Julio Valdeón

A QUEMARROPA

Julio Valdeón

Periodista


Adolescencia y virus

29/02/2020

La Junta de Castilla y León ha confirmado que un iraní que se sintió indispuesto en Boecillo está infectado de coronavirus. Con este son ya 23 los pacientes en toda España. Como para que luego los listos de turno, los bobos de guardia, hagan bromas con la enajenación del personal y denuncien el sensacionalismo de los medios. Lo habitual desde la peste negra es criticar las olas de pánico, el runrún artificioso, la tela marinera que cortan los voceros del acabose. Pero ya me dirán qué hacemos si hasta la bolsa de Nueva York anuncia que podemos estar tranquilos, que lo tiene todo bajo control, que el plan de contingencia es infalible y que no cerrará aunque los currelas con tirantes y pañuelo de Hermés caigan como moscas por entre los rascacielos del downtown. Los españolitos, con nuestra flema inversa, corremos ya a bromear con los titulares. Los fusileros de Twitter, a los que nadie engaña, publican las muertes causadas por la gripe, comparan con los casos anuales de SIDA y gonorrea, escriben sobre el hambre en el mundo, las farmacéuticas, que son malísimas, y la investigación espacial, ese lujo en el que invertimos pudiendo erradicar el hambre y repartir bocatas. Los más hipercríticos, finos ellos, saborean su imperial reverberación en el espejo y se preguntan con voz grave qué sucedería si los que traen la enfermedad, la misma que hace dos minutos despreciaban, fuesen inmigrantes subsaharianos. Les respondo aquí y ahora. Nada distinto. Nada especial. Ni el gobierno de turno internaría a nadie en campamentos al modo de los pobres estadounidenses de origen japonés en California durante la II Guerra Mundial ni subiría como la espuma en la marejada una sucursal del partido nazi. Lo único que parece florecer estos días marcados por el virus es la tontería ambiente de quienes parecen creerse la reencarnación de Chomsky cruzada con Sánchez Ferlosio. Cuando en realidad no pasan de emular al Follonero o repetir loritos los tópicos, tristes tópicos, que ya coleccionabamos en nuestra lejana adolescencia. Todos tienen derecho a su propia edad del pavo. Pero pasados los cuarenta cansa.