Julio Valdeón

A QUEMARROPA

Julio Valdeón

Periodista


Todos los besos

05/04/2020

España es tierra de terrazas, familias que veranean y se matan juntas, peregrinas caceroladas en las terrazas y discomovidas por Zoom a poco que nos cierran los bares. Me pregunto cómo sobrevivirá mi pobre país en el mundo que viene. Cuando la falta de vacuna del coronavirus, que podría retrasarse 18 meses, y eso si llega en tiempo récord, así como el peligro de nuevas pandemias, obligue a redoblar el confinamiento y proscriba el contacto. Un estudio del Imperial College estima que mientras no dispongamos de un cortafuegos efectivo será inevitable establecer drásticas medidas de aislamiento,  incluido el cierre de escuelas, durante dos de cada tres meses. Los investigadores pronostican ya que los cines tendrán que reducir su aforo a la mitad. Nadie sabe si sobrevivirán los festivales y los conciertos. Ni qué hacer con el Museo del Prado sus multitudes frente a las Meninas. Ni qué sucederá con el turismo. En otro artículo, en la revista State, especializada en medicina, hablan de que con suerte, cuando remita esta primera ola, haremos logrado sobrevivir a lomos de la balsa salvavidas. Pero la tierra firme seguirá estando lejos, demasiado lejos. Hay quien como Bill Gates recomienda ya que tomemos medidas, y la primera de todas empezar a levantar las grandes factorías dedicadas a producir cientos, miles de millones de dosis de vacunas. Unas vacunas que todavía no existen, pero que habrá que facturar en cantidades mastodónticas no bien lleguen. También multiplicar el número de tests. En el futuro será imprescindible determinar si alguien pasó la enfermedad y desarrolló anticuerpos. «Si tomamos las decisiones correctas ahora», escribe, «asesorados por la ciencia, los datos y la experiencia de los profesionales médicos, podemos salvar vidas y hacer que el país vuelva a trabajar». Estoy convencido de que será así. Aunque nadie acierte a saber si las calles continuarán sepultadas por el miedo, si la nueva normalidad será la desaparición de contacto como una piedra hundida en mitad de un lago y si habrá que instituir una policía con la que asegurar la nostalgia del otro y la clausura de todos los besos.