Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Las palabras realizadas

24/04/2022

Esta semana ha habido muchas palabras en la escena política. Unas prometen, otras reivindican y algunas hasta callan. Las palabras de nuestros políticos no pueden quedarse flotando en la nada, porque entonces nos impiden reconocer a quién hemos votado y a quién queremos seguir haciéndolo. Necesitamos conocer la dirección exacta de estas palabras, si han sabido con anterioridad crear prosperidad con ellas y sin son tan ilusionantes como solventes. Esas serán las palabras realizadas. Y este tiempo exige no solo atinar con los mensajes, sino también con los hechos. Palabras hubo muchas en el debate electoral entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Sobre las palabras de la líder ultraderechista, un periódico llevaba a su portada que «aún no da el nivel». Un titular demoledor, sin duda. Porque expresa, precisamente, que sus palabras todavía no están preparadas para ser realizadas. Le Pen, que hacía esfuerzos por arrastrar un tono amigable, insistía en que ansía convertirse en la portavoz de los franceses y que aspira a tomar decisiones para frenar su sufrimiento. Macron, que nos regalaba gestos sobrados de arrogancia, acusaba a una contrincante que le pisa los talones de no tener respuestas, tan solo palabras. Veremos este fin de semana si los franceses piensan lo mismo. 
Unas cuantas palabras hemos escuchado también esta semana en el hemiciclo de Castilla y León. Allí, en la investidura de Alfonso Fernández Mañueco como presidente, estaba un buen foco del interés nacional. Había suspense por comprobar quién apadrinaría finalmente el acto. Y aunque pueda parecer anecdótico, es más bien simbólico. Y los símbolos tienen una fuerza poderosa sobre la influencia pública. Por eso había tanta expectación. Los que no estuvieron también expresaron el sentido de sus palabras. Como lo hizo el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, afanado por mostrarse en movimiento permanentemente para intervenir en temas de máxima rentabilidad para el ciudadano común, como si fuera un vasallo a pie de las preocupaciones más inmediatas. Todo su mensaje, por el momento, está orientado hacia esa cultura de la respuesta imprescindible para sostener el poder en esta nueva era. Las palabras de unos y otros, las que prometen y las que encienden, ya no pueden quedar suspendidas en el aire. Por eso, las expectativas que ha generado el nuevo Gobierno, hay que rematarlas. No es mal comienzo querer poner a Castilla y León de moda, como afirmó su presidente, siempre que se remate con precisión. Para ello, hay que empezar por comunicar más y mejor el talento de esta tierra. Hay que lograr que Castilla y León se desee, desde dentro y desde fuera de la comunidad, con toda la intensidad.
Fíjense, se conmemora este 23 de abril el Día de Castilla y León, desde la localidad vallisoletana de Villalar de los Comuneros. No descubro nada nuevo si digo que esta fiesta no suscita un alto sentimiento de orgullo de pertenencia. Y, ante esto, los responsables políticos no deberían mirar para otro lado. La imagen pública de un territorio es asimismo la identidad percibida por sus habitantes, que son decisivos como embajadores de la excelencia de esta tierra en ámbitos como el cultural, el turístico o gastronómico. Nadie ama aquello que no admira y nadie siente como suyo aquello que no le acerca a su felicidad. Y en eso también tienen responsabilidad las palabras, es decir, la política comunicativa del gobierno y de las instituciones de la Comunidad. Yo hoy quiero celebrar Castilla y León destacando la figura de una líder histórica como María Pacheco, a la que incluyo en mi último libro como ejemplo de una mandataria histórica rebosante en autenticidad. Lo fue por su coherencia, por su valentía y por su templanza. María Pacheco, conocida como 'la leona de Castilla', demostró poseer un carisma inusitado cuando recibió la noticia de que su marido, Juan de Padilla, junto a Juan Bravo y Francisco Maldonado, habían sido derrotados por las tropas imperiales de Carlos V y decapitados aquel 23 de abril de 1521. Haciendo gala de su bravura no claudicó -como podía mandar la lógica de una derrota tan feroz- y comenzó a liderar la Revolución de las Comunidades de Castilla. María Pacheco, que gobernaba Toledo, no toleró la represión, ni contempló abandonar. Su resistencia no fue por venganza, sino por un alto sentido de la justicia, demostrando una inteligencia estratégica, lealtad a sus ideas y una férrea defensa de la libertad. Una libertad que se protege abriendo caminos, no solo proclamándolos.