Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Historias

26/12/2019

Esta es una historia de amor. La de un pueblo, Quintanilla de Riofresno, cuyo alcalde, Roberto Casto, lejos de resignarse al deterioro del retablo de su iglesia, consciente de la herencia recibida, la lió parda el año pasado por estas fechas y, haciendo ruido, logró los 25000 machacantes necesarios para la restauración de la obra, la ilusión de sus lugareños que hace 444 años fueron capaces de dotarse de una pieza singular. Orgullo de entonces y orgullo compartido más allá del tiempo por los albaceas de aquellas gentes, que son las actuales y que acaban de presentar en sociedad la restauración del retablo.

Esta es la historia de un fracaso, el de un país repleto de casos semejantes pero que ha sido incapaz de articular una norma de mecenazgo eficiente para atraer fiscalmente inversiones en bienes patrimoniales, gobierno tras gobierno, incompetentes para fecundar de bienechores tantos y tantos retablos aptos para el culto y la contemplación artística pero aquejados de los males que acarrea el paso del tiempo. Lamentablemente de cultura y su protección sigue sin hablarse en esta España de gobiernos congelados y relojes parados.

Y esta es la historia de un éxito, el más prometedor, ell del micromecenazgo, una mixtura de avance tecnológico, el que propician las “fintech”, la motivación fruto de una pequeña reforma del 2014 que ofrece un descuento fiscal del 75% para pequeñas donaciones, y el entusiasmo de un puñado cada vez más denso de localidades que, como la de Quintanilla de Riofresno, quieren aprovechar esta prestación crematística de la hacienda para hacer lo que otros no hacen y a ellos se les debe: rehabilitar la memoria patrimonial y artística de nuestro legado. Hacer más con menos es tarea de todos nosotros.

Tres historias para la reflexión de tirios y troyanos.