De la magia a la tragedia

M.R.Y. (SPC)
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El accidente del Concorde hace 20 años significó el principio del fin de un avión que reflejó a la perfección el lujo de su época y que llegó a desafiar a la naturaleza con una velocidad superior a los 2.100 kilómetros por hora

De la magia a la tragedia

Viajar de París a Nueva York en poco más de tres horas era la carta de presentación del Concorde, un avión cuyo proyecto nació en la década de los 50 del pasado siglo, cuando el hombre aún no había llegado a la Luna, con el objetivo de desafiar a la naturaleza con vuelos supersónicos: superar la velocidad de la rotación de la Tierra y duplicar la velocidad del sonido. Un sueño que se convirtió en realidad precisamente el mismo año en el que Armstrong y compañía paseaban por la superficie lunar -1969- y que se convirtió en una pesadilla 31 años después, el 25 de julio de 2000, cuando un fatal accidente se convirtió en el principio del fin de un aparato que representó a la perfección el lujo y la ambición de una época. 

Los vuelos supersónicos eran una aspiración de varias potencias mundiales. EEUU, la URSS, Francia y Gran Bretaña querían desarrollar una aeronave comercial que superase la barrera del sonido, pero los altos costes del programa hicieron que los dos primeros abandonaran, de modo que, finalmente, se convirtió en un proyecto anglofrancés del que se beneficiaron British Airways y Air France para cubrir rutas entre Europa y América.

Su primer vuelo de prueba se produjo un 2 de marzo de 1969 y no fue hasta siete años después -en enero de 1976- cuando se realizó el primer viaje con pasajeros, que disfrutaron de este pájaro metálico que desafiaba a todo lo establecido hasta la fecha. El Concorde alcanzaba una altitud de entre 15.000 y 18.000 metros, cuando el techo de vuelo de un avión comercial se sitúa en alrededor de 12.000, lo que permitía a sus ocupantes observar la curvatura de laTierra; y superaba con creces, con sus más de 2.100 kilómetros por hora, la velocidad de rotación terrestre -1.674 km/h- y la del sonido -1.234,8 kilómetros por hora-. Su forma aerodinámica simulaba a un ave con su pico, pero ese morro extremadamente alargado impedía la correcta visión de los pilotos durante el aterrizaje o el despegue, por lo que sus ingenieros desarrollaron un sistema hidráulico que lo inclinaba para permitir una mejor visibilidad.

Fue mucho más que un avión. Era un símbolo de prestigio económico y social para Francia y el Reino Unido y un sinónimo de elegancia y lujo. No en vano, sus motores fueron desarrollados por Rolls-Royce.

Como ejemplo de este estatus, su precio. Un billete de Londres a Nueva York costaba más de 6.000 libras esterlinas de la época -unos 7.000 euros... a finales del siglo pasado- y, entre sus insignes viajeros era frecuente ver a Michael Jackson, Mike Jagger o Elizabeth Taylor. Viajar de Londres a Nueva York en tres horas no estaba al alcance de muchos, y menos con caprichos añadidos: se estima que en los 5.000 vuelos realizados en sus 34 años de historia, se descorcharon más de un millón de botellas de champagne.

 

Único error fatal

Pero todo cambió el 25 de julio del año 2000. El vuelo 4590 de Air France despegaba del aeropuerto parisino Charles de Gaulle rumbo a Nueva York con 100 pasajeros y nueve miembros de la tripulación a bordo. Pero nunca llegaría a su destino. 

Al efectuar la maniobra para dejar la pista, una rueda pasó por encima de una lámina de metal que se acababa de desprender de otro avión de Continental Airlines -culpable final del siniestro-, lo que hizo que el neumático estallara al momento. Un fragmento de la goma impactó contra el ala izquierda y provocó un daño en el depósito de combustible, de modo que el queroseno empezó a derramarse sobre el ala, que entró en llamas. Los pilotos trataron de hacer aterrizar la nave en el cercano aeropuerto de Le Bourget, pero no dio tiempo y acabó estrellándose sobre un hotel en el pueblo de Gonesse, a siete kilómetros del Charles de Gaulle. Además de los 109 ocupantes, murieron otros cuatro ciudadanos que se hospedaban en el edificio dañado.

Fue el único accidente registrado por este avión en sus 27 de transporte de personas, pero suficiente como para que comenzase su decadencia. Su ya de por sí cuestionada viabilidad por los altos costes se vio damnificada por este siniestro y el posterior atentado del 11-S, que puso en jaque a la industria.En noviembre de 2003, el Concorde realizó su último vuelo, poniendo fin a todo un símbolo de la aviación.