40 años de la colza, el aceite que trajo muerte y desgracia

R.G.R
-

Valladolid se convirtió hace cuatro décadas en la segunda provincia del país más afectada por el consumo de aceite de colza. Cerca de 1.500 afectados y 261 muertes. Familias rotas bajo el paraguas de unas indemnizaciones consideradas insuficientes

Marisa del Amo se contagió por el consumo de aceite a los 15 años. - Foto: Jonathan Tajes

Aceite de colza desnaturalizado con anilina para uso industrial y posteriormente refinado para su comercialización y consumo humano. El aceite maldito llegó a la provincia de Valladolid procedente de Madrid hace cuatro décadas. Causó 261 muertes y cerca de 1.500 personas con dolencias que hoy en día perduran. El aceite de la muerte es un vago recuerdo en gran parte de la sociedad española, pero que se mantiene muy vivo en la memoria de los afectados, de aquellos que perdieron a sus seres queridos y de aquellos niños que hoy recuerdan cómo se les robó la infancia y que aún se preguntan por qué les tocó a ellos. 

Será en mayo cuando se conmemore el 40 aniversario de los trágicos sucesos que conmocionaron al país. Fue en el año 1981 cuando miles de vallisoletanos se vieron sorprendidos por el denominado síndrome tóxico. Los ingresos en los centros hospitalarios de la ciudad fueron constantes y ni médicos ni familias supieron cómo reaccionar ante tanta adversidad. Las dificultades, las penurias y las visitas a los doctores fueron constantes. 

El Gobierno tardó varios meses en impulsar el Plan Nacional del Síndrome Tóxico, y no fue hasta el mes de junio cuando el Ejecutivo comenzó a relacionar las múltiples dolencias con la ingesta del aceite de colza. Entonces fue cuando se puso en marcha una campaña para decomisar las ‘famosas’ garrafas de cinco litros, que se habían distribuido desde la capital vallisoletana a gran cantidad de municipios. 

Mar Gómez, de Nava del Rey. Mar Gómez, de Nava del Rey. - Foto: Jonathan TajesValladolid fue la segunda provincia de España, solo por detrás de Madrid, con mayor número de casos. Los afectados comenzaron a organizarse ese mismo año para pedir responsabilidades, tanto a los vendedores del aceite como a la propia Administración. Se fundó la Asociación de Afectados por el Síndrome Tóxico, promovida por José Centeno y Teodoro Cerrato. A pesar de las continuas reuniones y la fuerza que pudieron hacer en las administraciones, el juicio no comenzó hasta seis años más tarde. Las indemnizaciones oscilaron desde los 90.000 euros y los 540.000 dependiendo de la gravedad de cada uno de los casos. Unas cifras que los damnificados consideraron completamente insuficientes y que llegaron con importantes descuentos por los avances que se habían producido con anterioridad para ayudar en el coste de las enfermedades. 

Fueron 13 las condenas y 25 las absoluciones en un primer momento. No hubo homicidios. El Tribunal Supremo endureció las penas, aunque los afectados las consideraron insuficientes a todas luces. No hubo más. Las indemnizaciones llegaron más tarde. En Valladolid, muchas se pagaron a partir del año 2000. Casi veinte años más tarde. 

Han pasado ya 40 desde la aparición de los primeros casos y la colza permanece en el «olvido». Aquella fuerza que se realizó en Valladolid, de forma principal, de la mano de la difunta abogada Doris Venegas y que logró indemnizaciones para los afectados ha quedado atrás. La asociación se disolvió, muchos de los afectados han fallecido ya después de una vida llena de complicaciones. Aquellos que aún viven en Valladolid apenas tienen contacto entre ellos, viven con sus dolencias y en silencio. Sin más ventajas que la gratuidad en los medicamentos y con un sentimiento de olvido, de no estar presentes ya en ningún recuerdo.  

sin memoria. Cuando llegue el mes de mayo no habrá conmemoraciones en Valladolid. No hay nada preparado. Ni siquiera un pequeño acto acorde de las circunstancias sanitarias para recordar a las víctimas. «Cada uno hacemos nuestra vida. Sí hay una pequeña plataforma en Madrid, gracias a la que estamos informados por si hay alguna novedad, pero nada más», destaca uno de los afectados. 

Ahora, cuando han pasado cuatro décadas desde aquellos trágicos sucesos, muchos de los contagiados continúan pensando por qué les tocó a ellos. Por qué sus vidas se truncaron de repente y aún hoy en día tienen que vivir con unas secuelas que no les han permitido nunca hacer una vida normal. El maldito aceite que trajo muerte y dolor aún está entre nosotros.  

 

Mar Gómez (Nava del Rey, 50 años): «Las compañeras del colegio me daban la espalda cuando enfermé»

Ella sola. Con tan solo diez años. Nadie más en su familia estaba enfermo. «Mi madre abrió una garrafa en casa y le contó a mi padre que olía mal y que tenía posos. No la probamos». Sin embargo, comió un día churros en un puesto de su pueblo, en Nava del Rey. Empezó en el mes de junio a encontrarse mal. «Me costaba respirar y vomitaba mucho. Me pusieron 16 inyecciones de benzetacil, me limpiaron el estómago y el 8 de julio ingresé con una anorexia grave, con neumonía, el pulmón derecho muy tocado y también el páncreas dañado. Tuve suerte porque estuve siete días solo porque ya se estaba dando prednisona». 

Tuvo problemas en el bazo y en el hígado, pero finalmente los pudo controlar a base de medicación. Ahora, mantiene secuelas muy serias. Insuficiencia respiratoria, piel seca, fibromialgia... Trabaja en el sector comercial, pero lo hace solo a media jornada porque no es capaz de permanecer de pie, tiene dolores y fatiga. «No me aguanta el cuerpo, se me doblaban las piernas».

No duerme por las noches. «Un par de horas o tres». Recuerda cómo sus compañeras en el mes de septiembre de 1981, cuando empezó el nuevo curso en el colegio, nadie se quería acercar a ella. «No se arrimaba ni la familia. Eso es algo muy duro para una niña de diez años que no entiende qué pasa».  

 

Marisa del Amo (Villalón de Campos, 55 años): «Me operaron a vida o muerte y yo no entendía ni qué pasaba»

Tenía 15 años. Vivía con su familia en Villalón de Campos.  Comenzó con síntomas de insuficiencia respiratoria. Estuvo ingresada una semana con fiebre y manchas en la piel. Regresó a su pueblo con el alta el fin de semana. Su madre se empezaba a encontrar mal también. Tenía fiebre muy alta por las tardes.  Regresaron ambas al Hospital Clínico de nuevo. Su padre también tenían síntomas extraños. Los médicos decidieron que ambas permanecieran ingresadas. Ella por el pulmón y su madre apenas podía andar porque le afectó a la musculatura. «Caímos los tres».  

Yo estuve 16 días con fiebre todas las tardes sin que nadie supieran de dónde venía. «Un día me levanté de la cama para ir al baño y comprobé que tenía la pierna completamente morada». Una tromboflebitis hizo que la operaran «a vida o muerte». La operación salió bien, pero permaneció todo el mes de junio ingresada. A los seis meses volvió al centro hospitalario para retirarle la válvula. Y desde entonces ha tenido revisiones periódicas para comprobar el estado de su pierna. Reconoce que la enfermedad fue dura, pero lo fue más el hecho de no entender qué sucedía. «Fue peor de la cabeza que la enfermedad», asegura. Ahora, desde un punto de vista más alejado en el tiempo sigue sin entenderlo. «Cuando volví la primera vez del hospital en mi casa seguíamos comiendo con el aceite. Nadie sabía lo que pasaba».