar los fenómenos que alberga, tomar fotografías de ellos y viajar a determinados lugares solo para poder disfrutarlos de cerca (el conocido como astroturismo), Valerie Stimac acaba de presentan un texto único en su especie: Cielos Oscuros (lonely planet-geoPlaneta). Una obra que ayudará a experimentar el universo de primera mano, y que invita a ver en directo alguna de estas reliquias celestiales.

«Dedicar tiempo a disfrutar del cielo, ya sea viajando o desde el patio de casa, mejora nuestro conocimiento y aprecio por el planeta y todo el universo», apunta la autora. Con esta pretensión concibió un libro que no es una enciclopedia de astronomía o una guía exhaustiva de todas las experiencias espaciales del mundo, aunque sí recoge muchos lugares donde se puede disfrutar de una aurora boreal, ver meteoros y estrellas en un cielo nocturno oscuro, e incluso maravillarse ante la ingenuidad humana, que está convirtiéndonos en una especie multiplanetaria.

El objetivo de Stimac es que su trabajo sirva de inspiración y despertar el interés por disfrutar del próximo destino tras la puesta del sol, alargar el viaje para vivir una experiencia cósmica, o planificar una escapada bajo un manto estrellado en cualquier parte del globo. No en vano, los defensores de estas prácticas están ganando terreno, capaces de convencer a las autoridades de que no necesitan menos luces, sino más inteligentes (que iluminen el suelo).

Así, aumentan en número y popularidad los lugares certificados como cielo oscuro y cada vez más gente se interesa por el astroturismo y busca áreas menos pobladas para observar el firmamento.

Porque no hace falta ir muy lejos para contemplar el cielo. A veces basta con asomarse a la ventana más cercana. Se pueden admirar eclipses lunares desde cualquier parte, cuando la sombra de la Tierra cubre lentamente la Luna, y los eclipses solares deben observarse necesariamente durante el día. Mientras, los planetas son visibles incluso desde el centro de las principales ciudades, y la luna siempre es agradable de ver, incluso con el equipo óptico más modesto.

 

Más allá de la tierra

A priori, la inmensidad del universo escapa a la comprensión humana: aunque la tecnología permite ampliar los conocimientos sobre lunas, planetas y soles, resulta difícil imaginar todos los lugares que existen en el sistema solar, en la galaxia, cuando se deja atrás la silueta de la Tierra.

La naturaleza en el planeta azul no deja de sorprender; la gente peregrina al Everest, al Niágara o al Amazonas, y otros enclaves increíbles pero, en general, admirar el cielo nocturno se queda fuera de la lista de experiencias naturales que uno se plantea por descubrir. Sin embargo, su grandiosidad puede ser aún más conmovedora que las maravillas terrestres.

«A lo largo de millones de años, las estrellas han rotado sobre nuestras cabezas y los planetas han realizado su danza celestial. Observar este desfile solía ser un ritual nocturno para los humanos de todo el mundo hasta hace muy poco. Sin embargo, si bien solemos reservar viajes para descubrir nuevas ciudades y probar nuevos sabores, raramente hacemos lo mismo para ver fenómenos astronómicos y disfrutar de experiencias espaciales. Quizá observamos las estrellas de niños o aprendimos astronomía en la escuela, pero no viajamos para descubrirla de primera mano», destaca Valerie Stimac.

Según ella, no buscar encuentros con fenómenos astronómicos, ya sea en un parque de cielo oscuro certificado de los que ella aglutina en su obra, una lluvia de meteoros o un eclipse, priva de una experiencia mágica. «Hace menos de 100 años, ver el cielo nocturno despejado era un derecho natural; ahora es inaccesible a los habitantes urbanos de todo el planeta. Pero todavía lo tenemos a nuestro alcance si lo buscamos», reflexiona.

Para Stimac, la astronomía es una ciencia milenaria aunque, en este Siglo XXI, se está más cerca que nunca de entender el cielo nocturno. Pese a todo, todavía queda mucho que ni siquiera sabemos preguntar. Dudas aún sin respuesta que aparecen al mirar las estrellas y las galaxias en la noche estrellada, la muerte de viejas estrellas en supernova, el nacimiento de otras en nebulosas estelares (a veces llamadas cunas), y en algunos casos, los impactos de los agujeros negros invisibles a veces en el espacio que los rodea.

Desde el punto de vista de esta experta, incluso la carrera espacial del Siglo XX, en parte, respondió al interés del hombre por alcanzar las estrellas. Hitos como enviar el primer hombre al espacio o llegar a la Luna fueron significativos, porque supusieron pasos importantes fuera de lo conocido, la Tierra, ese lugar que hemos llamado hogar durante milenios.

Y en esa búsqueda incansable del más allá, la raza humana ha seguido lanzando satélites, orbitadores, telescopios espaciales y astromóviles (rovers) para explorar a fondo el espacio y entender mejor cómo funciona el universo.

 

Impulso oficial

En la actualidad, existe un auge del movimiento para la preservación de los cielos oscuros. Promovido por organizaciones internacionales, como la Asociación Internacional de Cielos Oscuros (IDA por sus siglas en inglés, International Dark-Sky Association), organismos nacionales como la Real Sociedad Astronómica del Canadá y entidades locales y grupos de interés, se trata de una corriente creciente para preservar los cielos oscuros donde todavía son visibles, o en algunos casos recuperarlos, gracias a la planificación de infraestructuras y cambios en la iluminación.

La IDA, fundada en 1988, colabora con estos lugares para aplicar políticas de control lumínico, con el fin de conservar lo que se considera cielo nocturno. Una categoría de paraje para la observación que puede ser de cuatro tipos.

En primer lugar figuran los Dark Sky Communities (Comunidades de cielo oscuro): zonas residenciales, pueblos o ciudades que aplican control lumínico.

Le siguen los Dark Sky Parks (Parques de Cielo oscuro), que son espacios públicos o privados protegidos por conservación natural, que ofrecen buena información sobre los cielos nocturnos y empleo de iluminación orientada expresamente a reducir la contaminación lumínica.

La cuarta posición la ocupan las Dark Sky Resrves (Reservas de Cielo Oscuro). Se trata de enclaves de cielos nocturno rodeadas por poblaciones que reducen la contaminación lumínica para protegerlas.

Por último están los Dark Sky Sanctuaries (Santuario de Cielo Oscuro). Estos son lugares remotos donde los cielos son oscuros y necesitan protección. Joyas en el firmamento que requieren cuidados para que podamos seguir observándolas.