Martín Fernández Antolín

La voz del portavoz

Martín Fernández Antolín

Portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Valladolid


Ucronía en Ucrania

22/04/2022

Basta con asomarse a las páginas de los periódicos, con encender los aparatos de televisión, con visitar las redes sociales para volver a contemplar los efectos de la guerra, ahora en las llanuras ucranianas. Y pese a que el 'está pasando, lo estás viendo' se instaló hace tiempo entre nosotros, las imágenes de esta guerra, de cualquier guerra, no pertenecen al presente, sino al pasado. 
Los muertos en un conflicto bélico no tienen edad porque son el mismo muerto; no importa si el cuerpo inerte y desmadejado fue atravesado por una lanza, por una espada, por una flecha, por una bala de plomo o por un proyectil teledirigido. No importa si lo último que vieron sus ojos antes de que su guerra acabara fue Flandes, Galípoli, Belchite, Dunquerque, Katyn o Sarajevo porque esos ojos vacíos que ven más allá sin necesidad de un parpadeo son -y por desgracia serán- siempre los mismos.
Pero quienes creen que la guerra es algo tangible, como sus muertos, se equivocan; la guerra se filtra por las rendijas de nuestras vidas para ahogarlas poco a poco y, casi sin enterarnos, nos damos cuenta de que aquello que pensábamos tan lejos en la distancia y, sobre todo, en el tiempo, ya se vive en nuestro portal. 
Hay una comunidad ucraniana en Valladolid que vive con angustia la invasión de su país, sabedores de que son sus familias que se ven en los mismos rostros en color sepia de hace décadas, y que huyen de la guerra a pie, vivos, o muertos a lomos del segundo jinete del Apocalipsis. También hay una comunidad rusa en nuestra ciudad que ve cómo es aquel joven que murió en combate hace ya tantos años a la conquista de una tierra que no sería nunca suya -salvo las paladas que cubrieron su cuerpo- el que volverá a jugarse la vida en una partida de ajedrez interminable. 
Por eso, aunque quisiéramos sustraernos, como otras tantas veces, a la barbarie, ahí están nuestros convecinos que nos recuerdan, a través de sus miradas claras, que la guerra habita hoy en nuestras calles porque nuestro panadero amasa el pan mientras piensa en coger la furgoneta para ir a buscar a su hermano, porque el mecánico que me arregla el coche da un respingo cada vez que le suena el móvil, porque la profesora de mi hija ha aparecido hoy a la puerta de la escuela con bolsas de insomnio bajo los ojos. No nos engañemos, la última palabra de ese soldado ucrónico que hoy muere en Ucrania no es libertad, ni es patria, ni es el nombre de su amada. Es el horror.

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