Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Los cazafantasmas

03/12/2021

Todos nos arrepentimos por haber entrado en discusiones en las que hemos dicho más de lo que debíamos y sobre todo, cuando las posibilidades de éxito eran nulas. Cada vez es más difícil encontrarse con personas que renuncien al fanatismo y estén dispuestas a escuchar argumentos contrarios a las opiniones propias. Hasta hace muy poco tiempo, Estados Unidos era el paradigma de la tolerancia; bastaba con que cumplieras la ley para que tus vecinos te dejaran tranquilo.

Las redes sociales y el activismo agresivo de la izquierda, la cual ha pasado de moderada a radical, ha conseguido polarizar a todo el mundo. Los conservadores que no apoyan una agenda políticamente correcta, han empezado a contratacar con un discurso que adolece de los mismos vicios que critican. La paz de Westfalia fue un punto de inflexión histórico porque supuso la renuncia a un principio a cambio de un pragmatismo político. Dicho realismo fue doloroso, pero después de tantas muertes y múltiples guerras no había muchas alternativas.

La Ciencia moderna ha demostrado que muchas teorías reconocidas no eran merecedoras de dicho estatus y la réplica de experimentos ha transformado opiniones en hechos. Sin embargo, vivimos en una época donde los sentimientos o los gestos son más importantes que la verdad. Hemos perdido nuestro confortable respeto al individualismo y hemos evolucionado hacia conceptos tribales identitarios. Cuando se cruza ese charco, los hechos, la ley o la justicia dejan de tener sentido.

Estados Unidos ha iluminado al mundo durante un siglo pues cualquiera que quisiera ser libre y estuviera dispuesto a trabajar, siendo respetuoso con la ley existente, tenía allí su sitio. Varias generaciones de europeos emigraron porque en la culta Europa el fanatismo, la parálisis social y el rechazo a la innovación impedían a la gente con talento prosperar. Por tanto, Estados Unidos consiguió enriquecerse, ya que era una sociedad compuesta por individuos libres, responsables y hostil a cualquier privilegio.

La base del capitalismo no es la propiedad privada, sino la pluralidad de opciones para la obtención de ese bien. Un monopolio público es peligroso, pero un monopolio u oligopolio privado lo es todavía más porque impone a la sociedad un enriquecimiento injusto. Los conservadores norteamericanos se distraen erróneamente con sus estériles debates con la izquierda, cuando el peligro viene de la concentración de poder empresarial. La pluralidad de empresas es un síntoma de una economía sana y robusta, mientras que la envidia es el mayor peligro de una economía próspera.