Me apropio para titular esta columna de una frase de la entradilla con la que la presentadora del informativo de mediodía de una televisión nacional dio paso a una noticia sobre la fiesta celebrada en una residencia del campus de la Universidad de Valencia. Fiesta ilegal. Parece un oxímoron, pero, para nuestra desgracia, en estos tiempos tan absurdos no lo es. Y no es el único; absurdo quiero decir. Hay otro más cercano que también merece una reflexión: Los consultorios vuelven a atender presencialmente aunque habrá que pedir cita previa. Los médicos volverán a ver a sus pacientes cara a cara. La Atención Primaria dejará de ser telefónica. Parece una broma. Pero tampoco lo es, en absoluto; sobre todo para aquellos pacientes que han sufrido patologías graves y que en los últimos meses han sido despreciados por el sistema público de salud. Muchos de los profesionales que sí han estado al pie del cañón, y no anulando consultas de su agenda, tampoco dan crédito a lo que ha ocurrido durante la pandemia para que la sanidad se haya deshumanizado de esta manera: la medicina de teleoperadora no es medicina, es otra cosa. Estos días se están viendo los efectos de semejante despropósito. Los medios nos hacemos eco de denuncias de familiares que han visto morir a los suyos sin atención y sin respuestas.
La Sanidad siempre ha sido la joya de la Corona. Motivo de orgullo y pilar del estado del bienestar, pero dejará de serlo si las administraciones continúan despreciándola, si siguen viendo en cada ciudadano una tarjeta sanitaria y no un rostro, con su nombre, sus apellidos y sus dolencias. Cada día sumamos nuevas víctimas por el coronavirus. No debemos olvidarnos de esas otras que no se han contagiado de la covid-19, pero que sí han sufrido las consecuencias de un sistema que ha encontrado excusas para todo en la pandemia.