Martí y Monsó, notable personaje

Jesús Anta
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Producto de sus viajes por numerosos pueblos y ciudades españolas fue naciendo su gran obra, aún consultada en la actualidad: 'Estudios histórico-artísticos', editada en 1898

José Martí y Monsó. - Foto: Luis Calabia Ibáñez

Serán pocas las personas que puedan responder con inmediatez sobre donde está la plaza Martí y Monsó de Valladolid. Es una de las más céntricas, pero la mayoría de la población la conoce como plaza del Coca o de la Comedia. 
Este hecho parece confirmar una profecía que hizo el propio Martí, pues era contrario a cambiar los nombres tradicionales de las calles por los de personas, pues eliminando referencias topográficas, decía,  se borraban del callejero los rasgos propios de la villa. Así que el bueno Martí y Monsó debió revolverse en la tumba el día (enero de 1921) que los munícipes decidieron cambiar el nombre de la vieja plaza de la Comedia por el suyo propio.  Como escribió el cronista Luís Calabia Ibáñez: «Si Martí levantara la cabeza borraría a martillazos la placa con su nombre en la vieja plaza de la Comedia o el Teatro».
José Martí y Monsó es uno de los personajes más interesantes que han vivido en Valladolid.  Nació en Valencia en 1840 y recaló en Valladolid a raíz de que en mayo de 1863 ganara una cátedra en la Escuela de Artes y Oficios. Hasta su fallecimiento, en 1912, dedicó todos los años de su vida a la Escuela, de la que llegó a ser su director desde 1871 hasta el final de sus días. La dio brillo académico y fama, y por ello consiguió que se elevara a la categoría de Superior. Además, propició el ingreso en la Escuela de mujeres con inquietudes artísticas.
Producto de sus viajes por numerosos pueblos y ciudades españolas fue naciendo su gran obra, aún consultada en la actualidad: los ‘Estudios histórico-artísticos’ que editó por vez primera en 1898.  La obra, en la que se funde de forma extraordinaria la ilustración (dibujos realizados por el propio Martí –que era un excelente dibujante-) y la literatura, se convirtió en una referencia en el mundo del arte y la cultura.  Una obra que le encumbró a la categoría de hombre superior.
Como maestro, formó a pintores  vallisoletanos que alcanzaron gran relieve, como Marcelina Poncela, Anselmo de Miguel Nieto, Aurelio García Lesmes y Eduardo. Era admirado por Federico de Madrazo (Director del Museo del Prado) y participó con éxito en diversos concursos y exposiciones de alcance nacional e internacional. Le concedieron la Gran Cruz de Isabel la Católica; fue elegido Académico de San Fernando; perteneció a la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid; fue un gran valedor de la imaginería española que depositada en el Museo Arqueológico, del que fue nombrado Conservador-Restaurador y del que salieron muchas obras para formar el Museo Nacional de Escultura en 1932.
Falleció en diciembre de 1912 preparando una conferencia sobre el escultor Alonso González Berruguete que le había pedido el Ateneo de Madrid. Murió, además sin haberse podido jubilar, pues a pesar de llevar cincuenta años de servicio y cumplidos los setenta y dos, no se podía retirar hasta mayo de 1913, así que necesitaba los ingresos de su sueldo de catedrático, pues a buen seguro, tal como había sido la filosofía de su vida, no quería vivir del dinero de su esposa, Elvira Mendigutia, miembro de una influyente y acaudalada familia.

 


 

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EL DETALLE: TRANVÍA A SIMANCAS

 

El entusiasmo por el patrimonio y su difusión  llevó a José Martí en 1910 a  promover,  junto con el marqués de la Vega Inclán (ilustre vallisoletano gran mecenas del arte en España), una oficina de turismo en Valladolid. La ciudad entonces carecía de pulso turístico. Había que pasar del decir al hacer, según Martí,  y para sacarla de esa atonía se pensó incluso en construir un tranvía eléctrico a Simancas, entonces considerado un destino histórico, patrimonial y cultural de primer orden. La propuesta llegó a plantearse en Madrid, donde diputados, senadores e incluso ministros la cogieron favorablemente, sin embargo la idea no prosperó, a pesar de que, al parecer, los costes económicos se consideraban asumibles.  Aquello abatió un tanto al entusiasta Martí, que tras tan amarga decepción llegó a escribir que dudaba de que volviera a haber otro ambiente tan favorable para lograr lo que se había pretendido, pero que de volver a concitarse, a él y a la prestigiosa Sociedad Excursionista Castellana, de la que era director, lo tendrían dispuesto a colaborar.