Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


El hombre delgado

15/05/2020

Después de todas estas semanas, no deja de ser sorprendente la actitud sumisa que ha invadido Occidente. No es que esperase que la gente empezara a cantar la Marsellesa en los bares, no tuvieron esa opción al ser cerrados tan rápido. Pero sí podría haber habido un puntito rebelde y desenfadado.
La ley debe de ser cumplida y el esfuerzo abnegado de los servidores públicos y de todos aquellos que están desarrollando su trabajo es impresionante, pero me entristece lo poco que se habla de la libertad perdida y las consecuencias nefastas para los más vulnerables de la sociedad (véase como los discapacitados, enfermos mentales, familiares, etc.). No olvidemos que un confinamiento es una medida tan extrema que aplana el espíritu. 
Esta disciplina patriótica, como define sorprendentemente la izquierda, confirma una homogeneidad irritante. Esta victoria no se fraguó en un día esporádico sino que ha sido fruto de una cadena de actos sucesivos que han ido modulando al individuo. Parece muy lejano, pero el gobierno ha conseguido que fumar en cualquier espacio público sea considerado un acto reprobable. El respeto al medio ambiente y la preocupación por la contaminación nos dejan un regusto diario de culpabilidad. La correcta alimentación nos recuerda que debemos colaborar en cuidar nuestro cuerpo para no ser una carga para el sistema. Y desde que Holanda abrió la puerta a la eutanasia, ya no se muere uno en paz, sino que te estresan para que te vayas al otro barrio para hacer sitio. Los británicos han elevado la apuesta al intentar frenar el crecimiento adolescente para que a una edad prudente, cada uno decida el género al que pertenece; el aparato reproductivo o la apariencia externa ha pasado a segundo plano.
Ninguno de estos elementos es definitivo pero ayuda a comprender la actual actitud. Lo dramático de esta plácida respuesta reside en la aversión al riesgo o para ser más exactos nuestro gusto por la seguridad. Necesitamos saber a dónde vamos para controlar los imprevistos, porque nos encanta la certeza. Nos estamos volviendo tan conservadores que preferimos la estabilidad previsible al futuro indeterminado.
No debemos confundir conservador con tradicional, porque la moral ya no pinta nada.  El típico progresista planifica su propia diversidad en un espacio cerrado de reglas personales. Detestamos las sorpresas porque nos recuerdan nuestra vulnerabilidad. Es un camino accidentado, pero la libertad nos permite equivocarnos, aprender y crecer como individuos. Una existencia sin riesgos es la muerte en vida.