Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Líderes a la altura de nuestro dolor

31/05/2020

Qué abismal es el sentimiento de la pérdida. Eso fue lo que llevó al escultor estadounidense William Wetmore Story a crear con sus propias manos un monumento de recuerdo a Emelyn, la mujer de su vida. Una escultura, situada en el cementerio protestante de Roma, a la que denominó ‘El ángel de la pena’. En la imagen de mármol y piedra se puede ver al ángel que esconde su llanto en el brazo derecho y que, impactado por su profunda pena, termina soltando las flores que lleva en la mano izquierda, dejando caer su brazo impotente en dirección al suelo. Sus alas portentosas, de gran tamaño, están lánguidamente recogidas alrededor de su figura. Un símbolo utilizado por el artista para mostrar el deseo de protección eterna a su amada. Se trata de una talla de un realismo sobrecogedor, con un querubín postrado ante el dolor más absoluto. El dolor como emoción común, en tantos rincones del mundo, en este tiempo de pandemia.
Una historia que conecta con otros muchos relatos de suplicio que fueron recogidos el pasado fin de semana por el periódico The New York Times, que publicó en su portada los nombres y apellidos, junto a un rasgo que definía a cada persona, de los casi 100.000 fallecidos por covid-19 en Estados Unidos. Esta fórmula empleada para su divulgación, la de la dignidad, impacta. Es sobrecogedor (y constructivo) perfilar el rostro de todas las biografías y todos los sueños que se han quedado por el camino. Un símbolo que alaba lo sagrada que es cada persona. Así que es el momento de generar políticas públicas, dinámicas empresariales e itinerarios sociales que conduzcan a lo esencial: el impulso global de cada individuo.  Precisamente, este propósito como hoja de ruta identificará a las mejores figuras políticas, a los mejores directivos y a las mejores organizaciones. Porque urgen gestores consistentes, alejados de inercias serviles, manipuladoras y pueriles. Urgen líderes. En tiempos quebrados como el actual, o permitimos que actúe el liderazgo (en todos los entornos) o nos veremos abocados a la desintegración económica y social total. No es cuestión baladí.
Poseemos motivos de peso para exigir que la crispación política que vive España se redirija, exclusivamente, al impulso de la vida de las personas. Lo contrario, es inadmisible.  La dinámica dialéctica, para moldear consensos, enriquece, claro está. Pero la pelea de bandos, per se, provoca todo lo contrario. No podemos perder el tiempo en retóricas inflamadas, necesitamos acciones contundentes. Altura. Eso es realmente el poder, la capacidad de generar tácticas de seguridad, cooperación y prosperidad desde carismas repletos de lucidez, sentido de la justicia y verdad. Tres dobles valores que nos ayudan a detectar quién ejerce el poder auténtico y quién es simplemente un aficionado. Valores que he visto practicar, toda su vida, a mis adorados padres, que en estos días cumplen años refrendando su espíritu de sacrificio, generosidad y lucha. Mi admiración a ellos y a todas las generaciones de bien. Necesitamos paz social y rutas inteligentes para rehacer el presente. Necesitamos líderes a la altura de nuestro dolor. Líderes que actúen desde el ímpetu del amor. Este tiempo nuevo repele la mediocridad, la tiranía y la inconsistencia, propios del autoritarismo. Así que exijamos a los capitanes de barco, en cualquier ámbito, que ejerzan este poder con integridad, equilibrio y excelencia. Protejamos también así la memoria de cada persona fallecida en esta pandemia (igual que lo hace ‘El ángel de la pena’ en aquella tumba romana). Adelante, mujeres y hombres valientes. Hay  mucho por hacer. Arriesguémonos.