Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


De golpe

11/02/2021

Mucho sufrimiento. Y mucho dolor. Eso es lo que nos está deparando la pandemia. Y en lo económico, una disrupción total: hay quien dice que en un año el mundo ha cambiado lo que en una década. Todo es distinto. En las finanzas públicas, elevadísimos déficit, desequilibrios monetarios, inestabilidad. Las empresas, viendo peligrar su solvencia, adoleciendo de problemas de liquidez y perdiendo negocio. Todo más grave cuanto más pequeñas son las empresas, las «pymes», que suponen el 90 por ciento de la actividad económica de regiones como la nuestra.
Lo peor es que lo que venga no será igual. De repente, el mundo ha cambiado: el «ecommerce» se generaliza (en Reino Unido es ya el 40 por ciento de las ventas minoristas) porque mucha gente se ha visto forzada a comprar así por los confinamientos; la venta de comida también cambia, televenta que modifica la estructura de costes de la restauración tradicional en la que el peso del precio del metro cuadrado de comedor se hace insoportable para muchos a la vez que el consumidor empieza a valorar más la cocina que la mesa porque los menús a domicilio proliferan.
El coste de fabricación de las baterías eléctricas cae un 80 por ciento de modo que la industria automotriz tendrá que ofrecer más coches que hagan uso de ellas, vehículos con menos piezas y más software. El software lo está cambiando todo, desde las vacunas a los coches, pasando por el sistema de divisas (Tesla acaba de dar rienda suelta a la posibilidad de pagar sus productos en bitcoins).
Todo es un salto definitivo que no tiene marcha atrás. Tenemos que compatibilizar la sociedad de nuestros mayores con lo nuevo que viene. La producción recurrente del campo y el turismo con la nueva economía que la covid está desabrochando abruptamente. No nos confundamos que está ocurriendo todo junto. Como un cataclismo. O un catalizador.