Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


Del puerto de Santoña al mar

02/01/2022

El Puerto fue la denominación que emplea el banderizo Lope García de Salazar para referirse a Santoña, en su extravagante, pero interesante, libro de 1471-1476. Santoña figura en su texto como uno de los lugares en donde se produjo otra reconquista, más o menos como la de Covadonga, con la particularidad que el papel de don Pelayo allí lo representaba alguno de los ancestros del prepotente y fantasioso don Lope, a la sazón, encarcelado en una de sus torres por sus hijos y esposa, que no aguantaron más sus portentosas barbaries, en todos los órdenes, incluyendo las conyugales.
Lope García de Salazar era un gigante físico, violento, amador de innumerables mujeres, padre de una tribu de hijos bastardos, pero un tipo bastante culto (coleccionaba libros cuando no existía la imprenta), un ejemplar del Renacimiento, que escribe para justificar su vida, y se inventa su origen (desde la creación de Adán y Eva), y que para dar verosimilitud a sus mentiras, se referirá a las realidades políticas y geográficas con bastante precisión. De ahí que los historiadores buceen en su escritura (bastante mala), y que Santoña aparezca en sus páginas  como lo que era en el siglo XV: un puerto estratégico, cercano a Bilbao, con una bahía inmensa, rodeado de lugares importantes (como Laredo, Colindres o Escalante), y de construcciones singulares (por ejemplo, el convento del monte de Montehano, y en su cima, don Diego López de Haro, el fundador de Bilbao, poseía un fuerte). 
Para salir hoy al mar en Santoña, se da la vuelta a medio monte Buciero (376 m.). El primer tramo es paralelo al Pasaje, un paseo de la villa que va del Oeste al Este, y que limita la bahía por el Norte, aunque allí se encuentra la diminuta playa de San Martín, una de las pocas playas cantábricas orientadas al Sur. Este galimatías en la carta cartesiana, se acomoda perfectamente con la historia de este tramo. 
Santoña es una urbe militar, a lo largo de su historia. Desde la distancia del barco, se comprueba que las calles de Santoña están (o estaban) trazadas en cuadrícula, por precaución defensiva. Por un extremo se veía el monte Buciero, y por los otros, la bahía y los humedales que llevaban al mar. Esa lógica visual, que era la personalidad de la villa, se rompió por obra y gracia del gobierno cántabro, cuando éste, desconociendo la historia -aunque adora sus mitos-, decidió construir unos edificios en el puerto que han cegado la perspectiva que las calles de Santoña daban hasta entonces a la bahía. El urbanismo racionalista de la cuadrícula, en mismo de nuestras primeras ciudades coloniales americanas, ha sido destruido, precisamente, en el puerto; como ocurre tantas veces, y en Euskadi hay muchos ejemplos, los gobiernos autonómicos son apisonadoras de su mismo pasado histórico.  
Mientras el barco enfila hacia el Este para rodear el monte Buciero, se puede contemplar la bahía, con la colina piramidal de Montehano (186m.), pasando por Colindres y Laredo, hasta los arenales de El Puntal, y la playa laderana de La Salvé. Da escalofríos pensar qué hubiera sido de esta bahía única si llega a prosperar el proyecto autonómico de construir sobre ella un puente para conectar -a base de motos, coches, autobuses y camiones- Laredo con Santoña. 
Gracias a Dios, y a que los gobiernos en democracia pierden pacíficamente el poder, hoy todavía es posible ver el espacio de la bahía de manera parecida a como la percibieron Diego López de Haro, Carlos V, su amante Bárbara de Blomberg, o el arzobispo de Burdeos, quién este último tuvo el cristiano propósito de atacar Santoña en 1639, cuando comandaba la flota francesa contra el rey Felipe IV, en la Guerra de los 30 Años (con los franceses, y sus belicosos obispos católicos, aliados a luteranos y calvinistas).
Tras el ataque del obispo francés, se construyeron dispositivos defensivos en el monte Buciero. Entre el siglo XVII y el XIX fueron erigidos los fuertes de San Martín y San Carlos -a lo largo del Pasaje-, y ya en la cara Norte del Buciero, el fuerte de El Mazo, y una serie de baterías de cañones, para impedir otro ataque marítimo. Nunca  llegaron a ser  eficaces, por falta de dotaciones humanas y de fondos presupuestarios; los fuertes de San Martín y San Carlos, que son otra imagen de Santoña, para cuando hubo presupuestos para culminar su proyecto, la munición de los buques de guerra de fines del XIX, los hacían inservibles. Los únicos que fortificaron Santoña, fueron los franceses, durante los años de ocupación napoleónica. El fuerte de El Mazo, fue conocido como el fuerte de Napoleón, y parte de sus materiales servirían, años después, para construir el penal  del Dueso. 
La última vez que Santoña vivió una historia bélica fue el 24 de agosto de 1937, la ignominiosa rendición fracasada de los batallones del PNV a las fuerzas fascistas de Mussolini. Fue algo tan vergonzoso, que franquistas y peneuvistas echaron tierra sobre ese acontecimiento. 
El rumbo del barco ya es Norte, y deja atrás el romántico faro del Caballo (desactivado en 1993), y el faro de la punta del Pescador (activo), situado a 30 metros sobre el nivel del mar, y que en 1915, un temporal de invierno lo destruyó. A su altura, el mar altea, y las olas allí pueden ser el doble de grandes que media milla más adelante. Entonces se percibe la playa de Berria, el istmo natural de Santoña. En el extremo Oeste de Berria se encuentra el monte Brusco(237 m.), y desde allí la costa nos lleva al cabo Quejo, y al faro de cabo de Ajo. Por la otra banda, a gran distancia, se percibe la costa de Vizcaya, con los faros de Galea, Villano y Machichaco. Un histórico espacio cantábrico.