Pablo Álvarez

ZARANDAJAS

Pablo Álvarez

Periodista


Desescalada o descalabrada

02/05/2020

Demasiados flecos sueltos. En un momento en el que toda la sociedad demanda certezas y una estrategia clara que nos guíe hacia la salida del túnel, lo que nos hemos encontrado es uno de esos libros al estilo de Rayuela de Cortázar, donde el lector elige el orden en el que sigue la historia y ésta cambia radicalmente, dependiendo de las decisiones que tome.
¿Fue un anuncio precipitado o simplemente no se puede hacer de otra forma? La estrategia del Gobierno en la comunicación de las decisiones relacionadas con la crisis del coronavirus está basada en el lanzamiento de globos sonda, esperar a ver si las medidas planteadas son bien recibidas o hacen tronar las cacerolas y en función de eso trasladarlas al Boletín Oficial del Estado (BOE) o plegar velas.
Un juego, como mínimo, peligroso pues cada rectificación trasmite dudas y falta de liderazgo, lo que se traduce en inseguridad, incertidumbre y desconfianza en la sociedad que no sabe con lo que se va a encontrar al día siguiente.
Sobre el papel, el plan hacia esa nueva normalidad (¡olé con el eufemismo!) es razonable. Personalmente considero que es lógico y coherente el desarrollo de etapas. Lo que no comparto es la decisión de anunciarlo sin todos los cabos atados; es decir, sin concretar los criterios objetivos que te permiten ‘pasar de pantalla’, como en los videojuegos. Y lo que es más grave, sin las pautas claras que cada sector económico tiene que seguir para frenar la expansión del virus en su ámbito. Eh aquí el problema.
Si el Gobierno no está fino, las comunidades autónomas tampoco tienen motivos para sacar pecho en la gestión de esta crisis. Las administraciones autonómicas están dejando ver sus vergüenzas a la hora de aportar soluciones y las 17 voces que parten de cada territorio suenan como una orquesta desafinada que frena más que rema.
Su propuesta de realizar las desescaladas en ámbitos que no sean las provincias sino las zonas básicas de salud sólo puede obedecer a su obsesión por la burocracia y el control. ¿Qué paisano sabe cuál es límite de su zona básica de salud? ¿Entonces, cómo va a saber a qué pueblo puede ir o no? Esas demarcaciones sanitarias podrán ser unas estructuras administrativamente megaeficientes pero que carecen del arraigo y del reconocimiento social que permitan servir como referencia a la hora de establecer restricciones o permitir libertades.
Otro de los aspectos de los que adolece la propuesta del Gobierno para poner fin al confinamiento de forma progresiva es la precipitación. Los grandes anuncios llegan los martes pero la letra pequeña no se conoce hasta el fin de semana o el mismo lunes que entra en vigor, sin dejar capacidad de reacciones a los sectores a los que obliga, lo que profundiza en esa improvisación, que tantas malas pasadas puede jugar en estos momentos.
Los autónomos y pequeños empresarios, sobre todo de comercio y hostelería, pero no los únicos, ven cómo cada día que pasa su cuenta se acerca a los números rojos pero a la hora de levantar la vista hacia el horizonte, sólo ven esa niebla tan típicamente vallisoletana, pues son conscientes de que aunque puedan abrir sus puertas la gente no se va a mover de casa más que lo imprescindible y por lo tanto no pasarán por sus escaparates o por delante de sus barras hasta que no tengan una seguridad que de momento nadie puede garantizar.
Pero no olvidemos que la desescalada termine en éxito o descalabrada no será sólo responsabilidad del Gobierno. Ni de las autonomías. Ni de los ayuntamientos. Aquí somos cada uno de nosotros los que tenemos que ser responsables de nuestras acciones. El día que termine el Estado de Alarma no quiere decir que el virus se haya esfumado. Sigue ahí, sigue siendo igual de letal y ya todos sabemos qué hacer y qué no para poner en riesgo nuestras vidas y las del resto. Ésta será la prueba del nueve para nuestra sociedad, donde todos tendremos que demostrar si ya somos mayores de edad o seguimos pensando como niños en la forma de burlar la norma, por el simple placer de hacer lo que nos da la gana, sin pensar en las consecuencias.