Julio Valdeón

A QUEMARROPA

Julio Valdeón

Periodista


Con esperanza

26/02/2021

El vicepresidente Igea ha propuesto que hagamos como si no hubiera semana santa. No habrá Semana Santa igual que hubo navidad, año nuevo chino, carnavales, verano ni nada remotamente parecido a una celebración pública, privada o mediopensionista. Cuando el virus cayó del cielo la realidad fue clausurada. Restan cascotes y sombras. Rostros demudados tras la mascarilla, mientras cada día encuentro personas que todavía, y a pesar del diluvio que tenemos encima, ponen pegas a unas vacunas. Cuando tendríamos que haberlas recibido repicando campanas. Los más caraduras todavía insisten en que saldremos de esta mejores. Siempre que por mejores entiendas más cerca de las estupideces distópicas que predican en sus libros. Los agoreros y los enemigos del progreso, tantos, abanderan sus utopías anticientíficas. Convencidos de que todo lo malo que tenemos nos viene de haber abandonado las grandes praderas y de haber traicionado a los dioses ancestrales. Los que confunden el eje izquierda/derecha con el único debate que importa, o sea, democracia/totalitarismo, aprovechan los muertos y el miedo para avanzar su agenda muy oscura, rentable para ellos, por cuanto si bien querrían engordar como autócratas en el paraíso de todas sus utopías han aceptado vivir como marqueses en el infierno de la democracia liberal. No habrá Semana Santa, las nuevas cepas avanzan como una marabunta invisible y habrá que esperar atrincherados la vuelta de la primavera y la caricia del verano. Conscientes de que «nuestra única tarea no exenta de sentido/ será tratar de hacer habitable el olvido,/ aprendiendo a vivir sin la vida más honda,/ con tan solo las ruinas de esa promesa rota/ en que queda la vida...» (Carlos Marzal). No habrá Semana Santa pero toca vivir como si fuéramos a tenerla. Como si los viejos amigos estuvieran a punto de recibirnos en los restaurantes que tanto amamos y el tiempo de enmascarillado y mediocre estuviera a punto de irse por el desagüe. Con la maldita mascarilla a cuestas y el bote del gel hidroalcohólico, claro, pero con esperanza.