Personajes con historia - Juan de la Cosa (I)

Dueño y maestre de la ‘Santa María’, realizó tres viajes con Colón al servicio de la Reina Isabel


Antonio Pérez Henares - 10/01/2022

Fue el mejor piloto de las Indias, participó en los tres primeros viajes de Colón. Con su amigo Alonso de Ojeda, por quien dio la vida para salvar la suya, recorrió las costas ya de tierra firme del continente y las cartografió. Suyo es el primer mapa de América, aunque el nombre se lo pusiera Vespucio. Fue el hombre de confianza de la Reina Isabel y sus ojos y oídos en el Nuevo Mundo. La nao Santa María era suya, la Mariagalante se llamaba, y se rebautizó para ser la capitana del Almirante en la singladura que cambio la imagen e Historia del mundo y de la Humanidad.

Los puertos vascos y cántabros, hasta más incluso que los asturianos y gallegos, que también, fueron los lugares donde desde el siglo XII nació y se forjó la poderosa Armada castellana que dominaría después los mares de todo el mundo. El Rey Alfonso VII, su nieto el VIII y su tataranieto Fernando III tuvieron como prioridad el disponer de una flota que compitiera y superara tanto a la de los países vecinos por el norte y aún más al enemigo musulmán por el sur. Con ella logró Castilla la hegemonía y tomar la última gran capital de Al-Andalus, Sevilla, dejando tan solo, y como vasallo, el reino de Granada. A partir de ahí los puertos del sur cobraron creciente importancia, pero los marineros del cantábrico siguieron teniendo una importancia decisiva en el descubrimiento no solo de América sino en la circunnavegación del mundo y la expansión del Pacífico, los nombres de Elcano, Urdaneta y Legazpi sobran como demostración. Blas de Lezo sería uno de los últimos de aquella estirpe de grandes capitanes del mar. Juan de la Cosa fue uno de los primeros.

Nació en Santoña, de familia hidalga y marinera, pero poco más sabe de su vida, ni siquiera la fecha de su nacimiento, entre los años 1455 a 1460, en aquellos años de niñez y mocedad, aunque ya que con mujer e hijo allí residió. Su apodo el vizcaíno con el que en ocasiones se le nombra nada más indica su procedencia pues tanto a los habitantes de Santoña como de los otros puertos cántabros se consideraba y mentaba como tales. Se hizo como marino en su mar de origen, pero no tardo en levantar vuelo y bajarse costeando hacia el sur. Se sabe que anduvo por aguas portuguesas, canarias y de la costa occidental de África.

Juan de la Cosa (I) Juan de la Cosa (I) Y que sus primeros servicios a la Corona española los prestó por allí. Aprovechando su condición de comerciante y su barco para espiar cómo les iba a los lusos en su carrera hacia la especiería. En eso andaba cuando se enteró en Lisboa, año 1488, que allí acababa de llegar el navegante Bartolomé Díaz después de haber logrado alcanzar el cabo de Buena Esperanza. Se logró zafar de las patrullas portuguesas que ya lo estaban buscando y regresar con la información a Castilla y dar cuenta de ella a la Reina Isabel. Ella se lo agradeció en mucho y lo tuvo y para siempre en la más alta consideración. Tanto fue así que ya de inicio y cuando se decidieron a apoyar a Colon, buscando la llegada al país de las especies cruzando el Atlántico, de quien dispuso y a quien puso para viajar justo a su lado fue a él. Es más, en su propia nao, la Mariagalante que así se llamaba, pero que se rebautizó para la ocasión y como capitana como la Santa María, que era algo más pesada y lenta, dedicada al comercio de cereales y salazón, que las otras dos de los navegantes andaluces de Moguer y de Palos, la Pinta de los Pinzones y la Niña, de los hermanos Niño, más ligeras y marineras.

 La Santa María cumplió y con Colón como capitán y Juan de la Cosa, como maestre y según palabra del Almirante con una tripulación «que eran todos o los más de su tierra» cruzó el Atlántico, y fue desde la llegada el 12 de octubre de 1492 a El Salvador, costeando por diversas islas hasta llegar en la noche de Nochebuena a La Española (hoy Dominicana y Haití) donde con mar en calma, dormidos todos excepto un grumete que quedó a vigilar, se levantó viento y la nao se fue contra las escolleras, encallando y naufragando después. La Santa María se perdió y Colón culpó de ello a De la Cosa, como maestre y responsable, por haberse acostado dejando contra su orden a un muchacho al mando y, aún más, no haberle ayudado a intentar salvarla y huir con el resto de la tripulación. Lo puso por escrito y como tal ha llegado hoy a nosotros de su pluma y transcrito por Bartolomé de las Casas. Sin embargo no hubo por ello, lugar a sanción alguna por parte de los Reyes al regresar en 1494 sino que bien al contrario fue indemnizado por la pérdida del barco que era de su propiedad y se le otorgó además el privilegio de poder vender trigo andaluz libre del llamado impuesto de saca en los puestos cántabros, vizcaínos y guipuzcoanos. O no le dieron mucha importancia a lo acaecido o no creyeron demasiado a Colón.

Las desavenencias de don Cristóbal se convirtieron en crónicas después de aquello, aunque ya antes en la travesía del océano algunas habían surgido. No al principio, pues el Almirante le tomó gran estima, convirtiéndolo en su interlocutor y una suerte de discípulo, enseñándole todo lo que sabía sobre la navegación en altura y los cálculos de latitud, el cántabro era avezado marinero, pero de aguas costeras, considerando que la destreza adquirida había sido «hechuras suyas». Pero cuando el otro comenzó a discutirle algunas decisiones el trato cambio y el genovés empezó a reprocharle que murmuraba de él y hasta pretendía saber más. Se agrió además más cuando en la revuelta y casi motín de la marinería (22 de septiembre) exigiendo volver entendió que no le había apoyado lo suficiente y que había participado en la reunión de maestres de las tres carabelas que le exigieron mostrase sus predicciones y cálculos de pronta arriba a tierra, situación que se salvó con la colaboración del mayor de los Pinzón y el cabeza de los Niño. La pérdida de la Santa María los distanció del todo, aunque no por ello y al final de sus días el Almirante no reconociera su enorme valía como piloto.

Nuevas discrepancias

Con el tablazón de la Santa María se construyó la empalizada del Fuerte Navidad donde quedaron 39 españoles acogidos muy amistosamente por los indios taínos que los habían recibido muy bien y eran en extremo pacífico y se comenzó el viaje de vuelta con Colón y De la Cosa, en la Niña y los pinzones en la suya. En esta singladura recorrieron de este a oeste más de 300 lenguas de costa y Colón les hizo firma que aquello era ya tierra continental y no una isla. Juan de la Cosa tenía el convencimiento de que no era así y se mostró contrario, pero al final firmó para no tener más disidencias. Juntos llegaron a aguas portuguesas donde estuvieron a punto de zozobrar primero en una terrible tormenta y luego ser apresados, de hecho algunos marineros lo fueron, en las Azores. La firmeza de Colón salvó la situación y llegados a Lisboa el rey luso ya dio todas las facilidades. Cuando al fin alcanzaron a Palos de la Frontera el 14 de marzo, el Pinzón, que arribó antes a Bayona ya le había dado por carta la noticia a la Corte de los católicos Reyes que estaban en Barcelona, el 4 de marzo.

Para la segunda expedición Colón no tenía muchas ganas de contar con él, pero los Monarcas sí, y le impusieron su presencia, aunque no consintió llevarlo con cargo prominente ni cercano, y fue como cartógrafo, «maestro de cartas de marear» en la Niña de los avezados navegantes de Palos donde amen de con ellos hizo ya amistad para siempre con el joven y audaz Alonso Ojeda al que uniría su suerte. Al llegar vieron que el Fuerte Navidad había sido arrasado y todos los españoles muertos. El trato a los indígenas, los abusos con las mujeres, «cada uno tenía al menos tres» tuvieron mucho que ver, aunque no fueron los taínos ni el cacique amigo quien lo atacó sino otro, Caonobo, de ascendencia caribe, quien los asalto y asesinó. Sería precisamente Ojeda quien a la postre se encargaría de él. Ambos ya habían conocido como se las gastaban esos otros indios, que tenían aterrado a los taínos, a los que asaltaban. Se llevaban a las mujeres y se las comían, pues entre sus hábitos el canibalismo era su gran afición gastronómica.

De este segundo viaje del que regreso en 1496 poco más se sabe de sus quehaceres, pero sin duda lo aprovechó bien para aprenderlo todo de aquellas aguas, certificar que Cuba era una isla y ganarse un prestigio cada vez mayor como piloto. También lo hizo en el tercero al que cada vez parece más claro que también fue y donde esta vez sí arribo a tierra firme en el golfo de Paria, en Macuro, actual Venezuela, junto a la desembocadura del Orinoco. Regreso, eso sí, a España antes de que lo hiciera Colón (1500), quien al final lo hizo encadenado desde La Española, por orden de pesquisidor Francisco de Bobadilla.

Afincado De la Cosa en el Puerto de Santa María, siempre en buena conexión con la Corte y la Reina Isabel, su fama como navegante y experto máximo en las aguas del Nuevo Mundo había ascendido a lo más alto, solo por debajo del Descubridor, al que los Reyes hicieron desencadenar de inmediato y restituyeron honor y fortuna, pero ya no le dieron el rango anterior y tampoco le devolvieron la exclusiva de los viajes a las Indias, que en 1499 habían decidido extender a otros exploradores.

(Continuará)