Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Apariencias en tiempos inciertos

24/05/2020

Quizá porque somos una sociedad dada a la picaresca y a las apariencias, compruebo que durante el confinamiento y el estado de alarma hay sectores y, especialmente, personas del ámbito público afanadas en enseñarnos no solo la marca de su ordenador portátil, sino lo bien que se manejan en el denominado teletrabajo y las reuniones virtuales.  Solo ya el vocablo virtual evoca que estamos ante algo aparente y no real. Pero, como digo, eso es lo de menos, porque de lo que se trata, empíricamente hablando, es de revelar a los demás lo que decimos que hacemos y no lo que en realidad hacemos; o sea, casi nada. Muchos han encontrado, además, en las redes sociales el aliado perfecto para justificar que el escaño que ocupan es ahora la silla desde la que se conectan desde casa y, claro, por esa simple razón, cualquier reducción de ingresos o cuantía de las dietas sería todo un despropósito en tiempos tan inciertos. Tampoco es cuestión de generalizar, pero la apariencia siempre ha dado sus réditos a los más espabilados. Ya se sabe que de las crisis surgen siempre oportunidades, pero también oportunistas, más habituados a pescar en caladeros de aguas revueltas.
Coincido con quienes sostienen que nadie debería quedar atrás por los efectos de la pandemia, aunque también sabemos que esas palabras grandilocuentes suelen pronunciarse desde atalayas en las que las huellas de la humildad brillan por su ausencia.  Que nadie dude de que saldremos de este dramático escenario, y ojalá sea más pronto que tarde, pero el precio a pagar no va a ser igual para todos. Las crisis agudizan las diferencias sociales y ahogan a los que menos recursos tienen. Sencillamente, porque la redistribución de la riqueza es una entelequia, una frase elíptica para acallar las voces de los más vulnerables. Hay una ley no escrita que, de forma irremediable, se cumple para agrandar aún más la brecha entre los sectores con menos recursos y el resto. De nuevo las apariencias se abren paso en medio de la desdicha para ocultar su lacerante indecencia.
Y si nuestro cruel estigma es aparentar lo que no decimos ni somos, en el rifirrafe político cohabitan auténticos expertos en el camuflaje de los sentimientos. Literalmente es como si llevarán puesta desde hace años una especie de mascarilla, y no precisamente quirúrgica, con la que ocultar su pensamiento y sus verdaderas intenciones. No, no digo que las muestras de consternación ante el dolor sean solo una pose o una simple reacción eufemística, pero sí intuyo en algunos casos una predominante y velada inquietud por lo que sucederá el día después en sus respectivas carreras políticas. Hay palabras, gestos y actitudes que desvelan inconscientemente criterios de supervivencia política y no tanto la preocupación por el presente y el momento concreto.
Lo bueno y malo de las apariencias es que siempre acaban retratando a quienes las utilizan, porque tampoco existe por ahora una vacuna infalible capaz de eclipsar del todo lo que es indisimulable.