Historia de una confesión

A.G.M.
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En una entrevista concedida en noviembre de 2009 a 'El Día de Valladolid', el coronel de la Guardia Civil Francisco Javier Galache relató cómo fue la investigación del crimen de Olga Sangrador

Galache lleva detenido, en 1992, a Valentín Tejero. - Foto: El Día de Valladolid

El día 11 de noviembre de 2009, durante una entrevista con El Día de Valladolid, el coronel Francisco Javier Galache que, por entonces, acababa sus días en activo al frente de la Guardia Civil de Valladolid, recordaba cómo fue el arresto de Juan Manuel Valentín Tejero, una investigación de la que, cuando todavía era capitán del Instituto Armado, se encargó él de forma personal junto al juez instructor del caso, el magistrado Manuel García Castellón, que años después acabaría en la Audiencia Nacional y de juez enlace con Francia.

«Hay dos casos muy importantes en mi vida», recordaba Galache en la entrevista, «el de Olga Sangrador y el de Leticia Lebrato, ambos en 1992». «En el primero había unas circunstancias especiales porque entonces mi hija tenía los mismos años que ella y para mí fue una experiencia dura. Ahí está aquella toma de televisión con el ‘mírala, mírala’. Fue una investigación muy bonita, muy coordinada, muy con los jueces...», repasaba un Galache que exigió a Valentín Tejero que la mirase y que pidiese perdón sobre el cadáver de la niña en el pinar de Tudela en el que la enterró.

Junto al juez García Castellón había logrado que este pederasta confesase el lugar en el que dejó el cuerpo. Cuenta la leyenda que lo hizo durante una visita, todos de incógnito (Valentín Tejero, García Castellón, Galache y numerosos guardias), a un bar de Villalón: «No exactamente», aclaraba en esa entrevista el coronel. «Una vez que él confesó, ya como detenido, comprobamos cómo se había hecho y, efectivamente, estuvimos en todos los lugares en que había estado él y la niña», recordaba un Galache que se encontró ante una persona que «se cerró y no quería hablar». «En un primer momento no nos dijo exactamente dónde estaba el cadáver, pero luego ya nos dijo el pinar y fuimos para allá con él. El hallazgo del cuerpo fue impactante para él, pero para nosotros fue horrible».

«Fue un acto legal, judicial y de investigación para ir a los sitios y ver qué hacía él. No nos había confesado todo, pero casi. Fuimos allí de forma reglamentaria, discreta y súbita; una tarde decidimos ir para allá, a la plaza, al bar... Todos de paisano. Cuando regresamos al cuartel de Villalón se vino abajo y confesó dónde estaba el cadáver».