El adiós del alma de los gladiadores

M.B
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Roberto Turrado se retira tras 20 años jugando al balonmano, los últimos siete en el Recoletas Atlético Valladolid

Roberto Turrado. - Foto: Atlético Valladolid

Los aficionados al balonmano vallisoletano quizá no recuerden el debut de Roberto Turrado en la elite. Fue en noviembre de 2004, en una Supercopa de Europa en el Quijote Arena de Ciudad Real ante el conjunto anfitrión. Él sí. Por allí andaban Hombrados, Stefansson, Dinart, Dujshebaev o Uríos. Y junto a él estaban Gull, Raúl González, Garabaya o Chema. Probablemente pocos se acuerden de su primer gol en la Liga Asobal, ante el Teka, «en una penetración». Y solo sus más allegados saben que comenzó en este mundo de la mano de Raúl González o, mejor dicho, de su mujer, Ana; que sus primeros pasos fueron como pivote en el Aula Cultural y que después de entrar en el Balonmano Valladolid tras una llamada de Jota, fue campeón de España juvenil, llegó a un primer equipo plagado de estrellas y tuvo que buscar su sitio en Melilla, Aranda y Nava... antes de regresar a casa de la mano de Antonio Garnacho y ese proyecto que arrancó en el Atlético Valladolid y que le permitió vivir la Asobal durante los últimos cursos, ya como baluarte defensivo, hasta que hace un mes decidió que era el momento de dejar el balonmano y dar un paso hacia su otra pasión: la educación, «y en especial con niños».

Lo que seguro que todos esos aficionados recuerdan es el alma que ponía Roberto Turrado en cada uno de los minutos que salía a la pista, su intensidad defensiva, sus continuos movimientos de brazos pidiendo el apoyo de la grada... gladiador azul por excelencia.

A sus 33 años, y tras veinte jugando al balonmano, decidió dejar su «trabajo, hobby, pasión, vía de escape y experiencia de vida». «La realidad es que no tenía una oferta de renovación ya que el club buscaba una reestructuración en su plantilla. Y yo tengo dos hijos (Ariadna, de 4 años; y Darío, de meses) y mi mujer trabajando. Con mi edad ya no me apetece moverme y tampoco puedo. Busco una estabilidad para el futuro», explica sobre el porqué de su retirada. Con un Grado en Educación Primaria, con la Mención en Educación Física, espera saltar al mercado laboral como profesor. De momento, buscando en la concertada. En un futuro, oposición: «El balonmano tarde o temprano se iba a acabar».

Sus inicios se remontan a los 13 años, cuando jugaba al fútbol en el Amanecer. La mujer de Raúl González es prima de su madre y le dijo que probase el balonmano. Se decidió por el Aula, porque vivía en Pajarillos. Andrés Arjonilla y Luis Meda fueron sus primeros entrenadores allí. «Me enganchó el deporte», recuerda de aquella etapa, en la que coincidió con Isma Juárez. En cadetes le llamó Jota para el BM Valladolid. Y allí creció como lateral derecho y central. En 2005 le hicieron contrato con el primer equipo, aunque por entonces había muchos buenos jugadores y tres años después decidió buscar oportunidades lejos. Se fue a Melilla, «una experiencia de vida» de un año. Otros dos a Aranda, donde se lesionó de gravedad en la rodilla y donde vivió la amargura del deporte. Volvió a Valladolid en 2011 a acabar sus estudios y jugó en Nava, con Nacho González de entrenador. Y en 2013 decidió dejar el deporte, justo cuando se fue a vivir con Lucía, su mujer, para centrarse en la carrera. Ese año trabajó en una frutería y cuando el balonmano parecía ya olvidado, le llamó Garnacho para el nuevo proyecto del Atlético Valladolid: «Estaba de vacaciones y tuve que cuadrar horarios con la frutería. Empecé la pretemporada más tarde que el resto».Aún era central pero al cuarto partido, «me metieron en cueva», por su rol defensivo: «Lo asumí y eso me ha permitido jugar tantos años». De hecho ha sido uno de los veteranos del Recoletas, viviendo el ascenso y estos años de consolidación. «Compañeros, vivencias, momentos... hay muchas cosas buenas. Aunque quizá lo mejor es que mi familia haya podido disfrutar viéndome», acentúa, dejando claro que las lesiones ha sido lo peor de su carrera. 

Fue internacional juvenil y júnior, jugó Champions, Supercopas, Ligas... y ha compartido vestuarios con un sinfín de nombres, de los que destaca a Roberto Pérez, «con el que más he coincidido», y a Diego Camino, «que me cuidó en Aranda durante mi lesión».

Este mes está en el Campus del colegio Jesuitinas y prepara su salto al mundo educativo. «No descarto hacer algo con el balonmano, entrenar a la base, pero a pequeños, benjamines o alevines, como he hecho con el Atlético-Parque Alameda», añade.

Turrado, intensidad, garra, coraje y alma...