El Pasaje Gutiérrez más desconocido

Óscar Fraile
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Una investigación del historiador Clemente de Pablos saca a la luz datos inéditos de este icónico lugar. «El 90 por ciento de lo que sabíamos hasta ahora de este sitio era falso», asegura

Pasaje Gutiérrez, de Valladolid. - Foto: J. Tajes

Es probable que la mayoría de los vallisoletanos citarían el Pasaje Gutiérrez si se les conminara a hacer una relación de los sitios más emblemáticos de la ciudad. Pero también es muy posible que casi todos desconozcan con detalle la historia que atesoran estas galerías. Y puede que lo que supieran hasta ahora no sea del todo cierto. Clemente de Pablos, doctor en Historia del Arte, se ha pasado un año investigando aspectos desconocidos del Pasaje Gutiérrez y los ha reflejado en un libro homónimo. Y una de sus conclusiones es tan clara como contundente: «el 90 por ciento de lo que se sabía hasta ahora es falso». De Pablos ha consultado una vasta bibliografía, además de archivos locales y franceses y documentos muy reveladores, como el testamento de Eusebio Gutiérrez, el acaudalado empresario de origen cántabro que impulsó el Pasaje a finales del siglo XIX. De él ha descubierto, por ejemplo, que se dedicaba a la compra de terrenos y a la construcción, que tenía dos fábricas de harina, en Tudela y cerca de Villagarcía de Campos, además de otros negocios: una ferretería en la calle de Cantarranas, actual Macías Picavea, otro de producción de aceites y jabones y una fábrica de resinas. Además, se sabe que en octubre de 1864 estuvo en la cárcel de Santander acusado de carlista. Gutiérrez encargó el proyecto del Pasaje Gutiérrez al arquitecto Jerónimo Ortiz de Urbina, impulsor también de la fachada del Teatro Calderón y el colegio San José.
Uno de los aspectos que precisa esta investigación es el origen de la inspiración de la obra. De Pablos sostiene que «muchos autores han querido comparar el Pasaje Gutiérrez con pasajes belgas, italianos y alemanes», pero él sostiene que la influencia es francesa, y para ello pone como ejemplo la similitud que existe con las Galerías Colbert de París.
La investigación aborda el origen de muchos de los elementos que lucen en el Pasaje. Por ejemplo, la cubrición. La actual es acristalada, con vidrio de la fábrica de cristales de La Granja (Segovia), y descansa sobre unos arcos con forma de artesa, pero no es la original. Pero en un principio estaba decorada con yeserías y se parecía más al Pasaje del Ciclón de Zaragoza. También revela datos novedosos sobre el grupo escultórico formado por dos niños que sostienen un reloj con campanilla para alarma en el balcón próximo a la entrada desde Fray Luis de León. Un reloj, por cierto, que tiene como objeto recordar a los comerciantes que tras la jornada de trabajo les esperan sus familias. De Pablos ha descubierto que estos niños tienen nombre: Pablo y Virginia, y que son los protagonistas de una novela del mismo título (Paul et Virginia, 1787), de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre. El origen de la escultura está en el taller parisino de Jules Visseaux, donde se hicieron otras obras con estos infantes como protagonistas. «Son dos niños que viven en la Isla Mauricio y se crían como hermanos, con un amor muy puro, hasta acabar encarnando los valores cristianos», dice el autor. Tanto es así que ese libro se convirtió en lectura obligatoria en todos los colegios católicos de Europa durante el siglo XIX. La escultura tiene pájaros en la base porque en una parte de la novela Pablo robaba nidos para satisfacer el amor de Virginia por estos animales.
estatua central. Uno de los elementos más reconocibles dentro del Pasaje es el Mercurio (Dios del Comercio) que preside la plaza central, copia de la obra de Juan de Bolonia. En el pedestal de la misma figura la inscripción ‘Val d’Osne’, que hace referencia a una «prolífica» fundición francesa. De Pablos ha encontrado esta figura en el catálogo de la fecha, y ha descubierto que por entonces tenía un precio de unos 410 francos. Como en todos los Mercurios, la escultura se eleva desde el suelo por un mascarón que sopla bajo uno de sus pies. Se trata del Dios Eolo.
Como si estuvieran custodiándolo, en los ángulos de la rotonda con los dos tramos del Pasaje se levantan cuatro figuras de terracota que representan las cuatro estaciones del año, con un hieratismo que contrasta con el dinamismo de la escultura central. Las uvas se pueden ver en la figura del otoño, con una copa en la mano; el ramo de espigas, en la del verano; la primavera, con flores sobre una bandeja; y el invierno, con frutos, una corona de acebo y un jarrón brasero de estilo romano a sus pies.
La obra de este investigador aborda otros elementos, como las pinturas del techo de Salvador Seijas Garnacho, y los usos del propio Pasaje, además de las vicisitudes históricas que ha tenido que soportar un espacio no siempre bien tratado, pero que ha resistido el paso del tiempo hasta convertirse en paso obligado de la ruta turística de Valladolid.

 

AL DETALLE

 

Pasaje Gutiérrez, de Valladolid.Pasaje Gutiérrez, de Valladolid. - Foto: J. Tajes

El impulsor, un rico empresario de la harina. El promotor del Pasaje, Eusebio Gutiérrez, quiso dejar sus iniciales en las rejerías de una ventana, en un «juego visual» en el que también se adivina una P en lugar de una E, en referencia al Pasaje. La investigación de De Pablos revela datos hasta ahora desconocidos de este acaudalado empresario de la construcción y la harina, con varios negocios repartidos por la ciudad. Jerónimo Ortiz de Urbina fue el arquitecto.

 

El Mercurio costó 410 francos. Otro de las novedades que aporta la investigación de De Pablos es el precio de la escultura industrial del Mercurio que preside la plaza central. La pieza de hierro salió de la Sociedad de Altos Hornos y Fundiciones de Arte del Val d’Osne, ubicada en Haute-Marne, y, según su catálogo de la época, y aplicado un cálculo de la actualización con el paso del tiempo, el precio ronda los 410 francos. 

Pasaje Gutiérrez, de Valladolid.Pasaje Gutiérrez, de Valladolid. - Foto: J. Tajes

 

Pinturas de un profesor local. Las pinturas del techo son de Salvador Seijas, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid y autor de obras decorativas en la Academia de Caballería, el Café Imperial y el Círculo de Recreo. Una representa la agricultura (aunque no es el cuadro original), otra, Apolo y las bellas artes, la tercera se refiere a la primavera, la cuarta a la industria (tampoco es original) y el último es Mercurio tocando la trompeta del triunfo.

 

Pasaje Gutiérrez, de Valladolid.Pasaje Gutiérrez, de Valladolid. - Foto: J. Tajes

Cuatro estaciones en terracota. Las cuatro esculturas de terracota que custodian al Mercurio central representan las cuatro estaciones del año. De Pablos precisa en la investigación que, «tras consultar bases de datos y bibliografía francesa», fueron realizadas en el taller de Jules Visseaux, artista originario de Carignan con taller en París. Sus obras decoran los principales castillos de Francia y contaba con un gran prestigio internacional.

 

La cubrición no es la original. La rotonda central se cubre con una cúpula acristalada sobre ménsulas de hierro colado, formado por gigantescos trapecios de vidrio. Pero el autor sostiene que la original no era así, sino que se asemejaba más a la estructura del Pasaje del Ciclón de Zaragoza, cuya arcada es también muy similar y decorada con yesería. «No sabemos nada acerca de cuándo aconteció tal modificación ni a qué respondió», reconoce De Pablos.

Pasaje Gutiérrez, de Valladolid.Pasaje Gutiérrez, de Valladolid. - Foto: J. Tajes

 

Más fotos:

Pasaje Gutiérrez, de Valladolid.
Pasaje Gutiérrez, de Valladolid. - Foto: J. Tajes
Pasaje Gutiérrez, de Valladolid.
Pasaje Gutiérrez, de Valladolid. - Foto: J. Tajes

Los niños son personajes literarios. De Pablos ha descubierto que los niños que aparecen con un reloj en realidad son dos personajes literarios de la novela Paul et Virginia, de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre. El autor es Jules Visseaux, quien realizó otras obras muy similares, con estos dos protagonistas. Esta pareja llegó a convertirse en «un motivo iconográfico muy utilizado en las artes decorativas del siglo XIX».