Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Humildad

31/12/2020

Desgarrador e inesperado, el año que termina nos deja la lección más contundente para una generación. La expresión más inequívoca de nuestra contingencia, el fruto más amargo del paraíso, la desgarradora evidencia de nuestra nimia condición. La última hoja del calendario acarrea el final del único año desde 1918 en que todo el mundo experimentó la misma tragedia: la Covid. Esta es una evidencia.
Puede que aún nos falte otro tramo dramático: comprobar si hemos adquirido o no la constancia de la enmienda precisa para repararla, el remedio que nos blinde para siempre de estos males que no es otro que la humildad. Esa virtud tan escasa. El año 2021, ójala que la otra cara de la moneda del que ahora termina, debería ser declarado formalmente el año de la humildad.
Su antagónica, la soberbia, está en el origen de nuestros males, los que infringimos a los demás y las autolesiones fruto de la ceguera que conlleva este defecto. Y es precisamente la autosuficiencia la que nos ha traído hasta aquí mediante un mecanismo que se ha repetido con frecuencia en la historia de la humanidad y que se repetirá, seguramente, en la próxima crisis.
La humildad que nos lleva a repensar, cuestionar certezas, a mirar dos veces antes de cruzar a la otra acera del destino, la humildad que antes de hablar, escucha, que averigua la diferencia entre las voces y los ecos, que distingue lo posible de lo deseable, la humildad que separa la ficción de la realidad y que separa la verdad de la mentira.
La humildad, que fija nuestros propios límites. Y que nos enseñará a no volver a creernos demiurgos en un mundo compartido con los murciélagos y los pangolines. Como en la Biblia o en la historia de Roma, como en las grandes pestes y en las guerras, nos volvió a faltar la humildad. Y ante ello estamos: la última oportunidad de aprender, humildemente, la lección. Feliz año nuevo.