Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Ser de pueblo

05/02/2022

Japón es uno de los países donde la gente vive más años. Y no solo por su régimen alimenticio, que favorece esta longevidad, sino por el entusiasmo con el que afrontan la vida. Es lo que denominan 'ikigai', que no es otra cosa que las ganas de vivir. Se llame como se llame, esta actitud la recuerdo constantemente en los mayores de mi pueblo, que a veces pasan desapercibidos a nuestro alrededor, pero que no hacen más que anticiparnos cuál es el sentido de la existencia. Desde luego, están acreditados para hacerlo, porque sus trayectorias rebosan plenitud, no por haber sido completamente felices, sino porque sus conciencias han estado tranquilas. Una serenidad que les ha dado actuar, siempre, con todo el sacrificio, valentía y bondad posibles. Aquí reside la autoridad moral, pieza imprescindible en un gobernante sostenible. En estos momentos, donde nuestros políticos recalan en las zonas rurales -algunos por convicción y otros por promoción- deberían aprovechar para detenerse más a escuchar a nuestros mayores. Ser de pueblo significa muchas cosas, como estar pendiente de un vecino que vive solo y no ha levantado la persiana una mañana, acompañar toda la noche a un colega ganadero que anda apurado porque una vaca no termina de parir o tener el coraje de emprender profesionalmente desde los lugares menos habitados. Ser de pueblo es entender el servicio como propósito de vida. Algo en lo que se despistan, a menudo, algunos políticos, porque están más pendientes de los estados de opinión que de los estados de ilusión. 
Todos tenemos una batalla en la vida y los dirigentes deberían entrar en ella para protegernos, para aligerar cada uno de nuestros pesos. Por eso necesitamos líderes con pasión, que destilen coherencia, inteligencia práctica y optimismo por los cuatro costados. Y que nos fascinen no solo con palabras grandilocuentes sino con proyectos realizados que abran una y mil perspectivas al porvenir. Pero, por más que se empeñen, no todos están preparados para gestionar eficazmente. De ahí que sea el momento de pensar profundamente nuestro voto, de discernir, de razonar quién va a acercarnos más a la política de la humanidad y de los hechos. Decía Napoleón que «levantar un andamio no es edificar», así que no nos conformemos con quienes preparan solo tablados, pero serán incapaces de rematar la obra. Ahora tenemos una convocatoria electoral en Castilla y León. Pidamos a los candidatos que abran la mirada más allá del sillón presidencial y nos digan algo tan revolucionario como que, gane quien gane, todos arrimarán el hombro para construir futuro. ¿No confiaría usted en un político que tiene una postura tan espléndida? La credibilidad comienza con la generosidad y se va asentando en la demostración de la utilidad. Es lo que, a lo largo de la historia, se ha entendido como la práctica del bien común, que es el destino inseparable de la acción política. Y aquí, en una región repleta de pueblos habitados por mujeres y hombres firmes en compasión, no deberíamos conformarnos nunca con la inercia del voto. Porque, cuando votamos, estamos aupando también la esperanza de las siguientes generaciones. En un periodo de elecciones, la responsabilidad mayor es la del votante, porque es quien decide. Cuenta Lang Lang, el mejor pianista del mundo, que para tocar la melodía perfecta hay que activar primero el cerebro, luego los sentimientos y, por último, las manos. Razón, emoción y acción: desde este equilibrio debe actuar el político que merece gobernar. Está a nuestro alcance. 

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