Diego Izco

TIEMPO MUERTO

Diego Izco

Periodista especializado en información deportiva


Bailar

20/09/2022

El equipo de fútbol del Stjarnan (Islandia) se hizo mundialmente famoso por sus alocadas celebraciones. Durante la semana no solo trabajaban la táctica, sino también las disparatadas coreografías que preparaban para festejar sus goles. En una de ellas, el autor del tanto simulaba la pesca con caña y recogía el carrete mientras un compañero hacía de pez en sus últimos estertores. Cinco jugadores más cogían el 'pez' de forma horizontal y un sexto sacaba una fotografía ficticia de la captura. Qué risa, piensas… salvo que seas aficionado del adversario. 
Es ahí donde está la llave de toda la polémica, innecesaria, pero real, sobre la conveniencia o no de los bailes de Vinícius (o de Rodrygo, con quien tenía pactados unos 'pasitos' en el Metropolitano). El punto de partida no debería admitir discusión alguna: el futbolista que marca un tanto tiene todo el derecho del mundo a festejarlo como le plazca, siempre que mantenga cierto decoro. Puede bailar, tirar la caña, ponerse a cantar, sacarse la camiseta, hacer el corazoncito, el chupete, la cucaracha o lo que quiera. Pero también sabe que al otro lado de esa euforia hay una afición rival que, en un momento dado, puede molestarse. Y el derecho del forofo a la indignación es tan lícito como el del goleador al baile. Y en ese gesto no solo hay una línea fina, sino dos, porque, por un lado, el jugador no quiere provocar, pero lo hace, y por el otro, el aficionado no debería indignarse por un bailecito inocente, pero se indigna. 
Evidentemente, el fútbol sería un lugar mejor con un poquito de educación y buenas formas, algo más de comprensión, menos mala uva inmediata y cierta naturalidad en las rivalidades vecinales… aunque, sin duda, también sería un poquito más aburrido todo.

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