Editorial

El legado de Trump pondrá a prueba a Biden desde su toma de posesión

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Joe Biden prestará juramento pasado mañana para convertirse en el 46º presidente de los Estados Unidos. La ceremonia se llevará a cabo sin la presencia de una multitud que se acerque a celebrar el evento. Porque la pandemia está fuera de control pero, fundamentalmente, por el miedo a la violencia de las protestas de partidarios de Donald Trump y grupos de extrema derecha. Washington es a estas horas una ciudad blindada y EEUU, un país atemorizado por lo que puede ocurrir. En este contexto, Biden tiene que demostrar desde el primer momento que se ocupa de todos los estadounidenses, pasando del concepto de ‘América primero’ de Trump al ‘América unida’, y establecer una hoja de ruta para restañar las heridas de un país fracturado. El demócrata debería encontrar las palabras que hagan que Estados Unidos quiera reconciliarse cuanto antes consigo mismo. 

El desafío más urgente para Biden es manejar la pandemia de manera responsable, algo que su antecesor no ha querido, ni sabido. Después, en clave interna, tiene que ser consciente de que los problemas sociales relacionados con el aumento de la pobreza y el racismo institucionalizado no pueden abordarse sin que tanto demócratas como republicanos atenúen el tono severo de los últimos cuatro años. Si Biden mira hacia el exterior, lo primero que tiene que hacer es volver a los foros internacionales que su país nunca debió abandonar, como la OMS, la OTAN y la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Clima. Los complejos problemas del calentamiento global, la lucha contra el terrorismo internacional y las amenazas a la estabilidad geopolítica que pueden provenir de otras naciones no pueden resolverse sin la participación activa de Estados Unidos.  

Sin embargo, el principal dilema de EEUU ahora es cómo revertir las grandes mentiras de Trump que millones de personas han llegado a creer que como verdades dogmáticas. Ha habido muchos diagnósticos para explicar el fenómeno de la posverdad que el magnate llegó a encarnar, pero pocos o ningún remedio. Por el momento, no se puede predecir cuán profunda y permanente será la marca que dejará el trumpismo. Sí quedarán certezas de su ignominiosa y vergonzosa entrada en los libros de historia: ningún otro presidente ha sido censurado institucionalmente con un segundo juicio político, en el último caso como respuesta urgente a un claro peligro para la democracia. Sus mentiras incitaron a una multitud enojada a marchar hacia el Capitolio el pasado 6 de enero y su demagogia encendió la mecha. Aquel escenario ahora está listo para que Joe Biden y Kamala Harris guíen a Estados Unidos hacia un tipo de futuro diferente. Mucho trabajo por delante tienen para deshacer ese legado y reconstruir la credibilidad de una democracia con una historia admirable pero un execrable pasado reciente.