Alfonso González Mozo

PLAZA MAYOR

Alfonso González Mozo

Periodista


La última montaña de Luis

08/01/2022

Las personas encontramos la felicidad en los pequeños momentos. A veces mucho más que en los grandes logros, que tras la consecución de un reto mayúsculo. Felicidad puntual y pasajera, de esa que llena nuestro depósito vital a golpe de pequeños momentos.

La felicidad para Luis era ir a la montaña. No necesitaba viajar hasta los Alpes o el Himalaya, le bastaba con conducir unos kilómetros hacia el norte de su amada Castilla, con unos torreznos y unas cervezas como único menú. Pocos planes le hacían tan feliz como pegarse un madrugón, calzarse sus botas, cargar la mochila y caminar durante horas entre montañas, llegar a lo más alto, respirar, sonreír, gritar al infinito, abrazarse con su hermano, con sus amigos, compartir una foto… No le hacía falta mucho más hasta la siguiente cita con la naturaleza.

La última montaña de Luis fue el Pico Murcia. Allí estará su alma para siempre, en toda la Montaña Palentina y en esos Picos de Europa donde se fundirá con el aire. Luis Fraile será para siempre una parte más de esas montañas que tanto amaba y donde se dejó la vida un horrible jueves de diciembre.

En su funeral, se comentaba mucho aquello de que había muerto haciendo lo que más le gustaba, incluso había quien decía que estaría feliz en el cielo. Yo disiento, nada le habría hecho más feliz que haber vuelto a entrar por la puerta de su casa la tarde de ese trágico 30 de diciembre, dar un beso a Sonia y un abrazo a Álvaro. Y seguir fiel a su cita dominical con su madre y no haber llenado de tristeza la vida de sus hermanos y toda su gente. Cuñado, que esto no tocaba a los 58 tacos, cagüen la puta, aunque, si me lees, te diré que estarías orgulloso de cómo se están comportando tu chaval y tu mujer; impresionante ambos.

Seguro que te hubiera gustado más volver de la montaña y brindar por un próspero 2022 con las decenas de amigos y vecinos de La Flecha que, con los ojos encharcados, te dieron el último adiós en esa extraña tarde de Nochevieja y en ese doloroso 1 de enero en el que nos despedimos de un tío tremendamente feliz, de esos que transmitía optimismo y que jamás tenía una mala cara. Una gran persona que sabía encontrar la felicidad en cualquier pequeño momento.