Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


La sonrisa de una anciana

28/12/2020

El amanecer despierta los cristales, y mientras escribo viendo la llanura blanca y helada, un nombre destella en las pantallas azules. Araceli. Una bella anciana que responde a las preguntas con desgana. Demasiados focos y efectos especiales rompiendo su diaria calma. Noventa y seis años. La bella anciana, de ojos limpios y gafas doradas, escucha a la enfermera preguntarle si le duele. «Nada», responde complacida de ayudar a que desaparezca el miedo embozado. Una vez ha sido pinchada su sonrisa estalla molesta por la mascarilla. Afuera hace un día de esos limpios y azules del centro en los que el sol somete al frío escarchado. El año cruel, el año de la muerte inesperada, se despeña muy lento hacia el vacío de la memoria, donde habita el olvido, como escribe el poeta Cernuda.
Cambian los años, pero el tiempo sigue su cadencia. Los días pasan como las ondas de un río y les da igual estar en un año que en otro. Cuando llegue el veintidós seguirá la misma bruma de palabras punzando los oídos (virus, muerte, contagio, cierre, crisis, dolor, vacuna…), pero un veintisiete de diciembre será la invisible frontera entre una noche negra y un amanecer esperado. Durante muchos días recordaré la sonrisa de una anciana sentada en un sillón recibiendo un pinchazo de alegría.
La Navidad se parte entre el dolor de la memoria y una esperanza que brota. Con una ilusión entre los dedos es más fácil tener la certeza de que todo esto pasará, de que quedará un reguero de dolor alejándose por el horizonte, a nuestras espaldas. 
Tiempo y polvo, escribe Wallace Stevens en uno de su poemas. Nos dice que la realidad se pierde en una bruma de ausencia y que la imaginación estalla de vida ante el futuro para poder crearlo. Hoy, en los ojos de una bella anciana de una residencia de Guadalajara, nace un futuro en nuestra mente, porque todavía el dolor se mece en nuestros brazos. Pero a nada le cumple permanecer ni durar, ni siquiera al dolor, dice Proust. 
Vendrá un día en el que este virus no beberá nuestra sangre. Un día no lejano. Ese día lo veo germinando en los ojos de la anciana, en su pequeña sonrisa, en su agradecimiento a Dios más por la vacuna que por ser la primera. En un minuto se desliza un año al vertedero del alma. En un instante el tiempo del corazón vence al tiempo del almanaque.
Araceli se sube la manga blanca del brazo izquierdo, lo ofrece a la enfermera, recibe el pinchazo y sonríe. En el naufragio de este año se ven barcos lejanos. La sonrisa de una anónima anciana nos lo anuncia y despierta la esperanza mientras todavía la muerte sigue su senda oscura.