Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


La inteligencia de un árbol

07/07/2021

Vivimos en un país ciertamente de polos opuestos, donde la moderación y la equidistancia entre los extremos poco fuste aporta al intelecto del respetable. ¿Acaso no podía haberse previsto que el repunte de contagios por Covid era más que probable? La llegada del verano es sinónimo de mayor movilidad e interacción social y, lógicamente, los jóvenes son el grupo poblacional que más protagoniza el cambio estival en la calle. Pero ahora nos llevamos las manos a la cabeza, se generaliza erróneamente y nos preparamos para surfear la quinta ola de la pandemia. Todo lo que nos sucede era de prever. Y, aun así, se celebraba no hace tantos días el adiós a las mascarillas al aire libre, la llegada en masa de británicos a Baleares, el fin de las restricciones al ocio nocturno y el buen ritmo de vacunación. Una de dos, o quienes tienen las riendas de las decisiones públicas son unos pobres incautos o bien nos engañan impunemente.

Se sabía de sobra que este verano todavía era, y es, tiempo de pandemia y que afrontamos aún unos meses duros y no sólo en lo meteorológico. Sin embargo, vuelta la burra al trigo y, lamentablemente, aquí nos encontramos de nuevo deshojando la margarita. Y hablando de hojas, no había más que haberse fijado en los árboles, que son lo suficientemente inteligentes y sueltan hojas para reducir su exposición al calor cuando detectan que se avecinan altas temperaturas.

A lo que se ve, estamos en un mundo al revés, en el que los humanos estamos como obsesionados por la inteligencia artificial, mientras un árbol es capaz de mostrar una cualidad tan esencial como es la capacidad de anticipación, justo lo que más se echa en falta entre una gran parte de la clase dirigente.

Como les decía, los polos opuestos son los que predominan y eclipsan todas las opciones, y prácticamente en cualquier orden de la vida. Del frío al calor extremo se pasa en un santiamén, de las medidas más restrictivas al fin de las limitaciones de un plumazo, de la sana diversión en las calles al escenario perfecto de palizas y crímenes, de la sensatez individual a la algarabía colectiva… de la inteligencia humana a la torpeza inmisericorde. En fin, que Dios nos pille confesados.