Martín Fernández Antolín

La voz del portavoz

Martín Fernández Antolín

Portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Valladolid


Ceniza, polvo, nada

29/07/2022

Una de las cuestiones que nos diferencia de otros animales es nuestro afán por dejar algo para la posteridad más allá del rastro genético. La mayoría cumplimos esa autoimposición, tan propia del ser humano, conduciéndonos dentro de unos parámetros que puedan servir no ya de testigo ni de guía, no somos tan pretenciosos, pero al menos de límite inferior de lo que puede representar en esta sociedad un fundamento ético. En román paladino, nos conformamos con que la cosa no vaya a peor por nuestra culpa y que, si se puede, mejore un poquito para los que nos sucederán; pero, sobre todo, que los que vienen no se encuentren con menos de lo que nosotros recibimos cuando nos llegó el turno. La huella es pequeña, casi anónima y apenas perdura en el tiempo, pero se hace sentir, aunque sólo sea para el círculo más próximo.
Un grupo mucho más minoritario consigue vencer al olvido por medio de sus avances en la ciencia y en la tecnología; estos sí que son esas guías sobre las que habrán de prosperar los nuevos brotes y, por consiguiente, su mayor ambición les permite hollar con más fuerza para ser más visibles ya no sólo en el círculo más próximo ni en un espacio corto de tiempo, sino que se les reconoce en sus correspondientes gremios con las inexcusables citas a sus trabajos. Como no se han conformado con que las cosas no empeoren, sino que han trabajado para aportar un grano de arena en la construcción de un mundo mejor para los que representan el futuro, su huella es profunda y les permite derrotar al anonimato en entornos más o menos amplios durante períodos de tiempo también variables. 
Otros, los menos, acceden a la posteridad a través de la expresión artística, legando a las generaciones venideras piezas que nos hablan de sus autores, pero que, al tiempo, hablan de todos nosotros, independientemente del momento en que nos acerquemos a ellas. No sólo los conocemos y los reconocemos todos, sino que nos ayudan a reconocernos en sus obras como seres humanos; nos elevan de tal modo que nos permiten afirmar, quizá sólo soñar, que somos de la misma especie de quien las creó. Su huella es eterna y perviven dentro y fuera de sí. 
A estas alturas se preguntarán que de qué va esto, ¿verdad? Pues a que los políticos, aunque muchas veces nos comportemos como otra especie aparte, también -aquí les hablo con voz propia- sentimos ese deseo de dejar algo que perdure y que haya servido para hacer del futuro un lugar mejor. Entonces, ¿cuál es el problema para conseguirlo? Por desgracia no es uno, son muchos; la soberbia, la prisa, el sectarismo, el egoísmo, la ignorancia… que se suman para que lo que debían ser las huellas que dejaran quienes nos gobiernan no vayan más allá de ser charcos en los que se pudre esa agua que había de regar los brotes del porvenir, la que había de apagar los incendios, ojo, no sólo forestales, sino también económicos y sociales, que nos asolan. Soberbia, prisa, sectarismo, egoísmo e ignorancia con los que quienes nos gobiernan hollan el futuro de los más jóvenes para dejarles como herencia lo que dijo de sí el cardenal Portocarrero: ceniza, polvo, nada.

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