Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Blade runner

05/09/2019

Otro verano que finaliza. Un tiempo magnífico para descansar, leer todo lo que se ponga por delante y compartir el tiempo con los tuyos. Irónicamente es el momento donde muchas parejas discuten, asumen que la otra parte es insoportable y los hijos desean que empiece el curso, la universidad o cualquier hito que justifique su salida del calor familiar.

Creo que todo el mundo se casa enamorado, pero no todos son conscientes de lo que implica el compromiso y sus consecuencias. En una sociedad moderna, existen las parejas que piensan que dicho acto legal tiene un valor nulo, ya que en el fondo, la voluntad individual es más importante. Da la impresión de que la segunda opción es más realista que la primera.

Ambos planteamientos son incompletos. Es absurdo creer que la otra parte contratante es afortunada por aceptar unirse en dicho acto ya que cualquiera mínimamente honesto debe dar gracias a Dios porque te soporte cada día. Individualmente todos somos conscientes de nuestros fallos, debilidades, errores, manías, etc.; todas esas peculiaridades que solo tu madre comprende y que tu padre opta por soportar. El misterio es que tengamos el ego tan desarrollado de creer e ignorar que los que tenemos cerca no sufren la fuerza de nuestra personalidad.

Si humildemente recordáramos cada día esta circunstancia, optaríamos por una sonrisa ante un fallo propio y ofreceríamos un generoso silencio en los puntuales conflictos de pareja. ¡Qué obsesión con tener la última palabra o la razón sumisa! Nos centramos en los casos extremos de violencia doméstica y sus dramáticos resultados, pero dejamos de lado los miles de proyectos que fracasan por vanidad, prepotencia o irresponsabilidad.

La política exterior posee algo de dicha complejidad. No existe el vecino perfecto, sino el que se tiene. La acción pública convive con los recursos disponibles. Existen consecuencias por nuestras decisiones. Para acertar en la vida hay que ser un romántico con cabeza y en política tener unos principios básicos.

En esta cultura de la inmediatez y los actos reflejos de solidaridad, hemos perdido la capacidad reflexiva para entender que las posturas maximalistas no son moralmente más elevadas. La inflexibilidad ideológica provoca una dureza con el oponente, mientras que aceptamos de manera acrítica las debilidades de los ideológicamente próximos.

Las democracias comparten un respeto por la dignidad humana y las libertades que las dictaduras desconocen. La Unión Europea ha perdido el sano equilibrio entre los ideales y la prudencia.